Imagen | ¿Era Emma Bovary una mujer sin voluntad, víctima de sus sueños, o solo una valiente enamorada?

Imagen | ¿Era Emma Bovary una mujer sin voluntad, víctima de sus sueños, o solo una valiente enamorada?

DarDos

¿Era Emma Bovary una mujer sin voluntad, víctima de sus sueños, o solo una valiente enamorada?

200 años después del nacimiento de Flaubert, su mayor creación, Emma Bovary, sigue desconcertando al lector. ¿Era una mujer sin voluntad, víctima de sus sueños, o solo una valiente enamorada? Marta Sanz y Sabina Urraca suben al estrado

7 diciembre, 2021 09:40

Sabina Urraca
Novelista y editora. Su último libro es Soñó con la chica que robaba un caballo (Lengua de Trapo)

Madame Bovary eres tú

Jurado popular que vilipendia a Emma Bovary, que la trata de díscola, absurda e incapaz de tomar el control de su vida: permítame hacer unas alegaciones. No me extenderé demasiado, pues la defensa de este juicio a la señora Bovary está ya aquí, en nosotros mismos. Primera alegación: Hay un cuento de Lorrie Moore que dice: “Llegó a la conclusión de que no le habían dado las herramientas adecuadas con las que construir una vida de verdad (…). Le habían dado un sobre de sopa y un cepillo de pelo, y le habían dicho: ‘Espabílate.’ Se había quedado allí durante años, pestañeando, confundida, cepillando la sopa con el cepillo”. ¿Qué tenía Emma? Una sopa de sobre y un cepillo en forma de destino prefijado, una vereda unidireccional de tedio y vida modesta. ¿Qué hizo Emma? Volcar la sopa, tirar el cepillo bien lejos. La sopa estaba caliente. Se quemó. ¿Cómo no hacerlo? En la época, cualquier mujer, por cuidado que tuviese, podía carbonizarse. En 1892, el filósofo Jules de Gaultier acuñó el término “Síndrome de Madame Bovary” para referirse a la insatisfacción afectiva femenina fruto de la lectura compulsiva de lecturas románticas. Estimado jurado popular: No seamos Jules de Gaultier.

Madame Bovary somos todos. En el caprichosismo, el afán de ser quien no se es y el desespero de Emma Bovary, podemos encontrar sin problemas nuestras propias huellas

Cuando le preguntaron a Flaubert en quién estaba basada Madame Bovary, indagando con dedos sucios en la magia de la ficción, Flaubert respondió con rotundidad: “Madame Bovary soy yo”. Cuánta belleza en esa respuesta legendaria. Pero pienso que Madame Bovary no era Gustave Flaubert. O no sólo él. Madame Bovary somos todos.

En el caprichosismo, el afán de ser quien no se es y el desespero de Madame Bovary, podemos encontrar sin problemas nuestras propias huellas: Quien no haya tenido momentos de desgobierno propio dignos de un paseo tambaleante por el bosque, fantaseando con sorber un poco de arsénico, que tire la primera piedra. Si dejamos de apuntar al personaje con la mirada de Jules de Gaultier y la ponemos en cambio frente a nosotros mismos, observaremos que Bovary es un espejo caleidoscópico en el que ver atomizadas nuestras propias zozobras vitales, nuestro *FOMO cientos años antes de que existiera esa palabra, nuestro dedo ligero en Tinder o Amazon, todas convulsiones provenientes de la certeza de merecer más, o incluso todo.

Así pues, insto a este jurado que juzga a Emma a juzgar no en función de quienes querríamos ser, sino de quien realmente somos: primas de Emma, hermanos que han mamado la misma leche agria que de vez en cuando nos provoca el retortijón de la insatisfacción permanente, del destino no dejándonos caer directamente en un mullido colchón de diversiones y riquezas. Decía Flaubert defendiéndose de la inmoralidad de la que se acusó a su libro: “Personalmente lamento más bien los dulces azucarados que los lectores tragan sin darse cuenta de que están envenenándose a sí mismos”. Una Emma que dirige su destino con templanza no dejaría de ser un dulce azucarado y falso. Y el buen lector sabe que las personas no somos siempre así y que la literatura, por tanto, no tiene por qué serlo.

Marta Sanz
Novelista. Su último libro es Parte de mí (Anagrama)

Emma Bovary, ¿una tonta pavesita?

Mi madre lleva un libro en la mano. Vocifera mientras lee y, entre su irritación, hay un matiz de lamento: “¡Pero, ¿cómo se puede ser tan boba?” Detecto las modulaciones significativas de su voz: mientras ella aprende construyéndose contra Emma Bovary, yo aprendo construyéndome, con estupidez, contra ella. Otras mujeres leen con admiración la peripecia suicida de Madame Bovary. No sé si mi madre era una lectora iconoclasta, o si esas otras mujeres percibieron algo que ella no vio. La perdurabilidad de novela y personaje radican en esa polisemia. Puede que Emma sea una boba, abducida por sus lecturas bobas, una lectora sin sentido crítico, que se envenena con las palabras de la literatura: se queda dentro de un folletín en el que vivir significa amar más allá de lo tolerado y buscar la intensidad hasta la extinción. El torbellino romántico en la tensa calma de la burguesía de provincias y Emma como pavesita que arde.

Puede que Emma sea una boba, abducida por sus lecturas bobas, una lectora sin sentido crítico, que se envenena con las nunca inocentes palabras de la literatura

Pero acaso Emma, con su alocada conducta, su desapego doméstico, revela los corsés –mortíferos para las mujeres– de las casitas de muñecas de la pequeña burguesía europea decimonónica. Emma sería entonces una heroína de folletín que excede lo folletinesco para transformarse en antorcha que quema una sociedad de mujeres como ángeles del hogar o hembras prostibularias que fornican en fiacrés. Carne de cañón inmolada en el acto de amar con rebeldía. Acaso estas dos lecturas sean complementarias y solo Berthe, hija de Emma y Charles, podría juzgar a su madre. Culpable y atolondrada, o víctima libérrima. Pero las hijas tendemos a ser inclementes con nuestras madres, aunque más tarde nos arrepintamos. Colocar a un personaje complejo como Emma Bovary en el filo de la culpa o la salvación es simplificarla. Reducirla a ese estereotipo dentro del que se solía representar la psicología femenina en la literatura.

Leila Guerriero escribió un precioso relato sobre una amiga que mostraba los síntomas de esa insatisfacción crónica llamada “bovarismo”. No tener dinero constituye un problema para cumplir ciertas aspiraciones; además, la feminización de la “patología” constata que la realidad es especialmente castrante para las mujeres. Flaubert apela a la fragilidad. En Madame Bovary, muchas de nosotras –también el escritor anticipándose al andrógino– nos concentramos en una sola mujer. Emma nos habita y nosotras la habitamos. A través de la literatura, el bovarismo fue reconocido, recreado o rechazado por las lectoras. Otras mujeres que no leen experimentan esas sensaciones, pero no pueden nombrarlas.

Flaubert habla de lectoras: Emma es un personaje quijotesco, perturbado por leer, y nosotras, leyéndola bien o mal –creyéndola– tomamos distancia para no reproducir su destino. O, por el contrario, Emma nos posee, abominamos de una existencia gris, levantamos un escenario carísimo y acabamos tomando veneno para escapar. La literatura, como acción no edificante ni autoritaria, deriva en otras acciones intrépidas, magnánimas, violentas. Hay libros que nos hacen añicos porque nos engañan y otros que nos cristalizan al decirnos la verdad. Madame Bovary encierra las dos posibilidades.