Otra televisión es posible. Sí. Sobre todo en estos tiempos confusos que corren donde todo, o casi todo, parece estar reorientado a dar en la diana de esa generación ‘youtuber’, para la que todo lo televisivo adquirió hace décadas visos de antediluviano. Es posible otra tele. Sí. Pero no aquí, en Españiquistán, donde confundimos ‘entertainment’ con ‘cansino’ y somos incapaces de aportar, de cara a la sexta galería, una sola idea original. Que inventen ellos, nos decimos, desde siempre, muy ufanos. Fotocopiamos formatos a destajo y pensamos que basta con darle un toque nuestro –o sea, con invitar a ‘Macario’ Vaquerizo, El Langui o Fonsi Nieto– para que no se note el chapucero corta y pega. Para que la cosa pase por producto original. Es el caso.

Me pregunto yo, y se lo pregunta cualquiera que haya pasado cinco minutos pasmado frente a este ‘Vergüenza ajena made in Spain’, adaptación española para MTV del que presenta en EEUU el ‘skater’ Rob Dyrdek, ¿qué necesidad había de ‘piratear’ este formato si ya veíamos, en su séptima temporada, el ‘Ridiculousness’ original? La respuesta, en el viento.

Eso sí, lo que son diferencias, haberlas, haylas. Como las meigas coruñesas. Tantas como a uno le apetezca contar. Empezando por ese tonillo verdaderamente gamberro y desenfadado que pierde la copia tras la adaptación. No. No vale con tirarse media hora soltándole ‘colega’, ‘hermano’, ‘colegui’, ‘colegas’ o ‘coleguiers’ a toda cámara que se cruce en tu camino para que fluya, hasta el otro lado de la pantalla, el pretendido rollete de hermandad. ‘Vergüenza ajena’. Nunca antes el título de un programa resultó tan definitorio.

Buscar a toda costa la frescura, en los platós televisivos, puede producir el efecto contrario, además de provocar somnolencia. Muy frescue todo, sí. Como las sardinas. Pero se trata, y siempre se tratará, de una frescura postiza. “¡Qué pasa, peña!”, “¡Hola, guapísimas!”, “¡Troncoooooos!”, “¿Traéis el diafragma preparado para poner caras?…”. Este es el plan.

Es decir, una mezcla bastante raruna de algo que queda a medio camino entre ‘El Club de la Comedia’ (para ‘dummies’) y ‘Vídeos de primera’. Pero remite, sin pasar por caja, a tiempos pretéritos. Un ‘Humor amarillo’ viejuno, sin gracia. Mala copia de un buen formato que nos traslada, a la fuerza, a un mundo de gorritas hiphoperas y actitudes chanantes que no acaba de funcionar. Presentan tamaño bodrio el actor Luis Fernández, un tal Mbaka Oko y la Corina que protagonizó la primera edición de ‘Un príncipe para…’ y algo más tarde se pasó a ‘Mira quién baila’. Eso sí, por mucho que lo patrocinen las salchichas de Oscar Mayer, esta versión ‘spain’ del programa se acaba atragantando un poco a partir del minuto tres.

Será por vídeos. De animales soltando tarascadas al personal. De superhéroes caídos. De conciertos que acaban a puñetazos. Sin embargo, da la sensación de que, por mucho que se empeñen en sorprendernos, ya los hemos visto todos. De poco valen aquí las caballunas risotadas de una Corina de lo más entregada a la causa mientras sus ‘coleguis’ comentan los batacazos con muy poca gracia. “Te lo juro que nunca había visto a un japo con los ojos tan abiertos”, confiesa ella. Y celebran todos ellos la ocurrencia con más carcajadas porque, como reza una sentencia sobreimpresa en la pantalla, “las risas entre colegas son más risas”.

Mal asunto cuando lo único bueno que puede decirse de la cosa es su corta duración.

Y así, partiéndonos la caja de los males ajenos frente a la caja tonta, nos enteramos de que a nuestra espalda pasa de largo eso tan maravilloso que llamamos vida.

Hora de seguir zapeando.