Tamara Gorro: “La muerte forma parte de la vida, lo sé, pero la de mi sobrina Valeria, que era solo una niña... aún no la comprendo”
En su sexto libro, Ahora que vuelvo a vivir, la presentadora y empresaria se sincera como nunca y aborda asuntos tan delicados como los abusos sexuales que sufrió de pequeña o la grave depresión que le diagnosticaron hace unos años.
Andy Warhol dijo que todo el mundo tenía derecho a 15 minutos de fama. Tamara Gorro (Móstoles, Madrid, 1986) agarró esos 900 segundos de los que hablaba el genio y los exprimió como a una jugosa fruta de verano, como al corazón hirviendo de quien ama de verdad. ¿15 minutos? No, casi 18 años de aplastante popularidad en constante crecimiento, en vertiginosa evolución. Esa es su huella.
El periplo de Tamara en los medios de comunicación empezó en 2008, cuando participó en el extinto Mujeres y Hombres y Viceversa, de Telecinco, junto a Emma García. El huracán Gorro bajó las escaleras del programa e impactó al mundo por su belleza insultante y su rapidez mental a la hora de noquear al toro más bravo en el plató más ácido.
En estos momentos, sigue siendo la misma, como cantaba aquella; pero, entiéndanme, es otra: hoy es madre de dos preciosos hijos, empresaria, presentadora, colaboradora, escritora, supera los dos millones de seguidores solo en Instagram y, lo más importante, es una mujer feliz.
Tama, que es como la llaman sus íntimos —y así quedará reflejado en su piel cuando se tatúe, en breve, esas cuatro letras—, cree en las energías, necesita que haya un buen ambiente en sus espacios de trabajo y, por supuesto, en su vida. “Soy muy espiritual, he leído mucho y pienso que no nos morimos. Aquí estamos viviendo una experiencia como humanos, estamos de paso, pero después seguimos, ¿eh?”, declara en su conversación con Magas.
A pesar de los reveses que le asestó el destino —la muerte de su abuelo, la de su sobrina, una profunda depresión—, es pura positividad: lo pone todo fácil, ríe a mandíbula batiente, le encuentra el lado bueno a las cosas y no duda en desenfundar su teléfono móvil en cuanto ve un momento digno de inmortalizar.
“¿Encerrados en un ascensor? ¡Esto es contenido!”, exclama, mientras pega su enorme iPhone 16 Pro Max al cristal ante la atónita mirada de parte del equipo de esta revista, listo para fotografiar y entrevistar a la autora de Ahora que empiezo a vivir, su sexto libro. Si Warhol hubiera conocido a Gorro, sin duda, habría corregido su cita más célebre.
La empresaria Tamara Gorro se sincera: "Sé lo que es no tener nada y me da pavor volver a pasar por eso"
Tamara, empecemos por el principio: vayamos al origen. ¿Era usted la popular de la clase o la chica tímida del cole?
¿Tímida? ¡Para nada! Yo he sido una niña muy feliz porque mi familia se encargó de eso. En el colegio siempre fui muy extrovertida. Cuando digo que era feliz, lo digo incluso teniendo carencias en casa, pero nunca me las hicieron notar. En el colegio era muy abierta, como ahora. Jugaba con todo el mundo.
¿Era líder o seguidora?
No, no líder, solo extrovertida. No me gustaba llevar la manada detrás, pero jugaba al fútbol con los chicos, me iba con un grupo, luego con otro… Me mezclaba con todo el mundo.
¿Tenía más amigos o más amigas?
Siempre he tenido más amigos que amigas.
¿Y por qué cree que es eso?
A día de hoy, mis amigos me dicen que soy como un tío, pero en mujer. Porque tengo amigos con los que no me he acostado, ¿eh?
Bueno, ese es el eterno debate, ¿no? Sucede también en el mundo homosexual. Se suele pensar que, si es usted un chico gay y tiene un amigo gay: o es su novio o, al menos, se ha liado con él.
Totalmente. Y yo tengo amigos de verdad, que son heterosexuales, con los que no ha pasado nada.
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¿Recuerda cuándo se enamoró por primera vez?
¡Ay, por favor! Fue precioso, en el instituto. Me gustaba muchísimo un chico. Era tan mono…
¿Y sintió lo que hoy definiría como amor?
Sí, sí. Recuerdo que cuando salíamos del insti íbamos a comprar a unos frutos secos que había cerca. Qué etapa tan bonita. Qué pena que eso ya no se viva así. Salíamos a las dos y veinte, nunca se me olvidará. Antes todo era más directo: “¿Quiere ser mi novia?”, “sí”. Y ya está. Un beso y a seguir.
¿Y cómo se acabó?
Él me dejó.
¿Por qué?
Porque se fue con otra, más mayor y más guapa.
Vaya…
Yo creo que fue inteligente, porque, viniendo lo que venía, dijo: “Yo me voy” (ríe). Con el tiempo lo entendí. Se fue con una chica maravillosa, más mayor que yo, incluso tenía una hija. Y duraron un montón. A día de hoy lo sigo viendo. No somos amigos, pero nos saludamos. Esa fue la primera vez que me enamoré.
¿Y la última?
De mi exmarido, Eze. Nunca más. No me he vuelto a enamorar.
En su último libro, usted dice que fue el miedo lo que hizo que tardara en tomar la determinación de separarse de su marido, Ezequiel Garay. ¿Cuándo se da alguien cuenta de que el amor ya no es suficiente?
Qué bonita pregunta… En mi caso sigue habiendo amor y va a haber amor toda la vida, pero el amor se transforma. Cuando hay un divorcio porque ha pasado algo grave, es muy duro, pero la separación puede ser más fácil. Pero es que en mi caso no ha pasado nada malo.
“Me quise ‘dar de baja’ de la vida. Mis hijos me salvaron”- Tamara Gorro
También habla de algo muy fuerte: un episodio de abuso sexual en su infancia. ¿Usted entendió en ese momento lo que había sucedido? ¿Cuándo cayó en la cuenta de ese horror?
Mira, te soy sincera, no recuerdo la edad exacta. Fue en un campamento, yo era muy niña. Mi padre ya había fallecido, así que debía de tener unos diez años. Nunca se volvió a hablar de eso en casa. Con el tiempo, creciendo, entendí lo que había pasado.
¿Fue un recuerdo que se desbloqueó con la madurez?
Exacto.
¿Es lo más duro que le ha pasado en la vida?
No. Pueden pasar cosas peores: perder a un ser querido, tener una enfermedad… Cada uno tiene su experiencia. Yo he sido fuerte, y eso me ha ayudado.
¿Decidió no hablar más del tema?
No, no. Pero tampoco lo hablaba con cualquiera. Solo lo sabía una amiga. Me empecé a tratar en terapia por una depresión, y fue ahí cuando surgió el asunto. Empezamos a hablar del sexo y le conté a mi terapeuta que no podía tener relaciones con la luz encendida. Llamativo, ¿no? Y entonces entendimos que esa era una secuela del abuso sexual: no soportaba ver la escena, necesitaba que todo fuera muy suave, muy cuidado.
¿Eso le pasó durante todo su matrimonio?
No, no, porque la confianza hace que eso se vaya. Fue hace unos seis años cuando descubrí que aquello era una secuela del trauma.
¿Temió que el dolor la acompañara siempre?
Pensé que sí. Pero nunca me rendí. Yo quería curarme. He luchado por salir adelante. He tenido picos muy bajos, he querido darme de baja de la vida. En otras palabras: el suicidio. La mente es mala y traicionera y puede contigo, pero nunca me conformé con vivir así.
¿Sintió presión por tener que estar bien públicamente?
¡Sí, sí! Principalmente por mí misma. La presión me la generaba yo. La depresión es algo muy difícil de explicar. Yo misma decía: “Tamara, si vienes, como quien dice, de no tener ni para pagar la luz. Vienes de pedir dinero, y ahora tienes trabajo, hijos, salud, familia…”. Eso me creaba muchísima presión. Agradar a millones de personas es agotador. Agradarse a uno mismo agota, imagínate al resto. Esa era yo.
¿Ha llegado al punto de que ya no le importe lo que opinen de usted?
Ahora sí.
¿Qué ha tenido que pasar?
Curarme y conocerme, pero eso me ha costado años. Hace dos años empecé a conocerme de verdad. Yo no sabía quién era. Aún hoy me sigo conociendo.
El título de su libro es Ahora que vuelvo a vivir. ¿Sentía que antes estaba muerta?
Sí. Yo no quería seguir. No porque quisiera morir, sino porque estaba tan agotada mental y físicamente. Era horrible. No quiero hacer comparaciones, pero cuando hay una enfermedad como el cáncer, todos empatizamos con quien la padece. Cuando hay una depresión, que también es una enfermedad, como es mental…
¿Quiso encontrar el origen de su depresión o solo curarse?
Quería curarme. Yo no podía estar así, iba a peor. Primero quería saber qué me pasaba, por qué estaba así. Me diagnosticaron una depresión grave y un trastorno de ansiedad. Y, con el tratamiento, empezaron a llegar respuestas. No te las da el médico, te las da el proceso.
¿Cree que, socialmente, sabemos hablar de la muerte?
No. La muerte me da mucho miedo. Desde que se fue mi yayo, mi abuelo, la veo de otra manera. Fue la primera vez que experimenté una muerte cercana. Eso me cambió. La muerte forma parte de la vida, lo sé, pero lo de mi sobrina Valeria, que era una niña… eso aún no lo entiendo. Como soy tan espiritual, pienso que no nos morimos. Aquí estamos viviendo una experiencia como humanos, pero después seguimos, ¿eh?
¿Qué tipo de conversación la habría ayudado en sus momentos más oscuros?
Ninguna. Solo que estuvieran a mi lado. Y de todos los que yo esperaba, estuvieron cuatro.
¿Hubo alguien que la decepcionó?
¿100? (ríe). Todo el mundo, excepto los míos. Bueno, antes yo pensaba que algunos de esos también eran míos; pero eran de Tamara, no de Tama, que es la de ahora. Yo los compraba y, con tal de que me quisieran, todo. Eso es lo peor.
¿Los ha perdonado?
No tengo que perdonar nada. Me dan igual. No están en esta etapa de mi vida. No estoy dolida, pero tampoco los voy a saludar. No quiero gente así a mi lado. Ciao.
En su libro hay un capítulo sobre el control del tiempo y veo que se marca horarios casi al minuto. ¿Cree que eso es sano?
Es sano si tienes un objetivo claro. Soy muy cuadriculada. De lunes a jueves, a las 21:15 estoy en la cama. Es por mi salud mental. Ahora la valoro mucho.
Pero hay días en los que rompe esa rutina, ¿no? ¡En verano es de día!
El otro día fui a cenar con un amigo y ya me agobiaba porque me decía: “Nos quedan pocos días de verano”. Me fui a casa enseguida. Me gusta tenerlo todo bajo control.
Tamara y la maternidad
¿Cuál es el mayor mito de la maternidad, aquel que nadie se atreve a decir?
La maternidad es tremendamente complicada. Es el trabajo más duro que se puede tener. La vida de esas personas depende de ti: su seguridad, que no se mueran. Tu prioridad son ellos y, además, a día de hoy, tienes que tener dinero para poder ser padre o madre.
¿A qué se refiere?
Todo está carísimo: la ropa, los libros, la comida… La maternidad y la paternidad son el mayor gesto de generosidad. Yo conozco a gente que me ha dicho: “Si yo llego a saber esto, no los tengo”. No me alarma, pero entiendo que otras personas digan que no los habría tenido. Mis hijos son mi motor, ellos me salvaron la vida. Literalmente.
¿Qué quiere decir? ¿Habla del intento de suicidio?
Fue un episodio muy difícil. Yo no lo tenía planeado, no lo había premeditado. Simplemente, hubo un instante en el que estaba llorando, ahogándome, queriendo desaparecer. Y, de repente, en mi cabeza noté como una nube blanca, como si alguien me dijese: “Se acabó”. Ahora lo veo como una locura, una cobardía, porque les habría arrebatado a mis hijos lo más importante.
¿Cree que quienes se quitan la vida son cobardes?
No lo sé. Hay quienes dicen que es un acto de valentía, otros que es de cobardía. Yo solo puedo hablar de mi caso.
En su caso, ser madre fue un deseo muy profundo. ¿Cómo vivió el debate público que se generó en relación con su decisión de tener un hijo por gestación subrogada?
Es la primera vez que voy a decir esto tan claro: me encantaría, pero ya no puedo hablar de la gestación subrogada.
¿Por qué?
Porque no. No se puede.
¿Sigue teniendo la misma opinión sobre la gestación subrogada?
Mi opinión sigue intacta, pero no voy a hablar del tema. Ya no puedo.
¿Qué le diría hoy a la Tamara que no quería seguir adelante?
Le diría: “Qué bien te ha venido pasar por lo que has pasado”.
¿Y cómo le gustaría que se recordara esa etapa: como un punto de inflexión, como una lección o como una herida transformadora?
Como una herida transformadora. Eso es precioso.
La última frase de su libro es: “Construye tu vida, ¡qué maravilloso reto!”. ¿En qué fase de esa reconstrucción está usted ahora?
En la fase de enamorarme de mí. No lo digo en plan narcisista, pero es una sensación muy bonita. Me he ido ahora con la Gorroneta y…
¿Perdón? ¿La Gorroqué?
¡La Gorroneta! ¡Mi autocaravana! Yo sola, dos días. La Gorroneta, sí, había que ponerle nombre… (ríe). He bebido, he bailado, he llorado lo que no está escrito... La gente flipaba. ¡Qué a gusto estuve! Me hablo a mí misma: “¿Te vas a hacer una ruta sola?”, “te va a dar miedo”, “¿miedo?”, “pues abraza al miedo”, “¡Vámonos!”. Yo, ahora, disfruto hasta del tráfico. María del Monte, en la presentación de mi libro, me dijo que era tonta (ríe). Cuando estás en un atasco, es el momento perfecto para poner la música a tope. La subo y si me miran, saludo y voy cantando.
“Mi sueño profesional es presentar las Campanadas con Cristina Pedroche. Sería brutal”- Tamara Gorro
Trayectoria profesional
Lleva casi 20 años en televisión. ¿Qué ha aprendido de toda esta exposición mediática?
Primero, que me he hecho a mí misma. Nadie me ha regalado nada. He tenido oportunidades, sí, pero lo que tengo, que no es una fortuna, es por mi esfuerzo. Me formé, estudié, me preparé. No vengo de una familia de personas que trabajen en los medios. Y haberlo logrado por mí misma me llena de orgullo. Hablamos de tele, pero es que también tengo mis empresas. Empecé sola y ahora somos muchos. La tele es un mundo difícil, donde no hay tantos amigos como uno cree. Aprendí a distinguir entre saludados, conocidos, colegas y verdaderos amigos.
¿Se ha arrepentido de algún proyecto en televisión?
Antes te hubiera dicho que sí. Ahora no. Todo, bueno o malo, me ha traído hasta aquí.
¿Qué es lo más duro que han dicho de usted?
Que era mentira que tenía depresión.
En sus primeros años en televisión ganaría mucho dinero. ¿Cuál es el capricho más escandaloso que se dio?
Ninguno, para mí. Sería un viaje con mi familia... a Benidorm, a lo mejor. No recuerdo.
¿A Benidorm? ¿Eso es un capricho escandaloso?
¡Pagándoselo a toda la familia!
¿Qué les diría a sus hijos si quisieran dedicarse a las redes sociales?
Que eso no es una profesión. Perdón, perdón. Sí es una profesión, siempre y cuando tengas algo que aportar: un maquillador, un cocinero, un fotógrafo, un periodista, un estilista que cuenta algo en las redes y que entrega a la gente algo para que aprendan. Eso sí es una profesión.
¿Qué les diría si se enamoraran de un futbolista?
No se enamorarían de la profesión, sino de la persona. Como si se enamoran del panadero. Que sean felices, eso es lo importante.
¿Un sueño personal y profesional que quiera cumplir a corto o medio plazo?
A nivel personal, quedarme como estoy. No quiero más. A nivel profesional, dar las campanadas. Pero a mi Pedroche que no me la toquen, que la adoro. Darlas con ella. Y tener mi propio programa de televisión. Ya he presentado, pero quiero uno mío.
Agradecimientos especiales a The Westin Madrid Cuzco.