El Cultural

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A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

Galdosiana (3)

¿Tan difícil es entender que un escritor, un creador de cultura, un artista, no está nunca en paz con su tierra, con su gente, con su mundo?

19 febrero, 2020 09:37

¡Ah, sí, la leyenda negra de Galdós! Existió, existe todavía y mañana seguirá discutiéndose. No fue ni es el único. El artista Manuel Millares, que también la vivió durante un tiempo, lo llamaba la técnica de la mezquindad. Se empieza por mirar de lado y luego se apedrea al rebelde o al diferente hasta que la muerte civil y la llamada opinión pública, más la publicada, acaba con su crédito.

A Juan Negrín sus paisanos isleños y franquistas, le quitaron el título de Hijo Predilecto. Era un mal español y, por tanto, un mal canario. Lo que Franco decía de Berlanga después de ver sus películas: "Es un mal español". En las islas mías, no porque sean mías sino porque soy de ellas, no hay nada peor que decir de un isleño que es un "mal canario". Eso fue lo que le cató encima a Galdós. La técnica de la mezquindad de sus paisanos reaccionarios ayudaron mucho a que también en Madrid ciertas élites tuvieran a Galdós por un provinciano sin más oficio que escribir para las masas analfabetas.

Galdós salió de Gran Canaria para marchar a la Península a los 19 años, vía Santa Cruz de Tenerife, ciudad en la que estuvo unas horas y de la que escribió un texto muy bueno que, muchos años después, publicaría mi amiga la editora Olga Álvarez de Armas en Tauro, en edición de lujo que guardo celosamente en mi biblioteca. Salió de las islas por la puerta chica, obligado por su madre, modelo de la que, en mi criterio, escribiría después Doña Perfecta, emparentada después con Lorca y La casa de Bernarda Alba. Lo obligaron a marcharse por sus amores clandestinos y prohibidos con su prima Sisita, "la cubana". La leyenda dice que esos amores tuvieron un fruto prohibido que, al final, ya casada en Cuba, le costó la vida en su primer parto. Leyenda. Pero leyenda.

Cuando llegó a Cádiz sucedió, según la leyenda negra, un extraño suceso. Galdós se quitó sus sandalias y comenzó a golpear el suelo con ellas. "¿Qué haces, Benito?", le preguntó un amigo que lo acompañaba en el viaje. "De Canarias, ni el polvo". De ahí la leyenda, atribuida también a otros escritores heterodoxos y en lucha amor-odio con su tierra y su clase social. Empezando por Teresa de Ávila. ¿Tan difícil es entender que un escritor, un creador de cultura, un artista, no está nunca en paz con su tierra, con su gente, con su mundo, y no está nunca contento con lo que ve y hace la gente que él considera sus más cercanos, desde su familia a su clase social?

Tengo para mí que, en el caso de que la leyenda negra sea o haya sido verdad, Galdós se refería a su clase social, a su entorno familiar, a su gente, a la gente que conocía más íntimamente. De esa gente canaria, ni el polvo, ni la memoria, ni la nada. Familia, os odio.

Si la leyenda es mentira, Galdós se la merece. Tenía ese carácter personal y una visión de las cosas y del mundo nada provinciana. Al contrario, se sentía preso de unas convicciones de clase y familiares que lo convirtieron en un rebelde que rechazaba las convenciones tradicionales y volaba con la imaginación al mundo que, por paradoja, le habían enseñado sus profesores: el mundo que era el mundo.

No cabe a estas alturas señalar las alturas de Balzac o Flaubert como alturas de Galdós ni viceversa. Lampedusa, el gran novelista siciliano de El Gatopardo -toda una lección narrativa para todos los tiempos-, lo decía de Balzac: es tan buen novelista como historiador. Y añadía haber aprendido más de Francia leyendo a Balzac que estudiando a todos los historiadores franceses. Probablemente es una hipérbole de Lampedusa, con base literaria, pero lo mismo puedo decir yo, y miles de galdosianos en el mundo entero sobre Galdós: que he aprendido más de mi país, España, que leyendo a muchos de sus historiadores. De sus novelas, no quiero seguir hablando. Que las lean, que las lean en profundidad, con la tensión que un buen lector se reclama. Como cuando se lee a Flaubert o a Joyce. Que lean lo que propone Galdós en aquel tiempo y que miren lo que sucede con esta España de hoy, para obtener el resultado asombroso de su visión del país y del mundo.

En cuanto a la leyenda negra, a mí me da igual que lo dijera o no cuando llegó a Cádiz. A Canarias sólo volvió dos veces, en breves estancias, y por razones de herencias. El resto es magnífico. O silencio. Un siglo después de su muerte, todavía discutimos quienes nos sentimos galdosianos y quienes no sobre un tipo extraordinario que se le llamaba Benito y que inventó en su escritura una ciudad en la que hoy nos sentimos felices muchos ciudadanos. En mi caso, y mutatis mutandis, tampoco quiero saber nada de mi clase social ni del contexto cultural de aquella tierra mía que viví en pleno franquismo, ya felizmente inexistente. Por eso me gusta la leyenda negra de Galdós.

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