No, tranquilos, no voy a hablar de metaverso. Eso se lo dejo a algún Chief Metaverse Officer de los que ya se empiezan a ver por ahí. Estamos fatal, pero parece que 2023 además de ser un año "extraño", y complicado para algunos, podría marcar un punto de inflexión entre lo de verdad y lo que pueda contener algo de humo. Veremos.

Y es que en eso de predecir cómo afectarán las tecnologías emergentes es algo más difícil de lo que pensamos, más allá de lo que podamos plasmar en el típico artículo de fin de año sobre lo que veremos a lo largo del próximo, tal y como hice yo por aquí hace un par de meses.

La razón es que imaginamos el futuro basándonos en el presente. Suponemos que las tendencias actuales se mantendrán sin cambios. Hacemos predicciones basadas en la información de que disponemos y descartamos la influencia de las incógnitas. Y no vemos cómo tecnologías dispares pueden combinarse para crear algo nuevo o mejorar drásticamente algo existente.

Todos estos errores mentales pueden confundir nuestras dotes adivinatorias y distorsionar nuestra comprensión del futuro de la tecnología.

No hace falta ir más allá de la ciencia ficción para comprobar esto que os comentaba antes. Este género se dedica a mostrar futuros posibles. Sus escritores pintan mundos vívidos y tentadores rebosantes de maravillas tecnológicas como el turismo espacial, los asistentes robóticos y los coches voladores. Sin embargo, sus profecías de papel rara vez se cumplen, incluso los artículos que presentan alguna cosillas de ciencia ficción "hechas realidad" requieren no profundizar mucho.

Aunque los "futuros de antaño" parezcan pintorescos desde nuestro punto de vista actual, tienen todo el sentido si, como decía antes, tenemos en cuenta las tecnologías emergentes de sus épocas. Pensemos en los años 50, la edad de oro de la ciencia ficción. Los vuelos espaciales se hicieron realidad a finales de la década, abriendo una vasta e inexplorada frontera; los electrodomésticos entraron con fuerza en los hogares estadounidenses; los coches no sólo experimentaron saltos tecnológicos como la dirección asistida, sino que se convirtieron en un símbolo de la cultura pop.

Pero ninguna de estas tecnologías estuvo a la altura de sus proyecciones. Los viajes espaciales siguen siendo prohibitivos. ¿Cuánto? Pues el primer turista espacial, Dennis Tito, se gastó 20 millones de dólares en sus ocho días de vacaciones a bordo de la Estación Espacial Internacional. Los robots son mucho más difíciles de programar que un microondas. Y los coches voladores… toca seguir esperando, llegarán antes los peajes a las autovías. Lástima.

Sin embargo, hay una maravilla futurista que brilla por su ausencia en las historias clásicas de ciencia ficción: internet. Sí, sí, algunos se acercaron, como William Gibson y su Neuromante, pero pocos previeron cómo una idea del CERN para compartir datos alteraría nuestra forma de hacerlo todo, o casi, desde comprar y socializar hasta crear mercados dedicados a los negocios online.

Para ser justos, el género de la ciencia ficción no trata de predecir el futuro. La verdad es que no. Sí, de vez en cuando algún escritor se pone la túnica de profeta, pero lo que más le interesa es contar historias atractivas que aborden las cuestiones sociales y políticas de su tiempo. De hecho, Star Trek, no deja de ser otra cosa que una exploración del humanismo universal dirigida a la división de los años sesenta.

Sin embargo, los puntos ciegos mentales que les impiden predecir con exactitud el futuro son los mismos que obstaculizan las visiones de los gurús de la tecnología, los futurólogos y los responsables de innovación.

Venga, os pongo un ejemplo: cuando Graham Bell quiso vender su patente telefónica a Western Union, la empresa se negó a aceptar lo que pedía (100.000 dólares). ¿Por qué? Pues porque un informe de un comité interno calificó el invento de "idiota", afirmando que este "aparato desgarbado y poco práctico" no podía compararse con la claridad de un telegrama. Ahí es nada.

Hoy nos reímos, pero, por supuesto, ningún resultado es más obvio que lo ocurrido después. Desde la perspectiva de Western Union, la decisión tenía todo el sentido. El teléfono de Bell era un experimento genial, pero producía una señal débil con voces salidas del más allá. Además, a nivel infraestructuras, necesitaba líneas directas para funcionar. Un problemón que limitaba su adopción masiva. ¿Seguro?

Lo que el comité interno no pudo predecir fueron los inventos complementarios que mejoraron la funcionalidad y fiabilidad del prototipo inicial de Bell. Por ejemplo, la centralita, que permitía conmutar las llamadas y eliminaba la necesidad de líneas directas, y los circuitos metálicos, que mejoraban la calidad de las llamadas en distancias más largas.

Venga, me pongo yo la túnica: ¿una tecnología revolucionaria?

Ante la pregunta de si existe una tecnología emergente a la que poca gente presta atención pero que tenga el potencial para cambiar las reglas del juego en muchos sectores mi respuesta es rotunda: Sí. ¿Cuál es? Ni idea.

Pero como experimento de principio de año, pensemos en el vuelo perpetuo. En principio, suena bien, pero limitado. La capacidad de mantener drones en el aire mediante fuentes de energía naturales y redundantes parece útil en casos de catástrofe o de búsqueda y rescate. El concepto de red en malla, en la que todos los drones se hacen cargo de la carga si uno falla, es prometedor para la seguridad, pero en esencia es un satélite mejor y más barato.

Pongámonos creativos. Tratemos de imaginar un futuro en el que podamos utilizar esta tecnología emergente en nuestro sector o combinarla con otra para crear algo radical. A mí, en un ratito de nada, se me ha pasado por la cabeza que si estos drones están equipados con sistemas de comunicación inalámbrica, podríamos utilizarlos para proporcionan acceso a internet como lo hacen hoy los satélites, pero a un coste sustancialmente menor. Con un precio más bajo hay más drones, lo que a su vez amplía la cobertura de la red.

Además, su capacidad de vuelo perpetuo libera a internet inalámbrica del mosaico de emplazamientos celulares tan popular hoy en día. Esto haría que las conexiones fueran más uniformes en una zona más amplia. Y la red en malla garantiza que el sistema no se caiga si un dron se desincroniza o necesita ser reparado.

Por último, el vuelo perpetuo podría permitir a los proveedores de red ampliar más fácilmente sus servicios en los países en desarrollo, evitando las enormes inversiones necesarias para construir infraestructuras terrestres. Esto podría aumentar drásticamente la demanda de servicios en línea en todo el mundo y, al mismo tiempo, conectar a millones de personas con nuevas ideas y culturas.

Este es un caso de uso potencial, que seguro que ya anda en la cabeza de alguno y mucho más aterrizado. Además, tampoco es especialmente radical. Todo lo que este futuro supone es que el vuelo perpetuo funcione en última instancia, que los drones sean rentables y que puedan equiparse con unos dispositivos cada vez mejores para lograr ese acceso a internet.

Mientras tanto, tranquilo Elon. Starlink mola y funciona.

Pero bueno, con todo esto no estoy diciendo que el vuelo perpetuo sea la próxima tecnología revolucionaria. Quizá lo sea. O tal vez no. ¿Os imagináis que sí? Este artículo tendría un valor incalculable. Lo que pretendo decir es que el vuelo perpetuo no recibe la misma atención que otras tecnologías emergentes y esto podría suponer una oportunidad perdida.

Los responsables de las organizaciones no pueden permitirse el lujo de desarrollar una visión de túnel, asumiendo que o bien ciertas tecnologías cambiarán el futuro de ciertas maneras o que otras seguirán siendo dominantes en el futuro. Ninguna de las dos cosas es necesariamente cierta.

A la hora de predecir el futuro y prepararse para los próximos cambios tecnológicos, los directores de tecnología, los líderes y los entusiastas deben ejercer la humildad intelectual, buscar incógnitas y formarse generosamente en una amplia variedad de tecnologías, y no sólo en las que acaparan titulares o son tendencia en redes sociales. También tenemos que dar rienda suelta a nuestra imaginación para tratar de vislumbrar posibles casos de uso que puedan materializarse más adelante, así como aquellos que pueden sonar muy bien pero crean riesgos innecesarios o son inviables.

¡Ah! Y no olvidemos que, cuando se trata de predecir el futuro, el historial de la humanidad es, siendo generoso, pésimo. Pero eso no significa que no debamos intentar innovar y hacerlo mejor mañana. ¿Lo intentamos?