¿Quién nos lo iba a decir? Hemos pasado, en mitad del fragor de esta crisis global, de exportar talentos mediante la llamada migración altamente cualificada, o emigración de profesionales y científicos, a mandar a otros países, de paseo verbeneril, a chonis ‘descerebradas’ y a machos alfa supermegafiesteros. ¡Llega ZP a darse cuenta de que la solución estaba en los pimpollos de ‘Gandia Shore’ y remata mucho antes nuestra deuda con la emisión de estos Ni-nis del Estado!

La culpa, más que del chachahá, es de MTV España y de ‘Super Shore’, el reality que reúne lo más granado de la morralla ‘shore’, ahora en plan multicultural, hipercirílico y transnacionalizado. Un sindiós absoluto. Las Olimpiadas del Aberre. El súmmum de la insensatez televisiva. ¡Canis y gambiteros del mundo, uníos en torno a una yonquilata de Red Bull! ¡Con extra de vodka garrafonero!

‘Super Shore’, cuyos primeros coletazos transcurren en la isla de Miconos (¡pobres griegos! ¿Sabrán la que se les ha venido encima? Les toca comprobar ahora que la prima de riesgo, en realidad, era una choni recién salida de un programa garbancero), mantiene todos los elementos de la moderna telebasura. Empezando por la pasión por todo lo espídico, que convierte en axioma el proverbio surrealista: “La violación es el amor de la velocidad”. Con una versión exagerada y amarillista de los hechos más cotidianos: la conducta de una juventud que pasa sus días de vacaciones en un infierno lisérgico y supuestamente amoral. Los bisnietos perdidos de la ruta del bakalao aparecen, como la niña fantasma, al final de cada curva.

Pero el mayor mérito del programa estriba en su megadespliegue de ni-nis por metro cuadrado. Verlos ahora juntos es un privilegio, aunque digno de arcadas. Son el centro del universo de infamias de esta nueva sociedad en la que nacemos, crecemos, nos ponemos cada noche hasta el culo de pastis, nos reproducimos (¡el que pueda, claro!) y, finalmente, morimos con media sonrisa grabada en la boca. Es una mediocridad digna de MTV España.

Karie, Igor, Fernando, Elettra… Italianos, brasileños y mexicanos se suman al desfase ‘shore’ y lo hacen de la mano de tres conocidos viejóvenes: Arantxa, Abraham y Esteban. Una multitud. ¡Ah, y Venancio. Que así se llama el gato que les han metido en el casoplón! Pobre minino. Lo que le queda que aguantar a ese Venancio. Siete vidas no son nada junto a esta tropa… Mientras tanto, a los pobres televidentes españoles nos toca seguir, ojipláticos y anonadados, sus sandeces eroticofesticas. Sexo, locura y reguetón. No resulta fácil quedarse con uno. Aunque Karime, mexicana, me conquista inmediatamente gracias a su alta cultura y don de lenguas: “Llego a la casa, perrísima, sin bragas”. “Ya me vi ‘cogiendo’, o, como se dice por acá, ya me vi follando”. “Soy perrísima. Siempre tengo la sensación de que me sobra ropa”. “Hagas lo que hagas, quítate las bragas”. Y en este plan.

Paradoja existencial. Patafísicos ‘pelotes’. Pechos recauchutados y, exageradamente, pixelizados. Calentones bajo la alcachofa de la ducha. Vigorexia generalizada. ‘Bulto’ al cuerpo y a los ‘tatoos’ mancomunicados. No hay más que reparar en Esteban, otro de nuestros ‘enviados’. Un Albert Camus de la nueva era: “No sé qué me pasa, pero siempre empiezo haciendo el amor y acabo follando”. Se junta el bueno de Esteban con otros dos machos alfas mexicanos y lo primero que comparten es cómo se dice cipote u ojete en sus respectivos países. El nivel sube varios enteros. La RAE, por la parte que le toca, explota.

Mane, otra mexicana ‘mescalera’ (¡qué cansinez!). Demuestra nada más abrir la boca que ‘shorismo’ y buena educación, en su caso, están reñidos de por vida: “Voy a demostrar a los españoles el significado de ser una cabrona”, dice. Si hay que elegir, si no nos dejan otro remedio, a las malas, me quedo con la mononeuronal Arantxa, la nuestra. La de siempre. Oír razonar a esta chica es abrir, por unos segundos, la Puerta de Tannhäuser para asomarse al exterior de la señorita razón. “No puedo vivir sin salir de fiesta, pero tampoco puedo estar sin mi familia”. “Estoy loca, pero soy enamoradiza”.

Los dejé en su primera salida nocturna por algunas discos de Miconos. Yo ya no podía más. Agotado estaba. Bailaban todos, cual primates enfervorecidos, encima de las mesas de cada local griego. Y la cosa pintaba lo suficiente mal como para acabar mostrando, en plena acción, las gonorréicas ruinas de un trío ‘sepsual’ (Esteban, Fernando y una dudosa milf que se lo montó de espontánea sin miedo a la plaza taurina). Prometen alcanzar, en un par de entregas más, altas cotas de patetismo catódico. No digáis luego que no estabais avisados.