El martes me preguntaron qué mitos sobre la tecnología me gustaría romper. Participaba en el NESI Global Forum y mis compañeros de debate y yo teníamos que reflexionar sobre qué lecciones digitales deberíamos desaprender. Y, como no podía ser de otra forma, la charla acabó girando en torno a los gigantes de internet, sus algoritmos y la soberanía de los datos.

Parece mentira, pero a veces creo que se nos ha olvidado que nuestros datos son nuestros. Nos pertenecen a nosotros. Sin embargo, seguimos navegando por internet mientras aceptamos condiciones de uso que prácticamente no entendemos y sobre las que no tenemos ni voz ni voto.

Si no quiero acatar alguna de las cláusulas de Google o Facebook, mi única opción es dejar de usar Google o Facebook. Y para eso, primero tendría que ser capaz de entender el infinito galimatías legal al que llaman "política de privacidad". Así que, seamos sinceros, ni usted se los lee ni yo tampoco. Nos limitamos a pulsar botón de "aceptar" y confiamos en que nuestros datos se usen bien allá donde vayan.

En realidad, así es como debe ser. Nadie puede esperar que comprobemos cada condición de cada servicio, del mismo modo que nadie pretende que aseguremos la potabilidad del agua cada que abrimos el grifo. No lo hacemos porque se supone que hay entidades que se encargan de esas cosas, pero ¿quién vela por nosotros en el entorno digital?

Seguimos navegando por internet mientras aceptamos condiciones de uso que prácticamente no entendemos y sobre las que no tenemos ni voz ni voto

Más allá de cumplir el (bendito) Reglamento General de Protección de Datos de la Unión Europea, las empresas de servicios digitales llevan años imponiéndonos su particular 'o lo tomas o lo dejas'.

Sin embargo, gracias distintos escándalos de privacidad y a la conciencia cada vez mayor del enorme valor que tiene nuestra información, los usuarios estamos siendo testigos del nacimiento de un abanico de herramientas capaces de devolvernos la soberanía de nuestros datos.

Una de las más importantes son los fideicomisos, que serían algo así como un sindicato, una entidad que negociaría y velaría de forma colectiva por los datos de muchos usuarios. Su potencial estriba primero en que sean expertos las que manejen el asunto y, segundo, en que una negociación colectiva tiene mucho más peso una individual.

Seguro que a Facebook no le importa demasiado perder un puñado de usuarios descontentos repartidos por el mundo. Pero, si miles o millones se unen para pedir un cambio de condiciones bajo amenaza de abandonar la red social, el fideicomiso tendría mucha más fuerza para redefinir el equilibrio de poder contra el gigante.

Pero la misión de los fideicomisos no se limita a devolvernos el control sobre nuestros datos. Cuando Reino Unido los planteó por primera vez en 2017, su objetivo era aumentar la información disponible para entrenar mejores modelos de inteligencia artificial. Y el año pasado, este enfoque se amplió a toda la Unión Europea con el nacimiento del proyecto TRUSTS.

Bajo estas siglas se esconde un mercado de datos digital y paneuropeo que debería implementarse en 2022 y al que empresas y gobiernos de todo el mundo acudirían para poder hacer uso de la información los ciudadanos europeos. En una era en la que los datos son el nuevo petróleo, la capacidad de acceder a TRUST podría mejorar los productos digitales de actores más pequeños, lo que aumentaría sus posibilidades de competir contra los gigantes de Silicon Valley.

Y por si estas ventajas no fueran suficientes, además de impulsar las garantías de privacidad de la población, el plan contempla que los ciudadanos seamos recompensados por el uso de nuestros datos. Sin embargo, de momento esta propuesta está tan poco definida que aún no se sabe qué forma tendría dicha compensación ni cómo se gestionaría.

Dudo mucho que los internautas acabemos recibiendo dinero por cada clic que hacemos. No obstante, la idea de que un experto garantice el buen uso de mis datos me animaría a compartir no solo las tonterías que hago en redes sociales, sino también un tipo de información mucho más poderosa y sensible: la de salud.

De hecho, gracias al potencial de este tipo de datos para mejorar la calidad de vida de toda la sociedad, ya existen iniciativas más pequeñas con este mismo enfoque. Una de ellas es Salus.Coop, una cooperativa que garantiza que los datos donados por los usuarios solo serán utilizados para fines de investigación y por entidades sin ánimo de lucro.

Una de sus socias, la asesora digital Mara Balestrini, estaba conmigo en el debate del martes. Sin embargo, en lugar de romper los falsos mitos de la tecnología, creo que nos dedicamos a recordar el enorme valor que tienen nuestros datos y la urgencia de recuperar el control sobre ellos. Al menos fue lo que yo hice, porque si no me leo las instrucciones del móvil, mucho menos voy a leerme su política de privacidad, así que alguien tendrá que hacerlo por mí.