La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, aplaude al presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky.

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, aplaude al presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky. Europa Press

La tribuna

Soberanía energética europea, sumar soluciones

23 marzo, 2022 02:45

24 de febrero de 2022. Una fecha que, inequívocamente, quedará para el recuerdo de los anales de la historia europea. Una fecha que, inequívocamente, ha supuesto un punto de inflexión en los consensos del orden mundial establecidos tras la II Gran Guerra y, posteriormente, al término de la Guerra Fría.

Es la fecha en la que Rusia invade unilateralmente Ucrania e inicia un conflicto militar por tierra, mar y aire para lograr la rendición y sumisión, por la vía de la violencia, de un pueblo libre y soberano.

Es la fecha en la que la decisión de un líder de ínfulas imperialistas y totalitarias golpea el modelo pacífico de construcción social de valores.

Es la fecha en la que, en definitiva, el curso de la Historia nos resitúa en el epicentro de un mundo polarizado entre democracias y autocracias, donde el fantasma de la guerra se impone a la vía diplomática como mecanismo de resolución de conflictos en la escena internacional.

En perspectiva europea, es la fecha en la que la Unión Europea, por proximidad geográfica, así como por los vínculos políticos, económicos y sociales con el agresor y el agredido, debe tomar partido, por coherencia son sus valores y por la hemorragia de legitimidad que, desde la inacción, habría experimentado el proyecto europeo ante la sociedad y la opinión pública occidental.

Como señaló la propia presidenta de la Comisión Europea el pasado 11 de marzo, en la cumbre informal del Consejo Europeo en Versalles, "Es el momento, en el que vemos que la guerra de Putin es también una cuestión de resilencia de las democracias".

Al calor de la necesaria reacción europea, se enmarcan, entre otras medidas, los cuatro bloques de sanciones económicas que la UE27, en coordinación con Reino Unido, EEUU y otras potencias occidentales, han dirigido hasta la fecha contra el Kremlin, con el objetivo último de ahogar económica y financieramente a sus líderes políticos y a los oligarcas y militares que sostienen el régimen.

Unas sanciones que, lógicamente, se han traducido ya en un impacto en la economía europea: la Eurozona observó en febrero una inflación del 5,8%, la más elevada en dos décadas, según Eurostat, un 7,4% en el caso de España, su tasa más alta en 33 años.

Entre el elenco de medias adoptadas contra Rusia, severas y sin precedentes para una economía de primer nivel, se encuentra la expulsión de los principales bancos rusos del sistema de pago internacional Swift, la prohibición de las exportaciones de alta tecnología a Rusia y la drástica restricción del uso que haga ese país de sus reservas en divisas.

Ahora bien, hay quienes, desde el plano comunitario, no ocultan el malestar y el sinsentido de estos sacrificios sin atacar la arteria económica principal que vincula a la UE con Rusia: la compra de gas y petróleo del país euroasiático.

Según el Centro europeo de Investigación sobre Energía y Aire Limpio (CREA), desde el inicio de la invasión de Ucrania, la UE ha invertido más de 9.400 millones de euros en gas ruso, 5.000 millones en petróleo y 380 millones en carbón. Es, en palabras del eurodiputado de C’s Luis Garicano, "una hipocresía con mayúsculas" que, mientras tratamos de ahogar económicamente al Kremlin, sigamos financiando su guerra a través de la compra del gas y el petróleo rusos. 

Desde el inicio de la invasión de Ucrania, la UE ha invertido más de 9.400 millones de euros en gas ruso, 5.000 millones en petróleo y 380 millones en carbón

Para entender la dificultad, primero es preciso señalar que Rusia es de lejos el mayor proveedor energético de la UE. Este país exportó el 45,3% del gas que se consumió en todo el bloque en 2021, según la Comisión Europea. Además, casi una tercera parte del petróleo que se consume en los 27 es ruso, y un 46,7% del carbón proviene del mismo país.

Por territorios, el grado de dependencia de las fuentes de energía rusas es asimétrico y muy dispar; entre los más dependientes se encuentran Alemania, con un 65,2% de sus importaciones, Polonia (54,8%) o Italia (43,2%), aunque superados con creces por países como Letonia o República Checa, que dependen del suministro ruso al 100%, Eslovaquia (85%) o Hungría (95%).

Otras potencias, como España (8,9%) o Francia (16,8%), han sabido capear el temporal con una estrategia de diversificación progresiva, aunque siguen siendo vulnerables a las oscilaciones en los precios del mercado. Esta situación dificulta sobremanera un consenso en bloque sobre la posición a adoptar.

Ahora bien, lo que parece evidente es que no se puede defender la democracia en este conflicto sin contar con un mercado de abastecimiento fuerte y sólido en un ámbito tan estratégico como la energía. Rusia seguirá siendo país vecino y su ambición expansionista parece no conocer límites.

Es prioritario, por tanto, que la UE avance, cuanto antes, hacia una verdadera autonomía estratégica en este ámbito. En este sentido, la posición que se adopte en el Consejo Europeo del próximo 24 y 25 de marzo será determinante; por la señal política que se envíe tanto fuera, al país agresor que ha perpetrado este conflicto, como dentro de las fronteras de la Unión, por el impacto tan lesivo que está teniendo el alza de los precios de la energía, los carburantes y los alimentos en industrias, familias y empresas, lo que, sin duda, compromete la recuperación. 

No se puede defender la democracia en este conflicto sin contar con un mercado de abastecimiento fuerte y sólido en un ámbito tan estratégico como la energía

El debate debe abordarse desde una perspectiva poliédrica; con un impulso decidido a la diversificación de las fuentes de suministro que componen el mix energético (renovables, nuclear y progresiva reducción del gas y el carbón), así como por la diversidad de países que proveen ese suministro (no se puede apostar todo a una carta).

Las infraestructuras, como la construcción de regasificadoras y las interconexiones necesarias entre países, juegan también un papel fundamental. Asimismo, la apuesta por el hidrógeno verde, producido a partir de agua y energías renovables, o el progresivo avance hacia el autoconsumo energético, con iniciativas de la Comisión como REPowerEU, también son esenciales.

España, en concreto, ha liderado la propuesta de una profunda reforma del sistema de fijación de precios de la energía, a través de un desacoplamiento del coste del gas del precio de la electricidad, a fin de contener su imparable ascenso.

Por desgracia, cabe desprenderse de la capa de inocencia: no hay soluciones mágicas ni alternativa posible hacia una transición que reduzca la dependencia energética en cuestión de días.

La decisión de prescindir del gas y el petróleo rusos comportaría un fuerte impacto en la economía y el empleo europeos. No hacerlo significará seguir financiando la masacre rusa. Cabe sopesar el coste de oportunidad. De un modo u otro, es muy relevante adoptar una estrategia de consenso entre los socios europeos que conjugue acciones e inversiones a medio plazo, que permitan reducir la dependencia energética en el menor tiempo posible, con un gran plan de coche europeo que, de forma inmediata, amortigüe y palíe el impacto en todos los colectivos y sectores afectados.

La inacción sólo hará más fuerte al enemigo mientras nuestra legitimidad agoniza. En palabras de Jean Monnet, uno de los considerados 'padres fundadores de la Unión Europea', "Europa se forjará en las crisis y será la suma de las soluciones adoptadas para afrontar esas crisis". Afinemos bien el tiro.

*** Alberto Cuena es periodista especializado en asuntos económicos y Unión Europea.

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