Nos deja la programación veraniega televisiva igual que a un perro atropellado. Cual bulldog recién vapuleado en cualquier punto negro de una carretera nacional semidesértica y tras los rigores de la puñetera operación retorno. Con las tripas fuera, al borde del otro barrio, agostados frente a una pantalla vacía. Consumidos bajo un ochomil de caspa, requemados por el sol que más zapea, hartos de soportar el ponzoñoso e indigesto contenido de los infumables programas que han decidido endiñarnos otro agostito más. La cosa nos ha dejado el cuerpo como si esto fuesen los daños colaterales de un resacón de mojitos de salfumán. Y los directivos de TVE, que llevan algunos años sin cortarse un pelo de su engominada cabellera, han elegido, para sus sobremesas, todos los capítulos de Curro Jiménez. De tirón y en vena aorta (sin aneurismas).

¿Por qué tanto odio? ¿Es que, durante este invierno, nos hemos portado tan mal?

Novedad catódica (siempre, eso sí, que demos por hecho que seguimos estando en pleno 1976, sobrellevando el luto por el Caudillísimo, como algunos programadores del ente público fantasean en sus ensueños, medio adormilados en el sillón de sus mullidos despachos).

Estamos en plena era Netflix. Vivimos, a tope, el momento HBO. Llegó hace años el tiempo de las series televisivas entendidas, por los avispados productores, como la nueva literatura de la década. Sin embargo, llega el listillo de turno a los despachos de TVE y propone, como gran apuesta estival, la reposición completa de una serie de bandoleros que se estrenó hace la friolera de 40 años. Y el resto compra la idea del tipo sin dudarlo un nanosegundo. “Ahí queda eso. Ahora que todo dios va de serieadicto, lo petamos desempolvando del cajón de la Piquer este pedazo de culebrón y nos ahorramos de paso una pasta”, debió de pensar, el gerente de la cosa, antes de pirarse al Caribe de vacaciones. Y nos calzaron, al completo, Curro Jiménez.

Otra cosa, muy distinta, es que hayan tratado de apelar a nuestra nostalgia y pretendido, con esta reposición decimonónica, que rememorásemos todos juntos las glorias de una televisión pasada. Que la hubo, por supuesto. Y en algunos casos mucho mejor que la actual… Sin embargo, me temo que no van por ahí los tiros. Estos de TVE, al parecer, actúan como los malos malosos de manual de un espagueti western. Primero disparan; después, preguntan. O pasan de preguntar. ¿Para qué? Si, emitan lo que emitan, aquí nadie se queja. Optan, entonces, por masacrarnos a todos. Por emitir antigüedades como si fueran oro.

Por lo menos han descansado este año, dejando de pedalear por unos meses, los sufridos ninis de ‘Verano Azul’, otra de esas míticas series nacidas para una eterna reposición que muchos compatriotas conocemos casi de memoria. El Piraña, Tito, Chanquete, Julia y el resto de ese escuadrón suicida del españoleo setentero, se han tomado un largo respiro gracias a la nobleza baturra de Curro Jiménez, metáfora cabalgante de la España actual. Una historia de violencia bandoleril que se ve, casi medio siglo después de su rodaje, como si fuera un prodigioso documental sobre nuestro politiqueo actual. Lo clavan, Curro, El Estudiante y El Algarrobo, encarnando los valores chungos del perfecto apandador. La cosa, vista así, en las calurosas sobremesas estivales, da hasta para coger apuntes. En la España de las ratas y de los Ratos esta serie viene a ser como una especie de tutorial para futuros chorizos. Y olé.

Aunque, a diferencia de lo que ocurre hoy en día, por lo menos aquellos bandoleros tenían una dignidad propia que fue lo que acabó, en algunos casos, por convertirlos en leyenda. Hoy ya no hace falta que empuñen el trabuco y se echen al monte. Les basta con llevar las cuentas en los archivos de un PC desde la calle Génova. Han cambiado la mítica por la máxima desfachatez. Visten corbata y cuentan con carta blanca para afanar dinero ajeno. Y así nos va. De seguir esto así, acabaremos echando de menos, por una sola vez, al viejo Chanquete y su destartalado barco. Y si no, al tiempo. Visto lo visto en el ente público, 40 años no son nada. ¿O sí?