Presentadora, escritora, empresaria, naturópata y divulgadora en materia de salud y alimentación. Asegura ser tímida, aunque cuesta creerlo cuando se mueve frente a una cámara con la seguridad de quien nació para comunicar: ya sea en la pequeña pantalla o en las redes sociales, donde atesora casi 300.000 seguidores solo en su perfil de Instagram. Su historia pública comenzó por casualidad.
Patricia Pérez (Vigo, 1973) tenía 17 años cuando el fotógrafo de un periódico local la retrató a la salida del instituto —dos veces seguidas, sin que ella se diera cuenta—. Por aquella anécdota, la llamaron para hacer un casting. En su casa, las dudas flotaban en el aire, pero su hermano se convirtió en su gran cómplice en esta aventura que acabaría marcando —parte de— su destino.
“Vengo de una familia de guapos”, bromea Patricia, y lo cierto es que algo de genética divina debe de haber en su linaje. Dios tiene a sus favoritos. Porque, más allá de su físico, tiene una presencia que llena cualquier sala. Es de esas personas capaces de revolver una ciudad entera con el dedo meñique mientras te susurra algo al oído. Esa energía la ha llevado a reinventarse una y otra vez, a combinar su carrera televisiva con una formación sólida en nutrición, naturopatía y nutrigenética.
Desde hace años se ha convertido en una de las voces más reconocibles en torno a la alimentación saludable. Bajo su lema Yo sí que como, se ha acercado al público desmitificando conceptos y defendiendo una relación más consciente con la comida. Para ella, comer bien no es una moda, sino una forma de respeto hacia la salud de uno mismo.
En esta conversación con Magas, Pérez reflexiona sobre cómo la genética influye en lo que comemos y sobre cómo aquello que ingerimos también afecta a la salud física y mental. Desvela en esta charla qué alimentos están desterrados de su vida y el futuro que imagina dentro de una década, cuando esté a punto de cumplir 63.
Patricia habla y el mundo escucha. Es su don. Y, si algo la define, es su camaleónica capacidad de transformar lo cotidiano —una entrevista, una receta— en un acto de vitalidad contagiosa.
Por lo que sé de usted, no le cuesta trabajo decir que no cuando algo no le cuadra. ¿Es así?
Sí, sé lo que no quiero desde muy jovencita.
¿Desde cuándo?
Desde que empecé a trabajar en televisión, con 17 años.
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¿Cómo fue aquello?
Fue por casualidad, nunca quise ser presentadora ni nada que tuviera que ver con esto. Todo empezó porque un fotógrafo de un suplemento de un periódico de Galicia, Atlántico, me hizo una foto cruzando un paso de cebra al lado de mi instituto. Esa foto salió publicada y mi padre me dijo: “¿De dónde ha salido esto? Que me han dicho unos compañeros del trabajo que te han visto”. Y yo: “Ni idea”. Y a la semana siguiente, otra foto, pero ya no cruzando la calle, sino sentada en una cafetería. Yo salía con mis amigas, tomando mi infusión, porque en esa época solo bebía agua o infusiones —ahora un poco de vino, de vez en cuando—. Mi padre no entendía nada, y yo tampoco.
O sea, ya la seguían los paparazzi.
(Ríe) Si lo quieres ver así, sí. Pero bueno, a raíz de esas fotos me llamó una agencia de modelos. Yo no soy alta, pero hice campañas de joyas, de coches… cosas a nivel regional. Luego hice una campaña más grande para una cerveza y me vi en los autobuses.
¿Y de ahí a la televisión?
Sí, me llamó una agencia para hacer un casting en la televisión de Galicia. El que lo dirigía era un señor muy alto, rubio, con una trenza larga… claro, yo pensaba: “Sí que es diferente la gente de la tele”. Me dijo: “Lo has hecho muy bien, comunicas muy bien, pero no eres el perfil que estamos buscando”. Y yo: “Vale, fenomenal”. A ver, yo fui porque me llevó mi hermano, sin más. Al día siguiente me llaman: “¿Dónde estás? Vente, que te quieren ver”. Y yo: “¿Cómo que me quieren ver, si me dijeron que no era el perfil?”. Pero insistieron tanto que fui. Llegué la última. Mientras esperaba, abrí una revista y había una entrevista al presentador que me iba a hacer la prueba, Pemón Bouzas. Me la leí entera, hice la prueba —la típica de cámara, de ver si hay química—, y me dijo: “Imagínate que soy un artista al que quieras entrevistar y hazme una entrevista”. Y se la hice igual que se la habían hecho a él.
Qué fuerte.
Fue como si todo encajara. Me cogieron a mí de las 20 chicas que había. Y claro, cuando llegué a casa y lo conté, mi padre estaba un poco preocupado. Yo era muy jovencita, estaba estudiando, y mi madre me dijo: “Bueno, si te gusta, vete. Y cuando no te guste, te vuelves”. Esa siempre ha sido mi actitud.
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Es decir, que usted sabe lo que quiere, pero sobre todo lo que no quiere.
Exacto. Él tenía miedo por lo que se hablaba en aquella época de la televisión, pero yo le decía: “Mira, papá, yo sé cómo soy, sé lo que no voy a hacer”.
¿Y su padre llevaba algo de razón? ¿En la tele de entonces se veían cosas que hoy no serían concebibles?
Sí, aunque creo que no ha cambiado tanto todo, pero sí la forma de expresarse. Ahora hay un poquito más de decoro y te puedes poner en tu sitio más fácilmente, incluso delante de cámara. Antes era más difícil. Pero, insisto, es que si no me gusta algo, me voy. He tenido contratos muy buenos y los he rescindido porque no estaba bien. Yo donde más feliz soy es en mi aldea. Mi madre no lo entiende —¡porque soy de Vigo!—, pero yo soy feliz allí, con una ensalada, un perro, mi marido y mis cuatro amigos. No necesito nada más.
¿Y sintió en aquella televisión que había una exigencia extra para las mujeres?
Antes sí, mucho más. Ahora, gracias a Dios, una presentadora puede ser como quiera, estéticamente. Yo nunca me predispuse a que me contrataran por mi físico. Si alguien me contrató por eso, es problema suyo. Además, he hecho muy pocos castings, porque casi siempre me han ido viniendo los proyectos. Nunca tuve representante. Y sobre el físico… es que yo nunca me he creído nada. En mi familia hay gente muy guapa: mi padre, mis abuelas, mi madre —que con 90 años sigue teniendo pretendientes—. Mi padre siempre me decía: “Tú eres la más completa”, pero nunca me dijo “la más guapa”.
¿Ha sentido el síndrome de la impostora en alguna de las áreas en las que trabaja?
En pocos días cumplo 53 y nunca me he sentido impostora. Vengo del mundo del entretenimiento y de los escotes, pero es que yo no soy esa. Soy básica vistiendo: vaqueros y camiseta. No lo hago bien todo, pero en lo que me centro, me formo. En mis libros hablo de mis conocimientos, no te digo cómo te tienes que cuidar, por eso mi base es Yo sí que como. Soy una persona honesta, no soy impostora en nada.
Hablemos de su faceta de empresaria.
Mi gran proyecto ahora, con lo que más ilusionada estoy, es mi marca de complementos nutricionales. Yo tengo alopecia, y te lo cuento porque nunca pensé que haría mi línea de suplementos. Empecé como prescriptora de un laboratorio y surgió lo de crear mi marca. Tengo dos suplementos: uno para el pelo, Capilnatur, y otro para la piel, Agenatur.
¿Ha dicho que tiene alopecia?
Sí.
¿Lo puede explicar bien? ¿Puede sucederle eso a alguien con esa cantidad de pelo tan sano y frondoso?
Tengo alopecia areata autoinmune y es genética. Si no me cuido, se me cae el pelo.
¿Cómo le dio por dar el salto de la televisión y la comunicación al universo clínico?
Empecé a trabajar en un centro médico dermatológico en Madrid hace como 20 años. Yo tenía mi formación y mis conocimientos, y algunos pacientes ya iban pidiendo que fuera yo quien los tratara con ciertos asuntos específicos. ¡Pero es que yo no soy médica! Y el doctor quería que llevara bata blanca.
¿La gente no alucinaba al verla en una clínica después de haberla visto presentar Mamma mia en Telemadrid?
Claro, pero, como estás viendo, soy muy seria. Soy alocada, me encanta la fiesta más que a nadie, he salido todo lo que he querido, me gusta reírme, pero no me tomo a broma nada.
¿Qué pasó en la clínica, entonces?
Estuve tres años y luego trabajé en otra especializada en linfedemas y lipedemas. Seguí formándome y empecé a trabajar más desde la parte emocional y mental, que ahora por fin se habla de eso. La salud mental es la salud de todo el cuerpo. Yo soy integrativa, que es como se dice ahora, y en mi centro hago otras terapias además de la alimentación. Cuando empecé, dije: “Voy a montar mi centro de naturopatía”, porque yo no soy sanitaria ni quiero serlo. De hecho, mi hermano —el que me llevaba a los castings de la tele— me decía: “¿Por qué no estudias Medicina?”. Y yo le respondía: “Porque no quiero. Quiero ser lo que soy”.
¿Cree que hay demasiada información ahora y que las cosas se están contando mal?
La información siempre es buena, pero no tenemos que sentirnos identificados con todo lo que alguien dice que nos pasa. Con la información que tienes puedes preguntar a un profesional, pero no hacerte un autodiagnóstico.
Decía que uno de sus mantras es Yo sí que como. Pero, ¿qué dos alimentos están prohibidos en su dieta?
¡Muchísimos! Pero, uno: los aceites refinados. En mi casa no existen. Ni el aceite de girasol refinado ni el de oliva refinado. Creo que los aceites refinados deberían estar desterrados porque afectan muchísimo a la salud mental.
¿Cómo se vincula eso?
Porque destruyen la permeabilidad de tus células, están llenos de radicales libres y generan mucho estrés a nivel molecular. Si tus cimientos están mal, tu estabilidad mental también lo está. Da igual que luego comas mucha chía, que es muy buena, pero si luego aliñas la ensalada con un aceite de girasol o comes fritos con un aceite malo, pues… mal. Todo el mundo habla del azúcar —que sí, es malísima—, pero los aceites son igual o peores.
El azúcar se convirtió en el gran enemigo público en los 90.
Sí, porque provoca adicción, cosa que los aceites no. Pero esos aceites, junto con los aditivos y emulsionantes, generan inestabilidad mental y emocional porque alteran la microbiota. Así que, para mí, lo primero que habría que eliminar son los aceites malos. Y lo segundo, los refrescos.
¿Todos?
Totalmente. Destrozan el colágeno, crean adicción y te dejan la mente fatal. Bebe lo que quieras, come lo que quieras, pero refrescos no. Ninguno.
“Mi mayor felicidad está en mi aldea, con mi marido, mis perros y una ensalada. No necesito nada más”- Patricia Pérez
¿Kombucha?
Tampoco. Yo soy alérgica, así que no la tomo. Los alimentos fermentados son buenísimos porque ayudan a la digestión y a cuidar la microbiota. Eso sí: hay que tomarlos con control, porque un exceso de bacterias también puede alterar la mente. Si tomas probióticos o bebidas fermentadas, mejor hacerlo supervisado por alguien que sepa. Hay que comer normal.
¿Qué es “normal”?
Como comía tu abuela. Tu abuela seguro que comía tocino, y yo no comería tocino porque es la reserva de tóxicos del animal. A no ser que sea de un cerdo o de una vaca que ha comido pasto, la han matado en familia, ha tenido buena vida y se disuelve en el caldo. Todo eso antes tenía sentido y equilibrio.
¿Cómo es su día a día en la alimentación?
La mayoría de la gente se equivoca al no desayunar. El desayuno sí que es la comida más importante del día. Hay quien dice que no, pero en muchas culturas es esencial.
¿Qué no puede faltar en su desayuno?
Agua de buena calidad, porque es básica para la salud. Yo tengo un sistema de filtrado en casa —sí, cuesta dinero, pero merece la pena por tener agua buena—. Luego tomo un café ecológico de grano que muelo yo misma. Nada de café ya triturado.
Total look de Casoná, brazalete de michael costello y tacones de Magrit
Me estoy agobiando, lo hago todo mal…
(Ríe) No, hombre, son cuatro cosas. No hace falta hacerlo perfecto. Yo también hago cosas mal, pero las que hago mal me compensan. Tomo leche ecológica: de chufa o de arroz. Y me como cuatro huevos con aguacate y semillas de cáñamo o chía. A veces, hummus de remolacha con zanahoria. Si pudiera comer pan, comería uno de trigo ancestral fermentado naturalmente, sin levaduras añadidas. Y el pavo lo hago a baja temperatura. Lo preparo en el horno con especias y me dura toda la semana. Es fácil y sano.
El cuerpo es un universo inabarcable.
El cuerpo necesita pocas cosas, pero buenas. Nosotros le damos de todo, menos lo básico: atención. No le damos los buenos días por la mañana. Cantar cuando te despiertas es importante: empiezas el día alegre.
¿Cuál sería su guilty pleasure? Ese capricho que se permite cuando todo vale.
Bebo vino gracias a mi padre. Se lo agradeceré siempre (ríe). Empecé a beberlo a los 44 años. Antes era abstemia. Pero es que mi marido es abstemio total, y cuando íbamos a casa de algún amigo suyo y nos ofrecía una copa de un buen vino, él siempre decía que no. Un día dije: “Dame una copita”, porque ya me da hasta vergüenza. Y me gustó.
También es necesario ese momento de liberación, ¿no?
Si te cuidas bien, puedes permitirte lo que quieras de vez en cuando: un vino, un helado, unas patatas fritas. Lo importante es lo que haces la mayoría de días. Si un día te saltas la rutina, no pasa nada. El cuerpo se regula.
Pero que su placer culpable sea un vinito… Decepcionante, ¿no?
(Ríe) Es que yo soy alérgica a muchas cosas. Me encanta la tortilla de patatas, la ensaladilla rusa y las patatas fritas. Si no tienen gluten, me las como. O un helado, que no me sienta muy bien, pero si es sin gluten, encantada. Pero no solo es malo lo que te metes en el cuerpo: también es malo estar rodeado de gente que te cae fatal. Eso sí que es tóxico.
Totalmente.
El cuerpo tiene muchos recursos, y hay que equilibrar. Lo mismo pasa con el ejercicio: si lo haces hasta la extenuación, es peor que comerte una tortilla de patatas. Los animales también se emborrachan.
¿Ah, sí?
Vi un documental en el que salía un árbol cuyos frutos fermentan y tienen un contenido alto de alcohol. Y ahí van todos: los elefantes, los monos... se comen los frutos, y te juro que se emborrachan. Hay que liberar el alma. Eso también es salud: mantener el espíritu arriba. Por eso es tan importante intentar estar alegre, aunque estés mal. Aunque no lo sientas.
“El cuerpo necesita pocas cosas, pero buenas. Le damos de todo menos atención. Es importante cantar cuando te despiertas”- Patricia Pérez
¿Qué es lo más importante para la estabilidad mental?
Los pensamientos —y lo que comes, lo que descansas—, pero sobre todo los pensamientos. Porque eso determina cómo se organiza tu cuerpo. Si estás tranquilo, aunque algo te incomode, tu ritmo cardíaco baja. Si vives pendiente de lo de fuera, te desequilibras.
Y hablando de equilibrios, ¿cómo gestiona usted el equilibrio entre la Patricia Pérez mediática y la Patricia Pérez empresaria?
Con naturalidad. Soy muy poco ambiciosa, aunque parezca lo contrario (ríe). Hago muchas cosas, pero sin ambición. Voy por mi carril. Mira, mi suegro, que era el doctor Canut —el que trajo la ortodoncia a España y que trabajó en Hollywood con un montón de celebrities—, me dijo una frase que se me quedó grabada: “La vida es como los asientos del avión. Hay gente que paga mucho y no le toca el que quiere; otros pagan poco y les toca uno estupendo. Lo importante es lo que hagas con tu asiento y cómo decidas vivir ese viaje”. Yo nací donde nací, con los recursos que tengo, y lo que intento es que mi viaje sea armónico.
Y en una industria tan cambiante como la televisión, ¿cómo ha mantenido esa autenticidad?
Porque sé decir “no”. No me río de lo que no me hace gracia. He intentado que no se desvirtúe quién soy. También es verdad que he pasado por muchas etapas. He tenido momentos tristes, claro que sí. A veces estaba en un plató y pensaba: “¿Qué pinto yo aquí? Si lo que quiero es irme a casa, leer, estudiar e ir al mercado”. Pero siempre he sido muy profesional. Además, estoy muy conectada con mis ancestros, o con Dios, o con la vida. Por eso nunca me he sentido sola, aunque haya vivido sola.
¿Y esa incomodidad que menciona, de los entornos ruidosos o incómodos, le pasó en su último proyecto, De viernes, en Telecinco?
No, al contrario. Estuve muy a gusto allí con mis compañeros. Éramos cinco, y me lo pasé genial. Cuando me llamaron, no me lo creía. Y me lo pensé porque mi marido estaba enfermo y no quería. Pero él me animó: “Vete, te va a venir bien, te gusta”. Y fue verdad. Lo hice también por eso, para salir un poco del mundo hospital. Me ayudó a reencontrarme.
Yo la veo muy tranquila como para estar dando codazos en un plató.
No soy de gritar. No me sale decir “cállate”, por educación. Respeto los turnos, escucho, pregunto. No soy periodista, pero tengo oficio, llevo más de 30 años. Siempre me ha interesado más la parte humana de las entrevistas: entender por qué alguien se comporta así, más que preguntar “¿qué dijiste tal día?”. Y en De viernes me lo pasé muy bien con todos: Ángela Portero, José Antonio León, Antonio Montero, Terelu Campos... Es gente profesional y generosa.
Se nota que hay cariño cuando habla de ellos. ¿Le costaba trabajo prepararse los temas, es decir, cambiar el registro de ser naturópata a ser colaboradora de corazón?
Me preparaba mucho las entrevistas. Me gusta estudiar, y yo iba con mis guiones aprendidos.
Y si ahora la llamaran, ¿a qué proyecto volvería sin dudarlo y a cuál diría que no?
No diría que no a ninguno. Todo depende de quién lo haga. Uno de mis proyectos favoritos fue Bromas aparte, en Telemadrid, un programa de sketches divertidísimo. Empezamos sin plató, éramos cuatro personas y duró dos años. Volvería a hacer El juego de la oca, Emisión imposible… que hice de reportera e iba a fiestas. Qué vergüenza me daba. Es que yo soy tímida.
¿Tímida?
Sí, sí. Pudorosa, más que tímida. Si coincidimos en una fiesta y veo que estás hablando con un grupo de gente, no me acercaría porque creo que te voy a interrumpir.
¿Qué proyecto le gustó menos de todos los que ha hecho en estos años?
Quizá el único donde me sentí más desubicada fue Peta-Zetas, que lo producía El Terrat. Estaban Yolanda Ramos y Corbacho, pero era un formato difícil para mí. No recuerdo por qué, pero lo siento así. Y también viví una etapa en Antena 3 en la que querían hablar de mí, personalmente. Eso no me gustó, no me apetecía exponerme.
¿Cómo se proyecta dentro de diez años, cuando tenga casi 63?
Pues aquí, charlando contigo (ríe). Me encantaría poder decirte: “Fíjate, ya no solo tengo dos suplementos, tengo cinco más, y hemos llegado a otros países”. Y seguir igual: con mi marido, mi casa, mis perros, mi paz.
Agradecimientos especiales al Hotel Pestana Plaza Mayor.