Ahora que todo el mundo empieza hablar sin pelos en la lengua del posible fin de la barra libre para las startups (nos pasamos tres pueblos imprimiendo billetes para salvar el vacío de 2008 y ahora que suben los tipos y la economía se ralentiza y nos muerde la inflación), es hora de formularse algunas preguntas con cierta carga de profundidad.

¿Era real el crecimiento exagerado de casi cualquier cosa a la que llamaban startup? Hay muchas, que nadie lo dude, que realmente han alcanzado éxito y crecimientos notables, pero lo cierto es que el ecosistema estaba inundado de dinero, que la alegría de los inversores que le añadían ceros a la orgía era desmedida y que bastaba con tener un relato y prometer crecimientos astronómicos para, si estabas dentro de la onda, levantar rondas alucinantes.

No sé bien si aquellos excesos eran reales y reflejaban un mundo ilusorio (éstos, cuando alguien los pincha, se desinflan con mayor virulencia que con la que fueron hinchados) pero lo cierto es que hasta hace bien poco no importaban demasiado el margen, la gestión del cash o el EBITDA. Hoy el EBITDA es Dios y quienes refugian sus inversiones lejos de la esclavitud de las tendencias buscan empresas que hayan hecho los deberes.

A las startup, a las muchas y buenas jóvenes empresas innovadoras y tecnológicas que tenemos en el país habría que insistirles en estos conceptos. Haríamos bien en las escuelas de negocios y en las aceleradoras y en las incubadoras en volver a algunos básicos de antaño: controla los costes, ahorra, no gastes, despide, no te obsesiones con el crecimiento y busca más una fórmula que se asocie con la sostenibilidad, con la perdurabilidad, con las alianzas y los partenariados. Pero no debemos caer en el error de volverlo todo antediluviano.

Quiero decir, puede que la fiesta del dinero a espuertas se haya acabado y que quienes vivían asociados a las rondas tengan dificultades para volver la vista al mundo de su negocio: es menos glamuroso y divertido, pero es lo que hay: no se puede vivir en la farándula de la innovación tanto tiempo; pero ahí fuera todavía hay enormes oportunidades que quienes han sido más cautos, se han financiado con menos pérdida de control y no han tirado la casa por la ventana para hacer meetup en Ibiza que nada tenían que ver con sus negocios, deben saber aprovechar.

Las crisis, está en toda la literatura sobre economía, representan grandes oportunidades para quienes saben ver océanos azules. En este nuevo escenario, las startup van a poder hacer operaciones de mercado que hace unos meses hubieran sido impensables. Por ejemplo, muchos competidores fallarán, o irán tan a tope que sin más gasolina no tirarán, y ahí habrá una oportunidad enorme para entrar en nuevos segmentos, para conquistar mercados vía precio (no hay que tenerle miedo a subir los precios si aportamos valor asociado).

También habrá una gran oportunidad para contratar talento a costes asumibles (las grandes están despidiendo arquitectos y developers) y, en todo caso, para quienes hayan conservado una parte importante del capital, para involucrar a gente muy buena en el desarrollo de proyectos de un perfil más bajo, más terrenal.

Es posible que en el futuro veamos menos proyectos disruptivos (no todo progreso está asociado a la superación total de lo anterior), o con una menor ambición, pero esto no quiere decir que la fiesta no continúe.

Al haber menos iniciativas creíbles los fondos se concentrarán en los proyectos más realistas, los partenariados para desarrollar productos y servicios entre fundadores e inversores serán más cercanos y no pondrán todo el acento en el “crecer a toda costa”, y, dado que hay un buen puñado de sectores que necesitan un reseteado total: salud, energía, agro, entre otros; las buenas aceleradoras y los buenos mentores orientarán a sus Telémacos para hacer las cosas de un modo distinto.