Vivimos en un mundo tuiterizado. Información inmediata, gestión digitalizada instantánea de nuestras cuentas bancarias, de nuestra tarjeta sanitaria o las recetas médicas, de las notas de los estudiantes. Clases en remoto, conferencias internacionales en una pantalla, con la consiguiente reducción del tiempo de la participación. Ya se sabe, nadie aguanta más de 10 minutos ante la pantalla de un ordenador.

Algunos articulistas son, como me decía Cayetana Álvarez de Toledo, tuiteros reconvertidos. Y sus escritos simplemente recogen una cadena de tuits mejor o peor engarzados. Pensar en profundidad en 140 caracteres no es posible. No hay tanto genio en la humanidad.

Lo bueno de las redes sociales es que, de repente, te encuentras un artículo de un economista chileno desconocido en España, de la mano de John Müller, que merece mucho la pena. Sergio Urzúa explica, en La inflación según el pato Donald publicado en El Mercurio, lo fácil que es llegar a conclusiones disparatadas a partir de un argumento sólido, por ejemplo, respecto a la causa de la inflación.

En concreto imagina que se propone el ejercicio siguiente a unos alumnos: supongamos que el Tío Gilito se dedica a lanzar billetes desde un helicóptero. ¿Se crearía inflación? En su repuesta menciona a Milton Friedman, Robert Lucas y Larry Summers.

Desde la respuesta correcta que señala el origen monetario de la inflación para Friedman, la influencia de las expectativas en el aumento de demanda de Lucas y cómo el aumento del gasto público llevó a Larry Summers a prevenir, hace ya un año, que subiría la inflación, y gracias a una cadena de mensajes no comprendidos, se llega al típico tuit disparatado e incomprensible que acaba por desear la ruina de los ricos y afirma, como un dogma, cualquier astracanada que uno pueda imaginar.

Pensar en profundidad en 140 caracteres no es posible. No hay tanto genio en la humanidad

Y es que las redes no son un medio para reflexionar a fondo sobre nada. Te permiten agarrar una punta del cabo para, ya por tu cuenta, ir tirando y descubrir tesoros submarinos, o bien, sacar del mar una bota vieja.

Y estamos en momentos en los que se necesita una gran capacidad para ver más allá y para reflexionar serenamente. Tenemos mucho encima. Un par de ejemplos.

No se puede asumir que Zelensky es un santo, o que en la región de Donbás no había grupos neonazis. Los hay en nuestro país, y más de lo que sería deseable. No son los únicos enemigos de la democracia. Hay otros cercanos a asociaciones terroristas incluso en el Parlamento. Así que no sirve de nada hacernos los ingenuos.

¿Quiere eso decir que hay que abandonar al pueblo ucraniano a su suerte? En absoluto. Pero aceptemos los matices que curan las peligrosas cegueras. No estamos con Zelensky excepto en la medida en la que él esté con el pueblo ucraniano. ¿Y Alemania? ¿Piensa en sus ciudadanos por encima de los ucranianos? Otra reflexión serena sobre la mesa.

Ha ganado Macron frente a Le Pen en Francia. Parece ser una buena noticia ¿Quiere eso decir que Macron es el mejor para España o para Europa? No. Quiere decir que, de los dos candidatos, es con el que resulta más fácil llegar a acuerdos. Pero eso no hace peor a Le Pen.

Me explico. La Unión Europea se encuentra en una delicada posición tanto económica como política. ¿La entrada en la UE de países como Ucrania va a ser beneficioso? No lo sabemos. Tal vez aumentar la heterogeneidad y la necesidad de fondos es peor que mantener una postura escéptica como la de Le Pen.

La Unión Europea se encuentra en una delicada posición tanto económica como política

El difícil equilibrio presupuestario de la UE que arranca con el brexit se ha visto expuesto a todas las circunstancias inesperadas que ya conocemos. La guerra ha sobrevenido cuando aún se gestionaban los fondos para la recuperación de la crisis del coronavirus.

Según las cifras de Eurostat, los gobiernos europeos han aumentado su emisión de deuda a largo plazo, y Nadia Calviño ya ha anunciado que va a volver a hacerlo. La deuda a largo plazo es un freno implacable del progreso económico futuro. Todavía si hubiera evidencias de que se están ajustando los gastos en volumen e impacto, y no hubiera más remedio, pasaría. Pero no parece que se esté gastando en las partidas básicas y de manera eficiente.

No es solo aumentar el gasto en educación, sino hacerlo de manera que el impacto de cada euro invertido sea el máximo. No se ve nada de eso. Es normal: nuestro Gobierno también está tuiterizado.

Y eso implica que las decisiones que se toman son apresuradas, contra programando lo que venga con el objetivo de mantenerse en el poder. Porque está claro que muchas de las circunstancias sobrevenidas no se podían prever con tiempo. Ha sido necesario actuar con celeridad ante imprevistos.

Todo eso es lo que yo llamo gestionar, así que el Gobierno solo tenía que cumplir con lo que es su función primordial. Pero cuando miramos a otros países que han sufrido los mismos imprevistos observamos que sus respuestas han sido muy diferentes.  Han mirado a la ciudadanía, no a sus socios en el Gobierno. Y la razón es que mientras que la mayoría de los gobernantes europeos rinden cuentas ante sus ciudadanos, nuestro presidente rinde cuentas ante los partidos que apuntalan su legislatura.

Hay otro factor importante. La rigidez de nuestro mercado de trabajo, la losa impositiva a la generación de riqueza, los malos datos de déficit y deuda pública han pesado mucho a la hora de planificar. No voy a entrar en los fondos europeos porque, aunque no pinta muy bien, creo que debe pasar más tiempo para hacer un análisis.

¿Se puede hacer de otra manera? Sí. Pero para ello es necesario abandonar ese proceso de tuiterización, permitir análisis profundos de nuestros problemas económicos, tomar decisiones de cara a los ciudadanos, no a la conservación de tu poder. Y sobre todo, hace falta un liderazgo político que no requiera venderse a partidos que van a mermar, a perjudicar el juego democrático y a comprometer la economía en aras de eslóganes y tuits ideológicos trasnochados y dañinos.