La historia de Joaquín Sabina (76) y Jimena Coronado (56) es una de esas que no necesitan artificios para brillar. Basta con mirar atrás, a aquel día de 1994 en que una joven fotógrafa peruana llamó al timbre del hotel donde se alojaba el cantautor en Lima, para entender que hay encuentros destinados a cambiarlo todo.
Ella iba a hacerle unas fotos. Él abrió la puerta. Y, sin saberlo, ambos estaban inaugurando una de las relaciones más longevas, discretas y sólidas de la música en español.
En aquellos años, Sabina vivía un torbellino emocional y profesional. Y fue precisamente en medio de ese huracán donde Jimena se convirtió en un refugio.
Una presencia serena y firme. Una persona capaz de acompañarlo en sus excesos y en sus ausencias, pero también de sostenerlo en sus silencios.
Con el paso del tiempo, su vínculo dejó de ser simplemente una historia de amor para transformarse en un hogar emocional.
No en vano, el propio Sabina ha dicho una frase que condensa como pocas su devoción: "Jimena lleva 30 años organizando mi caos".
Y no exagera. Ella estuvo ahí tras su accidente en 2001, en sus recaídas anímicas, en los miedos que a veces no confesaba en público.
Fue su brújula cuando él prefería la noche larga. Su compañía imprescindible cuando las luces del escenario se apagaban.
Durante más de dos décadas fueron pareja sin papeles, hasta que finalmente se casaron el 29 de junio de 2020 en una ceremonia íntima en Madrid.
Allí solo estuvieron los más cercanos, como si ambos estuvieran sellando un pacto que ya llevaban años cumpliendo: caminar juntos pase lo que pase.
Sabina no suele hablar en exceso de su vida privada, pero cuando lo hace sin rodeos, con esa mezcla de ironía y ternura que lo caracteriza.
El amor de Sabina
En una de sus reflexiones más recordadas dijo: "Nunca imaginé que iba a poder vivir con alguien 30 años y al hablar de ella no ponerle ni el más mínimo pero".
Es una declaración que no solo conmueve, sino que revela la profundidad de lo que han construido. Un amor sin maquillajes. Sin grandilocuencias. Sostenido en los días buenos, pero sobre todo en los malos.
Hoy, Jimena sigue siendo la figura que equilibra la vida del artista. La que cuida, la que acompaña, la que aterriza. Y Sabina, consciente de eso, deja escapar en cada entrevista un destello de gratitud.
La suya es una historia que toca porque es real. Porque no idealiza. Porque está hecha de complicidades silenciosas, miradas cómplices y batallas compartidas. Un amor que, como las buenas canciones, se vuelve cada año más hondo.
En la actualidad, Sabina está transitando por un momento cargado de emoción y profundidad: con 76 años y una trayectoria que ya forma parte de la historia de la música, ha decidido que su gira Hola y Adiós Tour sea su despedida de los grandes escenarios, que finaliza el próximo 30 de noviembre en Madrid.
