El Día de (todas) las Madres o cómo conmemorarlas cuando ya no están presentes: “Son un faro que ilumina en los momentos más difíciles”
El primer domingo de mayo es una fecha marcada en rojo para todas aquellas hijas que lloraron su pérdida. Cristina Andrés, Ana Martines y Lucía Llano las tienen presentes: “Hablo con ella todos los días”.
Gabriela Mistral afirmaba que el amor de la madre se parece a la contemplación de las obras maestras. “Rebasa lindamente la Naturaleza, la quiebra, y ella misma no sabe su prodigio. Es magistral, con la sencillez de un retrato de Velázquez”, escribía la premio Nobel, con “la naturalidad del relato de la Odisea” y la familiaridad excepcional de “una página de Montaigne”.
“En donde esté, viva o muerta, seguirá haciendo su oficio que comenzó en un día para no parar nunca”, dice más aún. Sobre esa idea de lienzo eterno, Pablo Maurette elaboraba en su penúltimo libro que hay personas vivas que no tienen el más mínimo impacto en nuestras vidas, aunque las veamos todos los días, pero que hay personas para siempre, estén o no físicamente, y las madres pertenecen a esa categoría, porque se les puede preguntar qué opinan aún sin verlas.
En este reportaje especial por el Día de la Madre, dibujamos metafóricamente un enorme mural en homenaje de todas las que ya no están físicamente —o de cualquier otro modo—, pero cuya ‘obra maestra’ permanece. Lo hacemos a través de tres mujeres cuyas madres dibujaron un legado de increíbles dimensiones y humilde naturalidad: las tres coinciden en que cuando alguien tan cercano fallece o deja de compartir lo que llamamos ‘realidad’, su presencia es como un flash. “Una pausa, un rumor que se acerca, una brisa ligera, un aroma de menta” canta Rigoberta Bandini.
Primero hija, ahora madre
Para Cristina Andrés, directora de programas en la cadena de televisión La Sexta, el recuerdo de su madre Esther está en muchas partes, pero quizás, si estuviera concentrado en lugar físico sería alrededor del dedo índice: de familia de joyeros, Cristina lleva siempre consigo el anillo-tótem que regaló su abuelo a su madre y que luego ella recibió como recuerdo. “Lo toco al día quinientas veces, cuando tengo dudas sobre algo, cuando subo en un avión y hay turbulencias, en cualquier momento clave… ¡Cuando nació mi hijo fue lo primero que pedí después de dar a luz!”.
“En mi caso, la pérdida fue durísima, hace dieciocho años”, relata. “Yo tenía solo diecinueve años y de repente mi madre murió en tres semanas. Le detectaron un cáncer, me lo contó un día paseando por la playa y en tres semanas falleció. Tú tienes una vida normal, te pasa algo como eso, y te quedas en shock”.
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“Me acuerdo perfectamente después el momento en que ella se fue. Eran las tres de la tarde”, sigue relatando, “y recuerdo salir a las cinco en punto a la calle en mi ciudad, en Reus, mirar a todas partes y pensar ‘¿y ahora qué?, ¿cómo sigue mi vida sin ella?’. La he dejado dentro de un hospital, después de una semana de estar allí con ella, mañana la voy a entregar y con 19 años, ¿qué hago? Era aterrador solo pensar en cómo seguir hacia adelante. Era mi madre, pero también mi mejor amiga, mi confidente, mi todo”.
“Pero no solamente ella ha formado mi carácter, también su pérdida y cómo viví su despedida. Tenía mala leche y yo también tengo ese temperamento [sonríe]. Luego, respecto al carácter, te da mucho contexto pasar por algo así… ¡Lo ves rápidamente con la gente que nunca ha sufrido! Mi madre era una persona muy fuerte y eso me ayudó a mí desde algún lugar también a serlo”, continúa explicando. “Pasé por supuesto tres años duros, en los que sentía que me costaba mucho vivir sin ella, echaba de menos el SMS de cada mañana, escuchaba sus audios del buzón de voz, pero lo superé más o menos a los tres años, y desde entonces decidí que debía hablar de ello”.
“Me gusta mucho hablar de mi madre”, reconoce con mucha sinceridad, “y usar su recuerdo para valorar la vida, y poner en su lugar las cosas buenas y las cosas malas, ser más consciente de lo importante que es aprovechar el tiempo y no perderlo en tonterías. Me basta recordarla cuando pasan cosas malas, para asumirlas y seguir. Ella era delineante, pero le encantaba escribir, era una mujer increíble. Yo hago cerámica porque ella la hacía, incluso cambio los enchufes y las bombillas de mi casa porque era muy manitas, eso lo aprendí de ella, al final tuve todo ese aprendizaje vital”.
“Tengo también una foto con ella en la mesilla de noche”, reconoce. “No es que esté todo el día charlando con un fantasma, pero creo que ese diálogo interno nunca termina, porque no hay un día en estos dieciocho años en que no haya pensado en ella. Parece absurdo, pero a veces la gente no es consciente de que hay personas que te acompañan más que otras vivas. El día que te casas, el que nace tu hijo… mi tía, su hermana vino al hospital y me regaló una toalla que había bordado mi madre para su hijo, eso me hizo especial ilusión”.
Ahora recientemente, hace ocho meses, Cristina Andrés fue madre. De nuevo, el Día de la Madre del año pasado cuando estaba embarazada, y especialmente el que llega este año, se han vuelto a colorear con el sentido de la maternidad. “Imagínate. Sentir lo que ella sentía por mí. Hasta que no experimentas algo así no es posible imaginarlo. Yo encontré muchas notas suyas que escribía sobre mí, y ahora puedo entenderla más, y a la vez eso me da una nueva fuerza para seguir adelante. A mi hijo le hablo ya de ella, aunque no esté. Es su abuela y le hubiera encantado conocerla. Desde ahora el Día de la Madre va a ser mi día, con mi chico y mi hijo, siempre con el recuerdo de ella, siempre nos acompañará, pero ahora soy yo la madre”, concluye con una sonrisa.
'Reinar' para siempre
“Cuando hablo de mi madre, digo que está en mis poros”, sentencia Ana Martines. “Está muy presente en mi mente y siempre lo estará. Cuando cierro los ojos, o cuando veo a mis hijos. La alegría que yo tengo, mi espontaneidad, mi fuerza vital provienen de ella. ¿Como conectar con mi mamá? No tengo que hacer nada. Siempre estará ahí, como una brújula. Tengo la biblioteca que nos ha dejado, una muy bonita de filosofía e historia de arte y ¡también sus recetas, porque era nieta de libaneses y brasileños y cocinaba estupendamente! Y la tengo dentro de mí”.
Para Ana Martines, directiva de la gran empresa cosmética, se trata del primer Día de la Madre sin su presencia física, puesto que María Regina falleció el día 27 del pasado mes de febrero. “Su nombre significaba ‘reina’ en latín, ¡eso era!”, dice. Su primer recuerdo fue un abrazo, “la sensación de piel con piel, mi relación era muy cercana, muy íntima, hablaba con ella todos los días, un gran apoyo en mi vida”.
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El último que comparte es una narración emocionante. “Al despedirse de mí en el hospital, mi mamá quería oír música, así que compartimos los últimos días escuchando a Jane Birkin, Nina Simone, a los Beach Boys, bossa nova… y, en su penúltimo día, a Bruce Springsteen. La música, además de la política y el arte medieval, fueron pasiones que alimentaron su alma inquieta”.
“Mi madre era, ante todo, una mujer de pasiones”, continúa explicando a Magas. “Y la mayor, como ella misma me confió el año pasado, fue construir una familia. Se casó temprano y sacrificó sus propios sueños para que los nuestros pudieran florecer. Una dedicación incondicional que se extendió a sus hijos, hermanas, sobrinos y, de manera especialmente conmovedora, a sus cuatro nietos. Crio a mis dos hijos con una dedicación diaria que llevaré por siempre en mi corazón. Con mucha personalidad, sabía poner límites, daba una educación de libertad y de confianza”.
“Era todo altruismo. Volvía a casa y la encontraba bailando”, recuerda, “¡haciendo cosas que solo las abuelas saben hacer de forma muy graciosa! Su amor también se desbordó hacia mi padre, su compañero de toda la vida desde que tenía 18 años. Una unión marcada por una pasión inquebrantable, incluso en tiempos difíciles: faltaba dinero, pero sobraba pasión”. Lo cuenta Martines mientras sostiene curiosamente también con la mano un colgante que heredó de ella. “Nunca hablaba de la muerte, pero le pregunté en diciembre. ‘¿Mamá, tienes miedo de morir?’ Y me dijo que no. Eso me ha dado mucha calma. Fue algo que me ayudó. Ella me transmitió esta idea y partió con la misión cumplida”.
“La vanidad nunca fue su prioridad. Su grandeza residía en su alma, su inteligencia cuando leía árabe y griego clásico y su espíritu emprendedor con su empresa como traductora de inglés y francés. Le gustaba mucho recibir gente en casa. Cocinar como un acto de amor. Era muy erudita. En los últimos años se quedó en silla de ruedas y aún tenía una rutina de trabajo. De hecho hemos descubierto que había terminado un libro único de 600 páginas de un diccionario de arte. No sabíamos que lo hacía todos los días para la familia. Aún en el sufrimiento, mi madre encontró sabiduría y nos dejó mensajes profundos como aceptar con humildad las cosas de la vida”.
Febrero es ahora, explica Martines, “un mes que conlleva la dualidad de la vida y la muerte, marcando tanto el nacimiento de mi hija como la partida de mi madre. Un ciclo que nos recuerda la inevitabilidad de la muerte. Después de su primera hospitalización, luchó valientemente contra una condición crítica, pero volvió para regalarnos una despedida, un momento mágico y doloroso, en el que la vimos debilitada, pero luchando, renovando nuestras esperanzas”.
“Hoy su cuerpo físico ya no está, pero su alma se expande irradiando el amor incondicional que siempre nos dio”, concluye. “Ella me transmitió su pasión por la psicología y me presentó lugares históricos, muchos de los cuales visitamos juntos. Una mujer que sonreía, que llenaba la habitación con sus historias y su cocina, que siempre nos abría las puertas de su casa. La matriarca de nuestra familia, quien nos educó con rigor, amor y alegría, enseñándonos el valor de la dedicación y la riqueza interior. Es un orgullo haber sido hija suya, y ya serlo para siempre”.
Pilar y el faro que guía
Lucía Pilar Llano, la primera mujer presidenta y fundadora de una asociación de retirados de la Guardia Civil y ‘Top 100’, celebró el pasado Día de la Madre con su pareja Lidia y su suegra, “una madre encontrada”. El verbo ‘maternar’, de hecho, ha surgido en el último tercio del siglo XX en el diccionario, como explica la RAE, para describir el cuidado y la protección que podemos recibir o dar de otras ‘madres’ encontradas, para describir esa actitud maternal.
“Una madre es como un faro”, resume. “Es quien te ilumina y te alumbra en los momentos más difíciles de tu vida y cuando la pierdes sientes que se quiebra tu corazón. Cuando ella está, tienes un lugar al que siempre puedes ir. La mía falleció con 68 años, de repente se quedó dormida en el sofá viendo el telediario y no volvió a abrir los ojos. Hace este enero once años. No había tenido esa sensación en toda mi vida, ni la he vuelto a tener, ni siquiera con la ruptura de una pareja, que siempre estamos diciendo que se nos rompe el corazón. Pero no. Es ahí cuando sientes la ruptura de ese cordón umbilical imaginario”.
“Cada 25 de enero es algo que rememoro junto a mis hermanos y la gente que la quería”, explica. “Siempre le hago un pequeño homenaje en las redes sociales porque es una manera de mantenerla viva para mis amigos y mi gente, y para sus amigas, que las tengo en redes. Le suelo decir lo mucho que echo de menos que descuelgue el teléfono para llamarme, era la única que lo hacía en mi santo. O cuando lo hacía por la mañana y me preguntaba cómo estaba yendo el servicio o si estaba comiendo bien”, relata con una sonrisa.
“¿Cómo la podría describir mejor? Mi madre era una mujer que no tenía que haber nacido en la época que le tocó, nació en 1945, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, pero era muy adelantada a su tiempo. Tenía una manera de pensar que no era acorde a esos tiempos. Era hija única, estudió en un buen colegio su bachillerato e hizo su reválida. Cuando terminó se fue a vivir mundo, fue una romántica empedernida y se enamoró de hombres que no eran para ella, con los que tuvo sus hijos. No tuvo suerte en el amor”.
“Tengo muchos recuerdos suyos de infancia”, añade, “pero me acuerdo especialmente de un momento muy feliz, cuando ella llegaba muy guapa, maquillada y con un jersey de cuello alto, y traía en brazos a mi hermano pequeño José para enseñármelo”, explica. “Yo me llamo Lucía Pilar, llevo su nombre en el mío, y también tengo sus apellidos”.
“Recomiendo a todo el mundo no dar por sentado a su madre”, explica a nuestra audiencia. “Que pasen todo el tiempo que puedan con ellas. Cuando eres más joven muchas veces te vas con tus amigos, no haces viajes. Vas retrasando todo y piensas que van a estar toda la vida. Ojalá podamos disfrutar de ellas hasta los cien años, pero nos pueden faltar en cualquier momento”.
“También fue la pérdida de mi abuela muy importante”, añade, “solo que ella se fue con una edad más lógica por ley de vida. Ambas fueron mujeres luchadoras, fuertes, que nos enseñaron valores que hemos tenido a lo largo de nuestra vida. Ella me apoyó siempre, y aunque no le gustó la idea de que fuera guardia civil, porque había vivido en el País Vasco, me apoyó, vino a mi jura de bandera y me compró incluso los enseres para entrar en la Academia. Siempre estuvo muy orgullosa de todos sus hijos”.
Lucía aconseja a todo el mundo, “en especial a las nuevas generaciones no desperdiciar la oportunidad de disfrutar de las madres. Cuando estoy con mi sobrino le pongo vídeos de mi madre cantando. Cuando tengo algún dilema hablo con ella. Y cuanto más tiempo pasa y más me miro al espejo más me reconozco en ella. La tengo muy presente y la echo de menos al mismo tiempo. Es así como sucede”.
“El cariño materno tiene el mismo absurdo del amor de Dios por nosotros”, llegaba a escribir la premio Nobel Gabriela Mistral, “no se le ocurre esperar el retorno ni el olvido”. La autora añade que incluso las madres menos presentes, son parte de un retrato que nos construye tal como somos. Si M.A.D.R.E. fuera un acrónimo de las madres descritas en este reportaje, aparte de la M de Madre, el resto de las letras podían ser de ‘Abnegada’, ‘Decisiva’… y las iniciales de R y E tendrían que ser para las palabras ‘Recuerdo’ y ‘Eterno’.