El posicionamiento estratégico de las distintas regiones en el mundo es algo extremadamente interesante, y además, muy dinámico. 

Sin duda, los Estados Unidos tratan de fomentar la innovación a toda costa incluso relajando cuestiones que probablemente no deberían relajarse, lo que ha hecho que sean capaces de crear varias de las compañías más grandes del mundo. Para ello, se han apoyado en una legislación que tiende a no solucionar los problemas hasta que estos ya se han producido: de haber nacido en Europa, es muy posible que Facebook, por ejemplo, nunca hubiese llegado a servir como herramienta de manipulación electoral o incluso de incitación al genocidio… pero a cambio, no habría crecido tanto como ha crecido. 

China es un caso muy diferente: obviamente, intenta jugar la baza de la innovación para competir con los Estados Unidos, pero su jugada proviene de haber sido durante mucho tiempo un líder en costes laborales unitarios. La transición del “made in China” al “engineered in China”, sin embargo, lleva tiempo progresando fuertemente, y de hecho, China es el país que más ha avanzado en tecnologías como la robotización y la mecanización de la producción. 

Un porcentaje muy significativo de los robots industriales del mundo están en China, lo que demuestra que hace tiempo que el gobierno del país, que lo gestiona literalmente como si fuera una gigantesca corporación, ya no juega a la supremacía en costes, sino a otro juego muy distinto. Compañías como Huawei y otras fuertemente restringidas por los Estados Unidos con la excusa de supuestos espionajes nunca demostrados, registran más patentes que ninguna otra compañía en áreas muy punteras, y se convierten en líderes de innovación al nivel de muchas compañías norteamericanas. 

Además, China descubrió hace años que podía jugar a otro juego: dado que poseía la ventaja de tener un mercado cuantitativamente inmenso, se planteó que tenía la posibilidad de imponer las reglas para todos aquellos que quisieran acceder a ese mercado. Así, se considera perfectamente autorizada a decidir qué compañías pueden estar presentes o no, qué productos pueden ser lanzados o no, o de marcar las condiciones para la entrada de cualquier compañía extranjera, que debe, por ejemplo, tener un cierto porcentaje de directivos chinos o del capital en manos chinas. 

China es el país que más ha avanzado en tecnologías como la robotización y la mecanización de la producción

La Unión Europea, en cambio, juega a otro juego. Dado que su sistema legal promueve la protección del consumidor por encima de todo, no es capaz de generar demasiada innovación: un sistema que trata de prevenir y anticipar todo posible efecto nocivo no es especialmente amigable para el innovador, y si a eso le unimos un mercado fragmentado, con varios idiomas importantes, legislaciones diversas y culturas no siempre homogéneas, peor aún. 

Visto eso, y dado que la aparición de innovadores locales era muy restringida, la Unión Europea comenzó a jugar la baza de la legislación. Un intento de establecer una cierta “supremacía moral” en torno a la innovación, que presumía de intentar evitar posibles daños al consumidor o al mercado en virtud de posibles peligros. Esa posición ha permitido a la Unión Europea imponer enormes multas a compañías que juzgaba que restringían la libre competencia, que perjudicaban o podían perjudicar al consumidor, o que no respetaban las reglas del mercado. 

Ahora, tras la promulgación de la Digital Markets Act (DMA), ha incorporado un mecanismo adicional: una ley que impone una serie de reglas, pero que lo hace solo a aquellas compañías que considera que se encuentran en una posición de dominio, a los que llama gatekeepers, o guardianes de acceso. Así, una ley estática que marca normas, deja de ser universal y adquiere cierto dinamismo, el que le da la posibilidad de designar esos gatekeepers en función de la evolución del mercado. 

Así, que ahora veamos que, nada más promulgarse la DMA, los gatekeepers comiencen a desfilar por su punto de mira como si fuera una pasarela es algo perfectamente normal: es, simplemente, empujar un bloque lleno de aristas hasta que pase por el agujero que le hemos marcado. A Google y a Apple les reprochamos que sus tiendas de aplicaciones restrinjan muchas cosas a los desarrolladores —como el no poder cobrar como les dé la gana, entre otras cosas— y a Meta, el que plantee a los usuarios un modelo en el que o bien pagan, o renuncian completamente a su privacidad, que es según la Unión Europea, un derecho fundamental irrenunciable. 

¿Qué ha hecho la Unión Europea? Por un lado, plantear el funcionamiento de sus mercados desde una perspectiva mucho más garantista. Por otro, hacerse fuerte en el hecho de que somos un mercado de 448 millones de habitantes con un poder adquisitivo medio muy superior al de otros mercados, y que si quieres acceder a él, vas a tener que pasar por el aro, por sus reglas. Es decir, un comportamiento relativamente similar al de China en su momento. 

La Unión Europea comenzó a jugar la baza de la legislación

¿Debemos reprochar a la Unión Europea que trate de regularlo todo? No, dado que lo que trata de hacer es proteger mejor nuestros derechos. ¿Pero podemos creer que es posible, de alguna manera, alcanzar el liderazgo por la vía de la regulación? Mucho me temo que no. 

De cara al futuro, la Unión Europea podrá regular lo que quiera, y seguramente no lo haga del todo mal —de hecho, hemos visto como muchas de sus propuestas eran posteriormente incorporadas de manera total o parcial en otros entornos. Pero como no sea capaz de convertirse en un entorno más propicio para la innovación, me temo que no conseguiremos nunca un liderazgo real en nada concreto. Y esa sí que no es una buena receta para nada.

***Enrique Dans es Profesor de Innovación en IE University.