¡Esto no lo arregla ya, Sarita, ni tu Íker comiéndote los morros a pie de portería guardametil tras la final de un Mundial! ‘Quiero ser’ es un fiasco. Un producto friqui, descerebrado, vergonzante, patético, agotador. Un concurso infumable y mil veces visto. Apostabais, en un principio, por encontrar a la joven española que cree tendencia e inspire a cientos de mujeres con su indumentaria. Lo que en el País de las Maravillas Estilitontosas definís como ‘influencer’. La ‘tontolaba’ global, vamos.

La cosa ha derivado, sin embargo, en cuestión de cuatro días, en una pelea de chonis con exceso de ínfulas. Y luego está lo tuyo, Saritísima. Así da gusto presentar hasta guerras mundiales. Apareces cuatro nanosegundos diarios y dejas el marrón a los profesores del engendro. A Cristo Báñez, Dulceida y Madame de Rosa, diseñador y blogueras respectivamente. Tres patas para un banco demasiado incómodo como para sentarse en él.

Currela menos esta Sara Carbonero que los Tres Reyes Magos de Oriente, que sólo lo hacen una vez al año. Y, para más inri, se ve la pobre relegada a Divinity tras el batacazo telecinqueño anunciado. ¿Divinity? Eso mismo. La primita en serie b de la cadena amiga. De seguir así, en este plan de caída catódica libre, pasará este ‘Quiero ser’ a emitirse como apartado eroticocultural de ‘El gato al agua’, en Intereconomía TV, la cadena del facha furibundo.

¡Sarita, aplícate un poco más, reina mora, porque, como sigas así, en este cutre plan, te veo presentando el telecuponssssito en una tele local de cualquier región perdida! ¡Échale algo más de ganas, mujer! ¡Te aseguro que hay vida, y mucha, más allá de lo que te escriben en el ‘teleprompter’! ¡Prueba a repetir en voz alta lo que te dice esa vocecilla que, si prestas atención, escucharás dentro de tu cabeza! ¡Échale más desparpajo! ¡Que tú sabes!

Me gustaría poder escribir, y hasta gritar a los cuatro vientos desde mi balcón, que alguien o algo brilla un poco, cual diamante falso, entre tanto descerebre y ‘fashion’ insulsa. Pero no puedo. Los tres profes del concurso, por ejemplo. Son de traca. De mascletá. De bomba de neutrones. Empezando por Dulceida, la más suelta de los tres. Lo que provoca esta chica en el espectador medio es difícil de explicar. Complicadillo resulta. Al igual que la tal Madame de Rosa, que se las da de supertacañona intransigente. Y lo del tal Cristo viene a ser un cristo en sí mismo. Un tipo curioso este diseñador que hace de su excesivo amaneramiento su propio ‘trending topic’ andante. Pero todo esto es una simple especulación subjetiva y no me atrevo a profundizar en la cuestión. Así que mejor lo dejo para otro día.

Las seis aspirantes a ‘influencers’ son un quiero y no puedo con guinda final de laca y mechas rubias. Seis miniarpías, chonis encubiertas, dispuestas a devorarse entre sí a las primeras de cambio. Entra una nueva. Reyes Moreno. De 25 años. Natural de Jerez de la Frontera. Y se presenta cantando flamenquito. “Quiero darlo todo y crear un estilo propio, personal”, nos advierte. ¿De dónde ha salido esta chica? Dos días más ahí dentro y reinventa el ‘chonismo’.

Por lo demás, al menos aprende uno a combinar bien una chaqueta viendo este bochornoso concurso. Nos ayudan a toparnos con nuestro ‘influencer’ interior. Y resulta, de pronto, tan artificial como la pronunciación de toda la gente que aparece en el programa. ¿Acaso los obligan, por contrato, a hablar con ocho chicles bazookas en la boca?

Quiero ser, no. Quiero ver. Quiero ver a la ‘divinity’ Sara Carbonero algo más de cinco nanosegundos al día. Quiero verla presentar algo. Quiero que improvise de una maldita vez. Quiero que cambie esa cara de disgusto que tiene y nos regale una sonrisa. Pero sé bien que todo eso es pedir demasiado. O ‘seassss’.