La semana se ha visto presidida por el intento de suicidio del Partido Popular y por la revisión a la baja de las previsiones de crecimiento de la economía española para este año ofrecidas por el FMI. Estas se suman a las realizadas por la mayoría de los organismos públicos y privados, nacionales e internacionales que dejan en una soledad olímpica al Gobierno, orgulloso sin duda alguna de mantener impasible el ademán ante las negativas profecías de Casandra. El Gabinete ha abandonado la ciencia lúgubre para enmarcar su filosofía económica en la corriente del optimismo metafísico.

La correlación entre la crisis vivida por la principal fuerza política de la oposición podría resultar espuria, pero no lo es. Si ese conflicto se prolonga y no se resuelve o lo hace en falso, las perspectivas electorales del centro derecha español van a sufrir un duro golpe y sus opciones de configurar una mayoría para gobernar se esfumarán. Ello conduciría a eliminar cualquier atisbo de una estrategia económica diferente a la actual cuya única rectificación podría venir de Europa o de los mercados.

La potencial continuidad de la actual fórmula gobernante o de una similar durante otra legislatura introduciría a España en una dinámica muy preocupante. Aunque la Comisión Europea terminase por forzar la implantación de un plan de consolidación presupuestaria, la composición de éste no sería la misma si la diseña un gabinete pro-mercado que si lo hace uno pro-estado; las reformas estructurales, se está viendo con suma claridad, no tienen la misma orientación y contenido si las acomete una coalición estatista que si las lleva a cabo una alternativa de corte liberal. Y de una adecuada combinación de ambos elementos dependerá de manera clara el crecimiento, el empleo y el nivel de vida de todos los españoles en el medio-largo plazo.

Si bien la fluidez de convicciones del Presidente del Gobierno no es ningún obstáculo para hacer lo que considere necesario para mantenerse en el poder, no es probable que tenga una posición parlamentaria que le permita caminar en la dirección marcada por la racionalidad económica. El PSOE sólo pudo hacer eso y de manera parcial durante su primer mandato (1982-1986) en el que contaba con una abrumadora mayoría en el Congreso y tras asistir al desastre generado por el experimento del Gobierno social-comunista de Pierre Mauroy en la Francia de Mitterrand. Antes como ahora, el socialismo español ha terminado siempre por anteponer la ideología a las exigencias y necesidades de la economía. A priori no resulta verosímil que en las próximas elecciones se vaya a producir un cambio radical del panorama.

En este contexto, la confrontación abierta en el PP resulta irresponsable e incomprensible. A diferencia de lo acaecido en la UCD, un coctel de familias políticas con idearios antagónicos, la protagonizada por los Populares no parece responder a ninguna diferencia ideológica o programática de fondo sino a factores que escapan a cualquier análisis objetivo y racional. Que esta situación se produzca, cuando se acerca el final de la legislatura y con un Gabinete empeñado en un proyecto de cambio de régimen político y económico, refleja una falta clamorosa de altura de miras, un pésimo servicio a España, un profundo despreció a los votantes del centro-derecha y, por ende, al conjunto de la ciudadanía. El país no está para peleas de patio de colegio en medio de un escenario como el presente.

A los ciudadanos no les interesan nada las disputas internas de las formaciones políticas, pero las castigan cuando éstas de producen. ¿Cómo pueden generar confianza en los demás quienes se entretienen en peleas fratricidas? ¿Cómo pretenden gobernar España quienes no son capaces de gobernarse así mismos con madurez y cordura? Estas preguntas son fundamentales, sobre todo, en esta hora española. La confianza es un activo cuya pérdida pasa siempre factura. Se gana con esfuerzo, se pierde con facilidad y recuperarla es una tarea titánica.

En el plano de la economía, la situación del PP es una mala noticia no sólo por las razones señaladas, sino por su impacto sobre las expectativas de los agentes económicos. Una formación sólida y con opción de gobernar en un horizonte temporal cercano genera un clima de esperanza en el futuro. Alesina ha señalado que las perspectivas de alternancia de gobiernos con una mala política económica por otros con planes creíbles de rigor macroeconómico y de reformas estructurales anticipan ciclos expansivos incluso antes de que el relevo gubernamental se materialice. De facto suelen ser descontados por los mercados.

Salvo un milagro, a día de hoy, la izquierda volverá a gobernar pero ahí no termina la historia. Si los Populares no realizan una catarsis, Vox puede hacerles el sorpasso y reconstruir una alternativa ganadora de centro-derecha exigirá tiempo, mucho tiempo. España ya pasó por esto cuando AP desplazó a la UCD en 1982. En este caso, la única posibilidad de evitar un severo descalabro económico estribará en que la UE y los mercados obliguen a modificar el rumbo de la política del Gobierno.