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Con buena melena rubia aparecía Ángel, de 30 años, DJ y tatuador de Valencia en el restaurante de First Dates.

Tatuajes en la cara, gran tatuaje en el cuello, piercing bajo el entrecejo y piercing en el cartílago de la nariz.

No se podría culpar a cualquier persona mayor que se cambiara de acera cuando se cruzase con él. Pero no se debe juzgar el libro por la portada.

Lo único en lo que me queda tener fe es Dios”, revelaba el valenciano. Todo un hombre de creencias. “Si no fuese porque creyese en Él, no sé donde estaría”, añadía.

A pesar de ser un hombre de fe inquebrantable, el tatuador se consideraba todo “un moderno”.

Aunque siempre hay peros: “Soy moderno en todo menos en las relaciones. Me gusta más a la antigua, ahora son líos de una noche. En el amor soy tradicional". Pues eso, un hombre de una sola mujer.

¿Le gustarán a Ángel las chicas modernas y tatuadas?

“En una chica me fijo en que sea bonita y buena persona. Que sea un ser de luz, no quiero un ser oscuro porque bastante tengo conmigo”, explicaba. Se conoce que el bien y el mal luchan dentro de Ángel, que no demonio.

Es más, para el joven no es requisito indispensable el gusto por la tinta. “Si la chica es normalita, pija y sin piercings no pasa nada”, contaba.

Su cita fue Sandra, zaragozana afincada en Madrid de 23 años y que se define como “goti-choni-emo”. Es decir, a mitad de camino entre las chonis de toda la vida y las góticas de siempre.

Sandra, 23 años, se define como goti-choni-emo en 'First Dates' Mediaset

De entrada parecía que había feeling y química, fomentada por la situación de búsqueda de empleo de ambos. Ángel y Sandra conversaron sobre la psoriasis de ella y tatuajes. Y sucedió la revelación.

En el pecho llevo tatuada la cruz de Dios”, desvelaba el valenciano. Ella le preguntaba si era católico a lo que él matizaba: “Creo en Dios”. Ella le contestó con “damn”, que significa maldición en inglés. Moderna y blasfema, en este caso.

“No suelo ir mucho a la iglesia, pero sí que creo en Dios, en Jesucristo”, agregaba Ángel. Sandra, por otro lado, no cree nada en Jesucristo.

Es más, se considera “un poco bruja”. “¿Cómo le digo a este chico que tiro más para lo satánico?”, sopesaba en el confesionario.

Parece que no hubo problema porque la conversación subió de tono rápido. No se puede reproducir aquí, pero sí fue bastante explícita.

La lucha entre el cielo y el infierno -o el ángel y el demonio- acabó como tuvo que acabar: cada uno por su lado.

Sandra lo tuvo claro: “Me echa para atrás que creas en Jesucristo y que los dos somos activos en la cama”.