En tiempos de campaña electoral asistimos a la ya tradicional presentación de diversos manifiestos, propuestas y decálogos que pretenden orientar, influir e iluminar el futuro político ante la perspectiva de una nueva legislatura que comenzará después de las elecciones del 23 de julio.

Es cierto que la convocatoria sobrevenida y adelantada de los comicios, ha eliminado de facto el periodo que estaba previsto después del verano para el debate y presentación de ideas, por lo que este año nos tendremos que conformar con meras faenas de aliño por aquí y por allá. Es lo que tienen estos tiempos cada vez más líquidos.

En los últimos días he asistido y participado en varios de estos eventos donde se han presentado propuestas de cara al próximo ciclo político en materia de innovación, emprendimiento y ámbitos similares. Debo decir, en honor a la verdad, que estoy bastante de acuerdo, en general, con muchas de las cosas que se plantean, las cuales, dicho sea paso, suelen estar basadas en el sentido común.

Pero también he de confesar que después de varios años asistiendo a este tipo de escenografías, tengo la creciente sensación de estar en una suerte de déjà vu permanente, por lo que creo que quizás deberíamos abandonar por un instante el lenguaje políticamente correcto de los mantras con los que es imposible estar en desacuerdo, y caminar por el filo de la navaja, poniendo blanco sobre negro la verdadera faz de lo que nos pasa.

Diría que en los partidos que se presentan a las elecciones y en parte de la sociedad civil de los sectores que representan de algún modo a la vanguardia social, hay muchas propuestas electorales sobre innovación, pero pocas propuestas realmente innovadoras. Y cuando te topas con algunas de ellas, bien podrían considerarse como un simulado intento de "sacar conejos de la chistera", y otras incluso de auténticas "ideas de bombero torero". No crean que son pocas, abundan por doquier en todo el arco parlamentario, y fuera de él. Sólo tienen que asomarse estos días a los periódicos que nos dan cuentan de ellas de manera diaria.

En materia de innovación, ciencia y emprendimiento sucede siempre un poco lo mismo, es como si algo no terminara de funcionar; existe la sensación desde hace décadas de predicar en el desierto, de que los años pasan, también los gobiernos, y en lo sustantivo seguimos más o menos igual que donde estábamos.

En otras tribunas he analizado las razones por las que creo que este país no ha cambiado tanto desde que el viejo profesor Unamuno exclamara aquella máxima de "que inventen ellos". Hoy en día unos cuantos quijotes, inasequibles al desaliento, siguen peleando para alterar ese vieja tradición que nos atenaza, al tiempo que siguen elaborando estos decálogos para exigir a los gobiernos que cambien de una vez el país y lo reorienten por el camino de la investigación, el desarrollo y la innovación. Espero que algún día su insistencia obtenga la justa recompensa.

Un decálogo

Me atrevo a hacer algunas consideraciones al respecto de estas cuestiones, en forma de decálogo muy personal e intransferible:

1) Para hacer políticas de emprendimiento e innovación sería deseable que el equipo encargado sea innovador. Esto puede parecer un juego de palabras divertido, pero encierra una verdad como un templo. He visto equipos que dirigen planes y programas innovadoras que sencillamente trabajan desde cosmovisiones antediluvianas y, claro, así no se puede.

2) Ser innovador no consiste en ir vestidos con vaqueros y zapatillas deportivas, ni en eliminar las reuniones y hacer todos los días sesiones de design thinking, ni en tener las paredes y despachos cubiertos de post-it. Los cementerios de la real politik están llenos de gente así.  Saber utilizar los recursos aprovechables disponibles y transformarlos en artefactos innovadores, es todo un arte, y por desgracia no abunda entre nuestros lares.

3) Se suele decir que en España no hay voluntad política suficiente para impulsar la innovación. En mi opinión ahí no está el quid de la cuestión, el problema es que sobra amor al status quo entre los que tienen que diseñar y hacer propuestas de cambio una vez que se ha dado la orden política. Nadie me lo ha contado, lo he visto con mis propios ojos ¡Pero cualquiera lo dice en voz alta!

4) Fijar objetivos cuantitativos está bien, pero mejor sería gastar bien y con eficacia lo que se tiene. La incapacidad de gestión de los fondos europeos que nos han caído del cielo me parece que es una llamada de atención para todos. Podemos aspirar a fijar objetivos cuantitativos, por ejemplo a través de un determinado porcentaje de gasto en I+D+i en términos de PIB, pues es uno de los parámetros que suele utilizarse en el ámbito internacional para establecer rankings y hacer comparativas, pero luego resulta que no es oro todo lo que reluce en ese gasto. Si vamos a gastar dinero en proyectos como el reciente Kit Digital, mejor dedicarlo a hacer tanques o gastarlo en fuegos artificiales para la diversión de nuestras gentes.

5) Hablamos mucho de digitalización pero muy poco de transformación y de progreso. La digitalización es un driver y, como he explicado muchas veces, creo que estamos abusando de la palabra de marras (otro tanto podríamos decir de la palabra sostenibilidad), convirtiéndola en el elemento sustantivo, cuando no debería ser más que lo adjetivo. Mientras que el país se digitaliza y estamos muy bien situados en muchos de los rankings que miden esta cuestión, la productividad del país sigue estancada desde hace más de dos décadas. ¿Alguien se ha parado alguna vez a analizar esta cuestión?

6) Dejemos de utilizar el comodín del Pacto de Estado para cualquier cosa. Sean más porosos a las ideas aunque vengan de la acera de enfrente y huyan de tanta escenificación. He asistido a lo largo de los años a numerosas peticiones de Pacto de Estado, e incluso he participado activamente en la búsqueda y consecución de alguno de ellos. Me atrevería a decir que da igual el asunto del que hablemos (innovación, educación, emprendimiento, pesca, ganadería, industria, acción exterior, flamenco o defensa), pues todos los sectores, actores y organizaciones implicadas acuden al mismo planteamiento: "Esto no debería dejarse al albur de la acción política, y debería haber un gran pacto de Estado sobre X".

Pero entonces, si todo se tiene que resolver con un Pacto de Estado, la política nos sobra, o se tendría que dedicar en exclusiva a la gestión de las danzas regionales. Es una gran paradoja: necesitamos Pactos de Estado, pero los actores políticos no tienen grandes incentivos para llevarlos a cabo, ni los ciudadanos creen en ellos. En el contexto actual, presidido por la polarización política, quien propone un Pacto de Estado y trabaja por él, puede perder un buen número de votantes. Queremos los Pactos, pero castigamos electoralmente a quienes se involucran en ellos. Los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía.

7) Educación, educación, y educación. Este sería el único punto de un programa electoral que me haría volver a confiar en alguna oferta política. La gran olvidada de esta época. Hubo un tiempo en que discutíamos sobre cómo mejorar la educación, siendo conscientes que lo que hagamos hoy en esa materia determinará el futuro de los próximas décadas. Ahora sólo discutimos sobre la lengua vehicular, sobre si los chicos están deprimidos o no en clase, o si hay que dejarles llevar móviles en el aula.

El partido que se atreva a hacer una ley educativa de acuerdo con la oposición y no cambiarla durante veinte años, tendría mi voto vitalicio (pero sin Pacto de Estado, por favor, que nos conocemos). De hecho esto desborda la esfera del gobierno y de la política, pues si la sociedad no considera que el oficio de los profesores debe ser el más valorado, el más exigente y el mejor pagado de todos, entonces da igual lo que hagan los gobernantes al respecto.

8) Transformación radical de las formas de acceso y de los procesos de la administración pública.  Hay muchos defensores del status quo, pero no podemos seguir acumulando nuevas organizaciones, agencias y departamentos sin desmontar lo que ya no sirve y sigue ahí, acumulándose como si fueran capas geológicas que generan un gasto fijo permanente y creciente, y lo que es peor, un freno a cualquier proyecto de innovación.

Ejemplo: seguimos teniendo Agencias de Empleo que son meros entes burocráticos que en todo caso se dedican a gestionar y controlar lo que hacen los desempleados. Perdamos la esperanza, son irreformables. Hay que cerrarlas y crear otras cosas necesarias y que no tenemos. Ninguna política pública por bienintencionada que sea puede cumplir sus objetivos con los instrumentos y herramientas actualmente existentes. Para muestra un botón: queremos ser los campeones del mundo en eso que se llama digitalización humanista y hacer sandbox regulatorios sobre inteligencia artificial, mientras que al mismo tiempo los ciudadanos se las ven y se las desean para conseguir una cita en la Seguridad Social o en el Servicio Público de Empleo. Sería hasta divertido si no fuera deprimente.

9) Reducción drástica en la aprobación de leyes, decretos y demás normativas. Vivimos en un estado de obsesión enfermiza: intentar resolver todos los problemas que se derivan de la complejidad de nuestros tiempos a través de su concreción en normativas y artículos detallados hasta la extenuación. Es una auténtica pesadilla social. En España es imposible estar al tanto de la propia producción legislativa. Con esto ocurre como con los contenidos en internet: se multiplican exponencialmente y cada vez son de peor calidad. Una sociedad moderna, dinámica y emprendedora no puede desarrollarse con semejante plomo en sus pies.

10) Quitarnos de una vez las anteojeras ideológicas. Ni todo lo puede resolver el sector público, ni siempre la iniciativa privada es más eficiente para conseguir el objetivo social deseado. Aplicar cualquiera de los dos axiomas como un ideal excluyente del otro, en la búsqueda de soluciones en cualquier campo nos conduce a la polarización, y en mi caso a la desidia. Disponemos ya de un amplio set de análisis de políticas y programas lo suficientemente extenso como para saber cuándo y en qué medida es necesaria la intervención del Estado, o en qué medida hay que dejar actuar a la iniciativa privada en el mercado. Sólo hace falta un poco de honestidad intelectual y atreverse a liberarse del yugo del argumentario que nos envían los nuestros por la mañana.