Cuando hay que elegir al gestor del dinero público hay que analizar sus intenciones y su trayectoria. Porque no se trata del dinero de nadie (cómo dijo una ministra socialista) sino de "nuestro dinero", el de todos. El que aportamos con nuestros impuestos.

Por eso, es bueno analizar a los posibles candidatos en unas elecciones generales. El lector de este artículo puede pensar: ¡largo me lo fiais! ¿Quién sabe lo que puede ocurrir hasta las próximas elecciones al Congreso y Senado?

Pero el tiempo pasa a una velocidad pasmosa. Cuando menos lo esperemos estaremos a finales de 2023 o principios de 2024; fecha en la que parece posible que se convoquen esas elecciones, sino se producen antes. Además, en otoño de este año habrá elecciones andaluzas y, a mediados del que viene, autonómicas y municipales que influirán en las posibilidades de cada una de las dos candidaturas posibles a presidente de Gobierno: la de Sánchez y la de Feijóo. Según se vote en ellas, aumenta o disminuyen sus posibilidades.

Por tanto, es bueno empezar a intuir las intenciones de cada uno de ellos en materia de gestión de "nuestros dineros".

La intención de Sánchez y sus variados 'aliados' está clara. Piensan que el dinero está mejor en las manos del Estado que en la de los ciudadanos. Por eso, abogan por mantener y, si es posible, aumentar los impuestos de todo tipo. Luego, una vez en sus manos, ya se encargarán de distribuirlo para, según ellos, disminuir las diferencias sociales y subvencionar a determinados colectivos y organizaciones. Votantes agradecidos que les ayudarán a permanecer en el poder. 

La intención de Sánchez y sus variados 'aliados' está clara. Piensan que el dinero está mejor en las manos del Estado que en la de los ciudadanos

La intención de Feijóo y sus posibles aliados es la contraria. Piensan que el dinero se administra mejor en el bolsillo de los ciudadanos. Para ellos los ingresos fiscales no sólo crecen subiendo los tipos impositivos, a veces es al revés: aumentan bajándolos.

El dinero en el bolsillo de los ciudadanos se utilizará para consumir más e invertir aumentando el PIB y creando puestos de trabajo y, en consecuencia, los ingresos de las Administraciones. Es la paradoja de la curva de Laffer que enseñó un economista a Ronald Reagan. Aquel presidente de EEUU que, bajando los tipos impositivos, consiguió subir la economía de su país y obligar a la comunista URSS a desaparecer.

Si las intenciones parecen claras, las experiencias también.

Sánchez llegó a la presidencia de España sin haber gestionado ninguna empresa, ni Administración. Bajo su mandato España se ha endeudado hasta el 120%, tiene la mayor inflación de los países del entorno y el mayor paro, especialmente juvenil. Bien es cierto, que parece haber conseguido que la UE se comprometa a mandarnos 140.000 millones de euros en varios años para salir del pozo en que está la economía del país.

Feijóo ha gestionado empresas públicas con éxito (Correos) y Administraciones (Insalud y Galicia). Su hacer se vio recompensado con cuatro mayorías absolutas en las elecciones gallegas. Y, a pesar de las crisis, cerró sus presupuestos autonómicos con bastante equilibrio. No todos los presidentes autonómicos pueden decir lo mismo.

Por estas razones y experiencias Sánchez quiere altos los tipos de los tributos. En particular el IRPF, Sociedades, Patrimonio y Sucesiones. Eso presionará a los empleados a pedir aumento salarial para no perder capacidad adquisitiva. Con ello se aumentan los costes de las empresas que subirán sus precios, cebando la inflación. Una inflación que el Banco de España fija en 7,5% para este año y que con la espiral salarios/precios puede llegar a más del 10%.

Por el contrario, Feijóo piensa que se puede mejorar la capacidad de compra de esos salarios sin subirlos tanto, pero quitándoles menos dinero vía impuestos. Así, los ciudadanos gastarán más y empujarán la economía. Las empresas no verán aumentado sus costes salariales y no tendrán necesidad de subir tanto los precios, reduciendo la inflación. Inflación que es el impuesto de los pobres.

Estas son las dos filosofías de cómo salir de la crisis que Putin ha generado con su infausta guerra.

Ahora los votantes deben decidir cuál es la filosofía que les conviene y cómo es la experiencia de cada candidato que la avala.