¿Cómo se puede convertir una ciudad en un hub tecnológico relevante? ¿Qué debe ocurrir en una región para ser receptora de inversiones para impulsar un ecosistema tecnológico? ¿Alguien conoce la fórmula secreta de todo esto?

Estas preguntas forman parte de algunas reflexiones que últimamente asaltan mi cerebro sin descanso. Y es verdad que se pueden encontrar algunos informes en los que se habla de todo esto; no tantos como los que necesitaríamos, y además suelen ser bastante homogéneos en su contenido.

Normalmente, estos documentos hacen referencia a los grandes ecosistemas reconocidos en el mundo: todo el mundo sabe qué pasó en Silicon Valley, o en Londres, o en Berlín o en las ciudades chinas, o también se conocen algunos detalles de por qué Miami o Dallas en Estados Unidos, pero también Dublin, Lisboa o Madrid se están incorporando a los rankings internacionales, incluso atrayendo emprendedores e inversores de los ecosistemas más maduros.

Digamos que a lomos de esas experiencias es relativamente sencillo explicar el origen del éxito pretérito. Pero me temo que vamos a necesitar nuevas mediciones, nuevos modelos, nuevas asociaciones de ideas si queremos encontrar la fórmula para nuestro territorio. Siempre me ha resultado chocante que ecosistemas que mueven miles de millones de euros y son el origen de las grandes compañías globales que dominan el mundo, dediquen tan poco esfuerzo a reflexionar sobre modelos de innovación y análisis más allá de los ranking de inversión. O quizá no existe tal paradoja.

Sea como fuere, hay al menos dos ideas básicas que todos los informes ponen de relieve como fundamentales en aras de impulsar un ecosistema tecnológico de primer nivel: la financiación y los inversores por un lado, y la acumulación (atracción y retención) de talento. Una vez puestos ambos a rodar, y creando un cierto caldo de cultivo (espacios de coworking, eventos y actos de networking, principalmente), parece que la cosa suele acabar bien.

Pero ¿qué puede hacer una administración local y regional para convertir un territorio, relativamente atrasado en términos tecnológicos, en un hub de innovación? Aquí las respuestas comienzan a ser más complejas. Porque es obvio que buena parte de los modelos son irrepetibles (Silicon Valley o Israel por citar dos muy claros al respecto), y además la inmensa mayoría se han desarrollado en grandes ciudades y zonas metropolitanas con gran densidad de población y de recursos de todo tipo.

Digamos que resulta más sencillo convertir a una ciudad de uno o dos millones de habitantes en un hub tecnológico (de hecho, a menudo se convierte ella sola sin nadie al timón) que una comarca rural donde la población apenas suma unos cuantos miles de personas.

El año que viene habrá elecciones municipales y autonómicas en nuestro país, y, teniendo en cuenta la situación económica tan compleja por la que atravesamos y las enormes transformaciones que está sufriendo la sociedad y los sectores económicos de la mano de la tecnología, la creación de hubs tecnológicos como gran promesa de progreso futuro se puede convertir en un reclamo electoral importante. De hecho, no me cabe duda de que no habrá partido político que no prometa convertir su ciudad, su provincia o su comunidad en el nuevo Silicon Valley.

¿Se acuerdan ustedes de todas las ciudades españolas que en los últimos años impulsaron un gran proyecto de smart city? ¿Han notado ustedes alguna diferencia en su vida diaria al respecto? Ya les digo que no se sorprendan en exceso si comienzan a escuchar con frecuencia la expresión ecosistema en boca de los dirigentes que le pidan su voto. Vista la experiencia con el término inteligencia nos podemos temer lo peor.

Lo que sí es evidente es que necesitamos reinventarnos en muchos territorios, que nuestros sectores tradicionales requieren un proceso intensivo de innovación y de transformación, y que la germinación de hubs de startups y empresas tecnológicas va a marcar la diferencia entre los territorios que encararán el bienestar futuro con mejores cartas para su ciudadanía.

En España hemos tenido poco éxito en impulsar estos ecosistemas de innovación. Las políticas tradicionales de I+D+i suelen olvidarse precisamente de esta “i” en minúscula (el hecho de que vaya en minúscula ya es en sí misma una declaración de intenciones). El modelo de innovación basado en la conocida como “transferencia de conocimiento” articulada en torno a Parques Científicos y Tecnológicos vinculados a universidades no ha conseguido impulsar un modelo exitoso, más allá de algunos casos puntuales. Esa es la realidad y deberíamos ser consciente de ello. De hecho, en mi opinión, debería revisarse en profundidad este modelo por muy asentado que se encuentre en todo el país.

Me permito apuntas algunas reflexiones de carácter general que, en mi opinión, deben tenerse en la cabeza a la hora de articular estos hubs tecnológicos.

  • Un ecosistema de innovación no sólo está formado por startups, inversores, aceleradoras, incubadoras y corporaciones. El sector público, le guste más o menos a los agentes tradicionales del ecosistema, y también al propio sector público, forma parte del mismo. Otra cosa es que haga bien su papel e impulse, e incluso lo lidere, o que sea un freno por un intervencionismo mal entendido. El caso es que el sector público debe ser consciente de su rol fundamental para crear un entorno propicio en el que el ecosistema debe florecer.
  • Los formatos de colaboración público/privada van a ser fundamentales para impulsar estos ecosistemas, sobre todo allí donde no existe una masa crítica de startups, emprendedores e inversores. Precisamente el rol del sector público debería enfocarse en encontrar e impulsar esas valencias entre el resto de agentes: universidades, centros de innovación y empresas tradicionales con emprendedores y startups. Y también analizar con sumo cuidado si debe parcialmente suplir, y hasta qué punto, a algunos actores: cogobernanza, coinversión, coincubación y coaceleración.
  • Estos modelos exigen tener una visión a largo plazo. Vivimos en un mundo acelerado, sí, pero sólo si nos ponemos unas gafas de largo alcance conseguiremos el objetivo. Puede que haya elecciones cada cuatro años, puede que los emprendedores no contemplen en sus proyectos horizontes más allá de unos cuantos meses, pero alguien debe elevarse sobre el ritmo frenético del día a día y establecer una estrategia pausada, constante y de largo recorrido. Y aquí la responsabilidad debe ser compartida entre el sector público y el propio ecosistema, de forma que sus respectivos interlocutores deben ser conscientes de esta variable temporal.
  • Igual que cada país debe encontrar y definir su propio modelo de Startup Nation con arreglo a sus condiciones de partida, cada ciudad y cada territorio debe saber impulsar el suyo. Hay dos modelos emergentes en nuestro país que pueden servir —por partir de modelos diferenciados y relativamente cercanos— para ilustrar las alternativas. En Valencia, un ecosistema vibrante de startups, emprendedores e inversores ha sido el que se ha autoorganizado y después ha convocado al propio sector público para que actúe y apoye el crecimiento del ecosistema local (modelo down/top). Por el contrario, en el caso de Málaga ha sido el liderazgo del Ayuntamiento y su visión de largo plazo lo que ha atraído finalmente a startups, emprendedores, inversores y corporaciones tecnológicas (modelo top/down). A veces las recetas del éxito no se deben cocinar en el mismo orden.
  • Creo que debe aprovecharse la estela que está dejando la ley de startups estatal que ahora mismo se encuentra en tramitación parlamentaria, para desarrollar leyes de impulso a los ecosistemas locales y regionales. Las demandas tradicionales del ecosistema tecnológico suelen hacer referencia a medidas que tienen su acomodo en políticas estatales (marco fiscal, seguridad social, leyes mercantiles, VISAS, etc), pero en los ámbitos locales y regionales también existe un margen importante para impulsar políticas públicas en el ámbito de las competencias de ayuntamientos y, sobre todo, de comunidades autónomas.
  • Además de proyectos singulares de cada territorio, las administraciones territoriales deberían coger el testigo de la ley de startups estatal e impulsar dos líneas de medidas: en primer lugar, desarrollar modelos de sandbox (bancos de prueba) en los diferentes verticales en los que hay competencias exclusivas o compartidas (vivienda, turismo, sostenibilidad, transporte, etc.); la segunda, trabajar en el impulso de modelos de compra pública innovadora (CPI), algo de lo que se habla mucho pero al que las administraciones españolas no acaban de encontrarle el punto. En un país donde casi el 50% del gasto total corresponde al Sector Público, deberían garantizarse que las startups y compañías innovadoras pudieran participar en igualdad de condiciones de los concursos y los proyectos que impulsa nuestro Estado.
  • Como se decía al principio es más fácil pensar en modelos donde ya existen ecosistemas sólidos o en formación (Madrid, Barcelona, Valencia, Málaga, Bilbao…) que en aquellas ciudades y municipios donde no existe una gran concentración urbana. Existen algunos modelos que se están probando y que todavía necesitan un recorrido para conocer sus resultados, pero en mi opinión la competencia cada vez más feroz por la inversión y el talento va a exigir introducir la variable especialización. Es difícil que en la España menos urbanizada se instalen miles de startups de decenas de verticales, pero sí que es factible que surja un hub especializado o vinculado a una industria concreta. Señoras y señores: necesitamos pensar en claves de clusters, aprovechen las condiciones iniciales de sus territorios, hablen con emprendedores y busquen en ese tipo de fórmulas. No van a poder sembrar en su municipio la semilla del próximo Spotify porque así lo determine un plan estratégico, quizás el mejor ecosistema puede salir de sus cultivos tradicionales, de su industria original, o de sus recursos naturales, culturales o patrimoniales.
  • Finalmente, si usted es un dirigente político que quiere hacer estas cosas en su ciudad o territorio le recomiendo crear la figura del embajador tecnológico y del emprendimiento. No basta con tener una empresa pública o un organismo autónomo o una dirección general de emprendimiento, innovación o tecnología. En un contexto de fuerte competencia nacional e internacional va a necesitar dotarse de unos servicios diplomáticos especializados en innovación, tecnología y emprendimiento que dominen las grandes tendencias presentes en la esfera global, que conozcan ese terreno y a sus actores, y, sobre todo, que tengan peso político en los futuros gobiernos, es decir: que tengan capacidad presupuestaria y legislativa real. Es otras palabras, que manden de verdad. Ya no vale con figuras decorativas de cara a la galería.