¡Lo que cambian las cosas en poco tiempo! Hace solo seis meses estaba todo el mundo quejándose de la escasez de camioneros: en EEUU hacían falta 60.000, y en Canadá 25.000; en Alemania faltaban 80.000 y en el conjunto de la Unión Europea 400.000, por no hablar de Reino Unido, donde han tenido que recurrir a Fuerzas Armadas para distribuir el combustible a las gasolineras.

Hace seis meses eran imprescindibles y mimados de palabra. Hoy se sienten maltratados y van al choque con sus gobiernos: Canadá, España…
Los anglosajones dirían: ¡What a difference a year makes!

Hace pocos días Larry Fink el presidente de la gestora de fondos de inversión BlackRock (no confundir con Blackstone, el viejo conocido de la Empresa Municipal de la Vivienda y Suelo de Madrid) decía en una carta a sus accionistas que la guerra en Ucrania significaba el fin de la globalización. BlackRock gestiona un patrimonio de 10 billones (trillion) de dólares.

La afirmación es contundente y las medidas tomadas por los gobiernos occidentales y por sus aliados en Asia-Pacífico son de tal calibre que uno tiende a estar de acuerdo con Larry Fink. Desde Donald Trump parecía que ese era el futuro: su enfrentamiento con China parecía anunciarlo. Pero el comercio global está creciendo a más tasa que el Producto Interior Bruto (PIB) mundial y se supone que esa es una señal de que la globalización sigue avanzando, a pesar del parón que sufrió tras la crisis financiera y, por supuesto, en los peores meses de la pandemia.

En efecto, el viernes pasado se publicó el volumen de comercio mundial del mes de enero (se publica siempre con dos meses de retraso) y, aunque no experimentó cambios y fue igual que el de diciembre, en tasa anual (comparado con enero de 2021) creció un 5,52%, lo que está por encima de 4,4%, que es la previsión que hace el FMI del crecimiento del PIB mundial en 2022.

De los nueve meses anteriores, en siete de ellos el comercio global también creció más que el PIB. Todo ello a pesar de las dificultades conocidas de la escasez de contenedores, de los atascos en los puertos más importantes del planeta y del resto de dificultades que afectaron en 2021 a la cadena de distribución internacional, entre ellas la escasez de camioneros.

Y es que no es tan fácil acabar con un proceso de globalización: costó la Primera Guerra Mundial para que se liquidara la anterior globalización industrial, y las guerras napoleónicas cien años antes para que la globalización comercial iniciada al comienzo de la Era Moderna quedara liquidada temporalmente.

La guerra de Ucrania y las sanciones a Rusia no parecen suficientes para acabar con la globalización, salvo que entremos en una escalada adicional incontrolada, pero es seguro que tendrá un impacto negativo en las cifras de comercio global que se irán publicando en lo que resta de 2022. No cabe duda de que la globalización está en peligro, pero parece un poco prematuro darla por acabada. El propio Larry Fink habla de la reducción de la dependencia de China, pero para sustituirla por la de otros países el Sudeste Asiático.

Larry Fink trataba en su carta todo tipo de temas espinosos. Con la prudencia que corresponde a quien tiene la responsabilidad de gestionar 10 billones de dólares y lidiar con gobiernos de multitud de países, también abordaba la crisis energética y la imposibilidad de conseguir para el año 2050 el objetivo de emisiones netas cero. A pesar de que se muestra partidario de seguir con la búsqueda incansable de ese objetivo.

Pero es que la realidad ha despertado de un bofetón a las durmientes élites occidentales, que no habían previsto bien cómo hacer la transición de las energías sucias a ese mundo de emisiones netas cero. Todavía en julio del año pasado la Agencia Internacional de la Energía se mostraba partidaria de acabar de forma inmediata con las centrales térmicas que usaran carbón, gas natural o fueloil. Con criterios “tan afinados” (Alemania ha vuelto a usar carbón) no es extraño que estemos ahora en un aparente callejón sin salida.

En España, hace algo más de dos años entramos por decreto en una “emergencia climática”. El gobierno pomposamente la declaró, como quien declara abiertos los Juegos de Invierno. Desde entonces, parece que se hubiera abierto más bien el Apocalipsis y nuestras postrimerías de ultratumba: muerte, juicio, infierno y gloria. De todo, menos la emergencia climática. Al menos, por ahora. Solo la tormenta Filomena podría barrer un poco para “la casa de la emergencia climática”. Aunque parece algo forzado.

Menos mal que un estudio publicado en la revista Nature (y que hay que tomar con un grano de sal, como todo lo que tiene que ver con magnitudes difíciles de medir) viene a darnos un respiro. Según los autores, “la absorción combinada de la tierra y el océano ha sido capaz de crecer al menos tan rápido como las emisiones humanas”.

Aunque no todo son buenas noticias. Progresivamente se va viendo que las energías limpias son más caras y no son tan limpias como se pensaba, ingenua o atolondradamente. Por colorear con unas pinceladas el asunto: Tesla ha subido el precio de lo que llama su Megapack de almacenamiento de energía, y también por dos veces en la primera quincena de marzo el precio de sus vehículos.

Pero eso no es lo peor. Cada vez es más de conocimiento ordinario que para llegar a las energías verdes hay que pasar primero por un proceso endemoniado de mayor consumo de energías fósiles. La minería de los metales tradicionales más codiciados y de las tierras raras es muy sucia e intensiva en energía. Pero, además, hay que transportarlos y refinarlos. Y todo ello exige un uso intensivo de energías fósiles.

Como cuentan en CCJ Digital and Overdrive Online, mientras que en un motor de combustión interna se necesitan 50 libras de cobre, en un Tesla hacen falta 180 libras, por su cableado más abundante. Además de níquel y litio.

Cuanto mayor sea la demanda de coches eléctricos mayor será la de combustibles fósiles, necesarios para obtener los preciosos metales industriales y “digitalizantes” que llevan aparejados. La revolución de las energías verdes sigue dependiendo de camiones inmensos que funcionan con diésel.

Quizás el actual y aparente callejón sin salida energético sea sin embargo una ilusión transitoria: puro “impresionismo” forzado porque los árboles de la rabiosa actualidad no nos dejan ver el bosque de lo que viene a continuación.

Así, la subida del precio de la energía es de suponer que terminará moderándose por la sencilla razón de que, como es sabido, la mejor manera de combatir la subida de precios es la propia subida de precios, ya que termina provocando una caída de la demanda y su consiguiente reducción.

Algo parecido sucederá con las demás materias primas, incluidas las agrícolas que, como en el caso del trigo, ya suben desde el verano pasado casi tanto como en los peores momentos de los últimos 50 años; solo en 1973-1974 y en 2007-2008 el precio del trigo tuvo una subida mayor.

Y es que, como ya habíamos comentado hace semanas, en 2022 todo sigue pareciéndose asombrosamente, y peligrosamente, al año 2008. Las Bolsas han caído mucho, primero, para recuperarse parcialmente después, como entonces. La evolución del precio de los metales industriales sigue, de momento, la misma trayectoria que entonces, y la del trigo también.

Si todo continuara así, la caída de todos esos precios sería lo probable para la segunda parte del año. Hasta tal punto, que el precio de la energía podría ser el año que viene por estas fechas la menor de nuestras preocupaciones. Y todo ello por la caída de la demanda.

Una caída provocada por el retroceso de la actividad económica que ya está en marcha: desde China donde ya es patente el mayor frenazo en la actividad desde hace dos años, hasta Alemania, cuyas previsiones de crecimiento se rebajan más y más, y hasta EEUU para el que se augura un crecimiento en este primer trimestre de solo un 0,22% trimestral, y donde la confianza de los consumidores ya está en niveles propios de las recesiones de los últimos 70 años (y con los tipos de interés subiendo). Para la Eurozona las estimaciones del Instituto de Finanzas Internacionales hablan ya de solo un 1% de crecimiento en 2022.

Quizá, en septiembre, el gobierno ya se estará arrepintiendo de haber montado el pollo en Europa por el tema de la energía. Es lo que tiene gobernar y no sacar tiempo para mirar un poco por encima de la melé. Y con demasiada obsesión por la propaganda.