Juan del Val, conocido hoy por su éxito como escritor y colaborador televisivo, tuvo un pasado mucho menos glamuroso.
Antes de las cámaras, los libros y los platós, hubo un joven de barrio que se ganaba la vida como podía.
Su paso por la construcción, durante tres años de trabajo duro, comenzó con un episodio que él mismo describía, el pasado jueves en El Hormiguero, como un absoluto desastre... y que jamás ha conseguido olvidar.
Del Val aterrizó en el mundo de las obras con apenas 17 años. "Era muy niño", recuerda, y llegaba a ese empleo empujado por lo que describe como un "fracaso indiscutible".
Aunque insiste en que trabajar en la construcción no tiene nada de malo, su primer día fue una bienvenida brutal al oficio.
Su tarea inicial parecía sencilla: transportar unas "probetas de hormigón" que debían llevarse a la depuradora donde estaban vertiendo la mezcla. Cada una pesaba 25 kilos, así que, con dos en las manos, cargaba la friolera de 50 kilos.
Con ese peso a cuestas y en un estado que él define como de "casi inocencia", caminaba hacia el punto donde debía depositar las probetas.
Entonces vio una zanja. Sus ojos dijeron "está seca y dura". La realidad dijo lo contrario.
Nervioso, despistado o simplemente confiado, dio un paso... y su caída fue inmediata. Tal como él mismo lo contó: "Según metí los pies, era m... de la depuradora".
El peso de las probetas y la viscosidad del terreno hicieron el resto: se hundió hasta la cintura. Estaba, literalmente, "en la m...".
Y como si el chapuzón en desechos no fuera suficiente, vino lo peor: la humillación pública.
De albañil a Premio Planeta
Al salir de la zanja, empapado y cubierto, nadie corrió a socorrerle. "Todo el mundo por allí alrededor se reía", le explicaba el escritor de 55 años a Pablo Motos.
Del Val sintió un "dolor alucinante", mezcla de vergüenza, frío y estupor.
Para limpiarlo, la escena no fue precisamente digna: "Me regaron para quitarme la m... con la manguera".
Acabó tirando la ropa. Le dieron un mono de trabajo, una prenda que odiaba igual que las tarteras, que además estaba salpicado de hormigón seco.
Pero aquel día parecía decidido no darle tregua. Cuando llegó el momento de calzarse, la situación rozó el absurdo: solo había dos botas de goma... y las dos eran del pie izquierdo.
Tuvo que ponérselas además "sin calcetines", lo que convertía cada paso en un festival de sudor.
Y por si fuera, llegó el remate: "Es que las botas eran del 43 y yo tengo un 46".
Un tormento físico y moral que convirtió su primera jornada laboral en una experiencia "absolutamente desoladora".
A esa altura del día, Del Val ya se hacía preguntas que sonaban a crisis existencial: "Yo decía, '¿Por qué? ¿Por qué estoy aquí?'".
Era inevitable comparar su miseria momentánea con la vida de su hermano, que estudiaba Ingeniería de Caminos y no tenía que meterse literalmente en la m... para ganarse la vida.
Ese infierno marcó el arranque de sus tres años en la obra, una etapa que hoy cuenta con humor, pero que entonces le enseñó que la vida, a veces, te obliga a pisar -y hasta hundirte- donde menos imaginas.
