Pedro J. Ramírez, presidente ejecutivo y director de EL ESPAÑOL, durante su intervención en la clausura del ciclo de conferencias 'La libertad en el siglo XXI'.

Pedro J. Ramírez, presidente ejecutivo y director de EL ESPAÑOL, durante su intervención en la clausura del ciclo de conferencias 'La libertad en el siglo XXI'. Rodrigo Mínguez

La libertad en el siglo XXI

La búsqueda de la verdad en el periodismo del siglo XXI

Publicada

Buenas noches a todos.

EXTRA, EXTRA. Un asesor del presidente se BAJÓ la cremallera de la bragueta delante de una mujer en su despacho oficial. EXTRA, EXTRA

Eso es lo que publicó el Washington Post en 1979, apenas un lustro después de que sus míticas informaciones sobre el caso Watergate tumbaran a Nixon, gracias al rigor en su verificación.

El dueño de la cremallera era el Kissinger de Carter Zgniew Brzezinski y la firmante de la noticia nada menos que Sally Quinn, la reportera que se había casado con el también mítico director del periódico Ben Bradlee.

Menuda noticia. El problema es que no era verdad o al menos no había pruebas de que lo fuera. Tanto Brzezinski como la mujer en cuestión, otra periodista, lo desmintieron y el Post tuvo que publicar una rectificación y pedir perdón.

Sally Quinn primero dijo que había visto una foto del momento, luego que le habían hablado de ella y al final admitió que no había comprobado que fuera cierto.

'La búsqueda de la verdad en el periodismo del siglo XXI' por Pedro J. Ramírez

Queridos amigos, señoras y señores. Muchas gracias, Jaime Olmedo por devolverme con tantos intereses, según la fórmula de Javier Gomá, el capital de la admiración por ti que deposité aquí hace sólo unos días. Empiezo ya.

El catálogo de grandes y pequeños abusos de la libertad de prensa podría requerir de un soporte de dimensiones enciclopédicas.

La necesidad de tomar decisiones instantáneas sin aguardar a la recopilación de todos los elementos de juicio, inherente a la actividad periodística, y las enormes ambiciones siempre desatadas por el poder de informar se han conjugado muchas veces, produciendo efectos lamentables para la causa de las libertades y de la democracia.

El riesgo de actuar errónea o incorrectamente es consustancial a la actividad informativa e incluso los periodistas más honestos y solventes, incluso los periódicos más sólidamente arraigados en sus comunidades por una trayectoria de inequívoco servicio público, aparecen a veces en claro y aparatoso fuera de juego.

Episodios de ese estilo han empujado esporádicamente a los más ardientes defensores de la democracia y la libertad a expresar públicamente su desconfianza en la prensa.

El propio Thomas Jefferson llegó a escribir, en carta dirigida en 1805 a su amigo Mac Kean que “incluso la persona más informada ha aprendido que nada de lo que se escriba en un periódico es digno de crédito”.

"El riesgo de actuar errónea o incorrectamente es consustancial a la actividad informativa e incluso los periodistas más honestos y solventes aparecen a veces fuera de juego"

Sí, el mismo Thomas Jefferson que unos cuantos años antes había escrito su mucho más conocida máxima: “Si me tocara decidir si debemos tener un gobierno sin periódico o periódicos sin gobierno, no vacilaría ni un sólo momento en preferir lo segundo”.

Tras la aparente contradicción entre estas dos citas de un solo autor late la posición dialéctica, el planteamiento crítico que caracteriza a los auténticos defensores de la libertad.

Siendo la naturaleza humana tan imperfecta como perfectible, al defender la libertad de prensa nadie puede pretender estar ofreciendo expectativas seráficas de eficiencia, honestidad y responsabilidad absolutas.

Allí donde exista libertad de expresión habrá quienes intentarán abusar de ella y de sus acciones se derivarán a veces efectos lesivos para la sociedad.

Cuando se llega a la conclusión de que la libertad de prensa debe ser defendida “a pesar de todo” -esta expresión resume perfectamente mis argumentos- es al considerar globalmente sus efectos sobre aquellas sociedades en las que impera.

James Madison, otro de los padres fundadores de la democracia americana, lo explicó así: “Cierto grado de abuso es inseparable del uso adecuado de cualquier cosa y en ninguna instancia es tan cierto esto como en la de la prensa… Es mejor permitir el crecimiento vicioso de algunas ramas, antes que herir en su vigor, al tratar de cortarlas, a aquellas que proporcionan los frutos adecuados”.

Pedro J. Ramírez, presidente ejecutivo y director de EL ESPAÑOL, durante su intervención en la clausura del ciclo de conferencias 'La libertad en el siglo XXI'.

Pedro J. Ramírez, presidente ejecutivo y director de EL ESPAÑOL, durante su intervención en la clausura del ciclo de conferencias 'La libertad en el siglo XXI'. Rodrigo Mínguez

“¿Y puede la sabiduría de esta política ser puesta en tela de juicio por nadie que reflexione sobre la deuda de gratitud que el mundo ha contraído para con una prensa que, con todos sus abusos, ha proporcionado tantos triunfos a la razón y al humanitarismo sobre el error y la opresión?”

Más lacónicamente una sentencia del Tribunal Supremo norteamericano de 1931 dio en la diana al afirmar: “Los derechos de los mejores de los hombres estarán seguros únicamente mientras sean protegidos los de los más viles o detestables”

Hemos topado con la vulnerabilidad y la grandeza de todo sistema de libertades. Es muy fácil aceptar a nivel teórico la idea de una prensa libre, pero muy difícil y a menudo incómodo aceptar los riesgos y efectos incontrolables que su traducción práctica conlleva.

Prosigo. Aunque ya en 1644 Milton escribe en su Aeropagítica: “Dadme libertad para saber expresar y argumentar de acuerdo con mi conciencia por encima de todas las libertades”, sería pretencioso e inexacto calificar la libertad de prensa como primera o principal de las de su especie.

Si importante es el derecho a la libertad de expresión, también lo es el derecho a la intimidad o el derecho a un juicio justo con los cuales puede entrar en colisión.

Lo que sí tiene la libertad de prensa es un valor indicativo y sintomático: allí donde se detecta una prensa libre aparece siempre un boyante sistema democrático y el nivel de violación de la libertad de prensa es un buen termómetro de la vulneración de las demás libertades.

De ahí el sentido del papel de watchdog o perro guardián de las demás libertades, atribuido por Churchill a la prensa.

Esta dimensión de servicio público nunca debe caer en el olvido de periodistas y editores. No somos titulares de ninguna canonjía sino depositarios instrumentales de la tarea de materializar un derecho ajeno dentro de una sociedad pluralista. Esa es la lectura radical que el artículo 20 de nuestra Constitución hace de la libertad de prensa, integralmente considerada.

Esa firmeza era necesaria, no sólo por la inercia de los 40 años de dictadura, sino por la naturaleza expansiva y la tendencia al secretismo consustancial a todos los gobiernos. Recuérdense la advertencia de John Adams: “Las fauces del poder están siempre abiertas para devorar y destruir la libertad de pensamiento y de palabra hablada o escrita”.

Sería absurdo por eso abrigar la esperanza de que la batalla de la libertad de expresión está alguna vez definitivamente ganada.

No he subrayado por casualidad el carácter integral de la libertad de prensa que defiende nuestra Constitución. En el caso de los papeles del Pentágono el juez Musmanno lo dejó muy claro: “La libertad de prensa significa libertad para obtener noticias, escribirlas, publicarlas y hacerlas circular. Cuando una de estas operaciones queda obstaculizada, la libertad de prensa se convierte en un rio sin agua”.

El tema más delicado de cuantos engloba la problemática sobre la titularidad del poder de informar quizá sea el del acceso a la profesión periodística. ¿Quién es periodista y cómo se accede a esta condición? 

"Las fauces del poder están siempre abiertas para devorar y destruir la libertad de pensamiento y de palabra hablada o escrita"

Un periodista es un profesional de la información o para ser más exactos un profesional que procesa la información, de acuerdo con unas técnicas de control, selección y síntesis que requieren unos fundamentos teóricos y un aprendizaje práctico.

Un editor o un director no debe preocuparse a la hora de contratar a sus nuevos redactores de si tienen o no carné expedido por un colegio o una asociación profesional como si fuera una especie de licencia de armas.

Tan sólo debe evaluar sus aptitudes y esas aptitudes han podido ser adquiridas en una Facultad de Ciencias de la Información, en la Facultad de Derecho, en el periódico de enfrente o en ningún sitio concreto, pues también caben los autodidactas.

Por eso me parecen inaceptables los propósitos de quienes desean perpetuar un cerrado gremialismo elaborado a partir de una concepción funcionarial del periodismo.

Continuo. También tiene que quedar muy claro que la reivindicación de determinadas inmunidades para el periodista -básicamente el secreto profesional y la clausula de conciencia- no supone defender ningún privilegio sino abrazar esa concepción integral que pone la libertad de prensa al servicio del conjunto de la sociedad.

Cuando se obliga a un periodista a revelar sus fuentes, se trata de un método más para evitar filtraciones embarazosas para el poder. Muchos periodistas se encontrarán con que sus confidentes y contactos se mostrarán reacios a colaborar con ellos si no tienen la seguridad absoluta de que están dispuestos a incluso ir a la cárcel antes que revelar su identidad.

Todos estos autores que he mencionado, denunciaron constantemente la megalomanía, la pasión de dominio y la tendencia irrefrenable de la condición humana al abuso de poder. E insistieron en que hay un deber constante: el de preservar lo que es más valioso para el individuo, la libertad.

Cuando en Estados Unidos se planteó la posibilidad de que el Congreso aprobara una ley-escudo (shield law) que protegiera el secreto profesional, algunos de los periodistas más conocidos por publicar información sensible se opusieron alegando que esa ley se convertiría en un catálogo de excepciones al principio general protegido por la Primera Enmienda de la Constitución.

Este antecedente debería ser tenido muy en cuenta a la hora de desarrollar el artículo 20 de nuestra Constitución porque la mejor ley de prensa es ninguna ley de prensa y que basta someter la actividad informativa a los códigos penal, civil y mercantil.

La prensa vivió en este país momentos de triunfalismo tras la muerte de Franco, de forma similar a lo ocurrido en Estados Unidos tras el caso Watergate. Una serie de hitos clave de la transición habrían sido inexplicables sin la presión de sectores mayoritarios de la prensa.

Hubo un momento en que ser periodista parecía haberse convertido en la mejor flor en la solapa para circular por el gran party de la nueva democracia.

Siempre recordaré aquella portada de la revista New York en la que un alicaído Superman se encerraba frustrado en la cabina telefónica de la que se suponía que debía salir el superhéroe.

Quien salía en su lugar era un vigoroso Clark Kent con su bolígrafo y bloc en ristre clamando vigoroso: “¡Y ahora a destapar la corrupción en los más altos lugares!”.

"Nada hay tan grave para una democracia como la entronización de la idea de que los medios difunden malintencionadas mentiras"

Pero a medida que ha ido avanzando el tiempo de la democracia, las alabanzas han dejado paso a las críticas y el examen de nuestra ejecutoria empieza a generar en amplios sectores de la sociedad una peligrosa demanda de libertad “contra” la prensa.

Y digo lo de peligrosa porque nada hay tan grave para una democracia como la entronización de la idea de que los medios de comunicación difunden malintencionadas mentiras.

A todos nos convendría que la justicia actuara con mayor diligencia a la hora de resolver las querellas por injurias y calumnias o las demandas de protección al honor.

Pero, al margen de nuestro obligado sometimiento a la legalidad, es a los propios periodistas y editores a quienes nos corresponde demostrar con nuestra conducta que esos recelos sobre el comportamiento de la prensa no están justificados sino por casos que constituyen la excepción y no la regla y que merecen nuestra repulsa.

Desde esta perspectiva el reto de consolidar la libertad de la prensa es también el reto de consolidar la responsabilidad de la prensa sobre un cuerpo de normas deontológicas de habitual cumplimiento. El único modo de compatibilizar ambos conceptos sin que sufra merma ninguno de los dos es el autocontrol.

Desde un punto de vista ético lo primero que la sociedad le pide habitualmente a la prensa es “objetividad”. Pero cuanto más se profundiza en lo que eso implica, más claramente se llega a la conclusión de que o bien la objetividad no existe o bien se trata del más subjetivo de los conceptos. Porque “todo es según el color del cristal con que se mira”.

Pedro J. Ramírez, presidente ejecutivo y director de EL ESPAÑOL, en la clausura del ciclo de conferencias 'La libertad en el siglo XXI'.

Pedro J. Ramírez, presidente ejecutivo y director de EL ESPAÑOL, en la clausura del ciclo de conferencias 'La libertad en el siglo XXI'. Rodrigo Mínguez

Más razonable es plantearnos la objetividad como un ideal imposible de alcanzar plenamente, pero al que tenemos la obligación de intentar aproximarnos cuanto sea posible.

El director del New York Times durante la crisis de los Papeles del Pentágono, Abe Rosenthal, lo explicaba bien en un memorando a la redacción: “Objetividad no es sino la determinación de escribir y editar eliminando tantos prejuicios personales como sea humanamente posible, la determinación de presentar los hechos y las situaciones de la manera más parecida posible a la realidad, la determinación de eliminar nuestros propios comentarios peyorativos, la determinación de dar a las personas el derecho de réplica inmediata, la determinación de presentar todas las caras de un debate y sobre todo la determinación de continuar examinándonos al final de cada jornada para ver si estamos siendo tan objetivos como podríamos”.

A eso yo le llamaría “subjetividad honesta”. Porque el autocontrol no es en esencia sino el propósito tanto a nivel colectivo como individual de actuar con honradez y proceder a una autocrítica periódica.

El autocontrol puede ejercerse a través de órganos profesionales como el British Press Council o las comisiones de quejas de las Asociaciones de la Prensa. Pero lo fundamental es que cada periódico, cada medio de comunicación y en definitiva cada periodista en particular sea su propio press council.

Porque la clave del autocontrol reside en la generalización y arraigo social de la disposición a asumir las responsabilidades que conlleva el ejercicio de la libertad.

Bien, aquí podría terminar esta conferencia, pero más bien es ahora cuando debo comenzarla porque todas y cada una de las palabras que he pronunciado son citas literales de un libro de bolsillo -y he aquí la prueba de que realmente era de bolsillo- que publiqué en 1980 bajo el título Prensa y Libertad.

¿1980? ¡Pero qué tomadura de pelo es esta! ¡Este es un ciclo sobre la libertad en el siglo XX! ¡Qué nos devuelvan el dinero!

Inmediatamente después de escribir todo esto me nombraron director de un periódico, Diario 16 en el que viví un golpe de Estado cuya hoja de ruta incluía la toma de nuestra redacción.

Un año después me expulsaron del juicio a los golpistas cuando el tribunal cedió al chantaje de los acusados y el Tribunal Constitucional ordenó que me devolvieran la credencial en un histórico recurso de amparo que anulaba por primera vez una resolución del Consejo Supremo de Justicia Militar…

Luego aplaudimos la llegada al poder del PSOE de Felipe González, pero el portavoz del Gobierno nos llamó “basura amarilla fruto de la descomposición intestinal” en cuanto publicamos algo que no le gustó…

Después un juez ordenó mi detención e ingreso en el calabozo porque no había acudido a una citación judicial y reconoció que me retuvo allí durante unas horas por un “capricho” persona.

Por entonces el comando Madrid de ETA intentó asesinarme por considerarme “enemigo del pueblo vasco”. Salvé la vida al no acudir al recinto deportivo en el que los terroristas aguardaban con la bomba preparada.

Pedro J. Ramírez, presidente ejecutivo y director de EL ESPAÑOL, durante su intervención en la clausura del ciclo de conferencias 'La libertad en el siglo XXI'.

Pedro J. Ramírez, presidente ejecutivo y director de EL ESPAÑOL, durante su intervención en la clausura del ciclo de conferencias 'La libertad en el siglo XXI'. Rodrigo Mínguez

Más tarde descubrimos las conexiones entre la trama de los GAL y el Gobierno de González y el propio presidente me dijo en el Congreso que “cuando ETA deje de matarnos, les dejaremos de matar a ellos”.

A continuación, el Gobierno del PSOE con ayuda de algunos empresarios y la implicación personal de Juan Carlos I logró que me destituyeran como director del periódico que había resucitado.

Fue entonces cuando fundamos El Mundo, un nuevo periódico para una nueva generación de lectores, para poder continuar las investigaciones en marcha a las que se sumó pronto el caso Juan Guerra.

Enseguida el presidente González ordenó al fiscal general que presentara una querella contra cinco de nuestros periodistas por revelación de secretos y otros delitos que conllevaban pena de cárcel, pero la Audiencia Nacional ni siquiera la admitió a trámite.

Muy pronto descubrimos el caso Filesa, primer gran escándalo de financiación ilegal del PSOE y el caso Ibercorp, primer gran escándalo de uso de información privilegiada y capitalismo de amiguetes. En ambos casos los tribunales corroboraron nuestras denuncias.

Después publicamos las confesiones de Amedo y Domínguez, las pruebas de las torturas y asesinato de Lasa y Zabala, las pruebas de las escuchas ilegales del Cesid y las pruebas del reparto de los fondos reservados en forma de sobresueldos, incluida la entrevista con el fugado Roldán.

 "Me tocó vivir la tragedia del asesinato de López de Lacalle, como culminación de largos años de ataques, amenazas y atentados de ETA contra la prensa"

En todos los casos los tribunales corroboraron nuestras denuncias condenando a penas de cárcel a Barrionuevo, Vera, el general Galindo o el general Manglano.

Luego llegó la “amarga victoria” de Aznar y nuestro pulso con su Gobierno al negarse inicialmente a cumplir su promesa de desclasificar los documentos de la guerra sucia. El Tribunal Supremo le obligó a hacerlo.

No mucho después algunos de los implicados en la trama de los GAL comenzaron a difundir un vídeo sexual en el que yo aparecía como consecuencia de un montaje urdido por un asistente personal de Felipe González. Recurrí a la Justicia y los culpables fueron condenados y enviados a prisión tras una sentencia firme del Tribunal Supremo…

Más tarde me tocó vivir la tragedia del asesinato de López de Lacalle, como culminación de largos años de ataques, amenazas y atentados de ETA contra la prensa. Sus autores fueron detenidos, juzgados y condenados pero la justificación pública del crimen por parte de Otegui ha quedado impune en términos políticos.

Pronto se produjo la masacre del 11-M y afrontamos con el mismo tesón y rigor de siempre la investigación de lo sucedido. Aportamos datos importantes que resquebrajaron la versión oficial pero no conseguimos averiguar aspectos claves de lo ocurrido que continúan en la oscuridad.

Fuimos demandados por el comisario jefe de los Tedax pero la Audiencia de Madrid acreditó la “veracidad” de nuestras noticias y el rigor profesional de nuestro trabajo, subrayando que “la verdad periodística no tiene por qué coincidir con la verdad judicial ni esta con la verdadera realidad de los hechos”.

Llegó luego la crisis financiera y en la prensa coincidió con el cambio de hábitos de consumo de información en beneficio del ‘todo gratis” de Internet. Todo un modelo de negocio se desmoronó cuando dejó de ser rentable vender noticias que daban poder a los lectores y muchos editores y algunos directores empezaron a vender lectores al poder.

Al mismo tiempo la revolución digital y el desarrollo de los dispositivos móviles aumentaban exponencialmente el alcance de la información y sentaban las bases para un nuevo modelo con muchos más actores pero todos ellos más débiles.

Casi a la vez descubrimos la financiación ilegal del PP a través del caso Bárcenas y el Gobierno de Rajoy, con ayuda de algunos empresarios y la implicación personal de Juan Carlos I, logró que me destituyeran como director del periódico que había fundado.

Un cuarto de siglo después la historia se repetía miméticamente, aunque cambiara el color de parte de los protagonistas.

A los pocos meses Jonás resucitó del vientre de la ballena se transformó en león y EL ESPAÑOL comenzó a rugir, publicando de nuevo exclusivas sobre la corrupción de unos y otros. Cuando comenzamos a desvelar las que afectaban a Sánchez quedamos englobados en la fachoesfera y fuimos castigados con la retirada de la práctica totalidad de la publicidad institucional.

Al cabo de 45 años, poco más que cinco veces el vals del minuto, sumando todas estas peripecias, ejerciendo el periodismo entre tantos seguidores y perseguidores, sólo puedo deciros que si no he tenido que cambiar una sola palabra de lo que escribí en 1980 es porque la libertad de prensa en el siglo XXI supone lo mismo y está sometida a las mismas amenazas que la libertad de prensa en el siglo XX.

Sólo han cambiado las tecnologías de la información. En beneficio de la conservación del planeta y en perjuicio del derecho a la intimidad.

Hemos dejado de talar árboles, extraerles la pulpa, fabricar celulosa, imprimir bobinas y quemar gasolina en las rutas de reparto.

Pero los dispositivos móviles condicionan la vida humana de la cuna a la tumba, los algoritmos determinan nuestros hábitos de consumo, las noticias falsas tienen las piernas más largas y la inteligencia artificial puede crear una realidad paralela tan sembrada de trampas como de oportunidades.

Vivir en la sociedad de la información no implica necesariamente estar mejor informado, porque la tecnología, como digo, se muestra descarnadamente como un arma de doble filo. Más bien implica la posibilidad de estar mejor informado y el riesgo de estar peor informado o incluso más desinformado.

De ahí que, aunque la forma adecuada de encarar el binomio libertad de prensa y responsabilidad de la prensa deba ser la misma que en el siglo pasado, hemos de ser conscientes de que las consecuencias de lo que ocurra en este ámbito son cada vez mayores para la sociedad.

Las fauces del poder están igual de abiertas que siempre, pero son más grandes que nunca.

Nietzsche alegaba que todo organismo vivo siempre quiere “un más de poder”. Es la naturaleza de Leviathan. En la Moncloa de Adolfo Suárez había media docena de altos cargos y un puñado de funcionarios. En la de Pedro Sánchez nos acercamos al millar, asesores incluidos.

El propósito natural de esa maquinaria es expandir su dominio a los territorios adyacentes, ese “atrio del poder” en expresión acuñada por Byung Chul Han, en el que, junto con otras instituciones y estamentos, interactuamos los medios.

Se trata de “una nebulosa de influencias indirectas” que en la era de Internet ha dado pie a una proliferación de actores cada vez más heterogénea e incontrolable.

Esa diseminación y dispersión de las voces que le rodean genera en el poder, especialmente en aquel poder que no tiene una base moral o una estructura política firme, una sensación de ansiedad y una obsesiva búsqueda compensatoria de mecanismos de control.

Así nacen fantasías freudianas como la “fachosfera” o la “máquina del fango” ante las que el gobernante que ve “perforado el atrio de su poder por la tecnología de la información” -así lo describe Han- trata de reaccionar con autoritarismo y represión, con premios a los que están conmigo y castigos a los que están contra mí.

No hace mucho uno de los miembros del Gobierno menos fanáticos me decía que le gustaría poder cerrar mediante reformas legales y acciones judiciales algunos medios dedicados en su opinión a difundir mentiras e incitar al odio.

"Esa pretensión de erradicar el extremismo no es sino una coartada para tratar de intimidar a los medios críticos y reprimir o al menos desprestigiar el periodismo de denuncia"

Cuando mencionó sus nombres, alegando que nunca había existido nada parecido, yo le recordé que existieron El Alcázar y Egin, cuando había terrorismo y golpismo, y que no fue lo que publicaban en sus páginas lo que motivó su cierre.

Esa pretensión de erradicar el extremismo no es sino una coartada para tratar de intimidar a los medios críticos y reprimir o al menos desprestigiar el periodismo de denuncia.

Pero, aunque no fuera ese el caso, es hora de subrayar que lo que caracteriza a una sociedad abierta y a una democracia fuerte es la capacidad de aceptar y proteger el disenso por muy radical que sea.

De proteger incluso esa “freedom for the thought that we hate”, invocada por el juez Holmes en su histórico voto discrepante al que se refirió Santiago Muñoz Machado dentro de este ciclo.

No hay mejor vacuna contra lo que algunos llaman “discursos del odio” que “la libertad para los discursos que odiamos” siempre que no suponga pasar o incitar a pasar de las palabras frenéticas a los hechos frenéticos, como avisaba Stefan Zweig .

La censura y la persecución de lo políticamente incorrecto siempre tiene el efecto bumerán de la atracción por lo prohibido. Sólo hay que ver el injusto repunte del prestigio de la figura de Franco desde que Sánchez comenzó a reprimir su memoria, a la vez que desenterraba su cadáver para presentarse contra él a las elecciones.

Sería necio no reconocer que, junto a las amenazas del Gobierno, plasmadas en su orwelliano Plan de acción para la democracia, de momento bloqueado en el Parlamento, los medios de comunicación afrontamos una creciente contestación social.

Este auge de la demanda de “libertad contra la prensa” se explica sobre todo por la inevitable confusión entre los graves abusos que se cometen en el ejercicio individual de la libertad de expresión a través de internet y las malas prácticas de algunos medios de comunicación que alcanzan una notoriedad tan intensa como efímera a través de las redes sociales.

Aunque la Constitución reconoce como dos derechos diferentes la libre expresión de las ideas de cada ciudadano y la comunicación de información veraz por cualquier medio de difusión, la revolución digital ha ampliado sus vasos comunicantes de tal forma que los abusos de ambas parecen mezclarse en una única vasija.

Pero no es así. El gran problema de Internet estriba en la falta de regulación a nivel nacional e internacional de las plataformas de agregación y distribución de contenidos. Ese vacío legal les exime de responsabilidad cuando reproducen contenidos delictivos y fomentan el anonimato de sus autores.

Bastaría que todos los propietarios de redes sociales tuvieran la obligación legal de facilitar en un plazo mínimo de tiempo a la justicia la identidad de cualquier usuario acusado de injurias o calumnias o demandado por vulnerar el honor ajeno, para que gran parte de los detritos que han convertido algunas de ellas en auténticos vertederos comenzaran a desaparecer.

Cuestión muy distinta es la de la calidad de la prensa. Por muy empoderados que individualmente estén los ciudadanos por su acceso a los canales digitales, esas tareas de “selección, control y síntesis” consustanciales al periodismo que proporcionan sentido y valor añadido a la información siguen requiriendo del trabajo en equipo de una redacción, basado en un proyecto editorial. Es decir, en una forma de mirar a la sociedad.

Pedro J. Ramírez, presidente ejecutivo y director de EL ESPAÑOL, en la clausura del ciclo de conferencias 'La libertad en el siglo XXI'.

Pedro J. Ramírez, presidente ejecutivo y director de EL ESPAÑOL, en la clausura del ciclo de conferencias 'La libertad en el siglo XXI'. Rodrigo Mínguez

Es cierto que un periódico ya no es lo que era hace sólo un par de años después de haber dejado de ser lo que era hace 10 y de haber dejado de ser lo que era hace 20. En sólo una década el sector ha vivido tres fuertes shocks que han cambiado de forma acumulativa y disruptiva el sistema de distribución de contenidos. Y lo que nos espera.

Primero fue la generalización de Internet, luego la aceleración del digital first, de la mano de los móviles y con ayuda de la pandemia, ahora la irrupción de la inteligencia artificial.

Todo ello está teniendo tres efectos en los que merece la pena centrarse. En primer lugar, la convergencia de los formatos audiovisuales con los literarios y su fusión en nuevas narrativas.

En segundo lugar la multicanalidad, que obliga a sustituir el tradicional follow the leader por el follow the reader. Allí donde estén los lectores, ya sea la web, las redes sociales, la televisión conectada o los modelos de IA, deben estar nuestras marcas.

Y lo están.

Aunque es verdad que cualquiera puede tener durante unas horas tanto alcance como el New York Times con una noticia que se hace viral, la realidad que refleja la medición de audiencias es que tanto en la web como en las redes sociales los siete medios que mes tras mes aparecen como más leídos en España serían catalogados en cualquier país como prensa de calidad.

Se trata de dos medios nativos, EL ESPAÑOL, líder en 27 de los últimos 28 meses y El Confidencial; de los cuatro medios de pago que dominaban los quioscos en la era de la prensa impresa, El País, El Mundo, ABC y La Vanguardia y del gratuito 20 Minutos, el único que fiel a su trayectoria sigue ofreciendo todos los contenidos en abierto. Más de un millar y medio de periodistas trabajan sólo en estas siete redacciones.

El tercer efecto es el del cambio del concepto de competencia por el de complementariedad o para ser más exactos de colaboración competitiva. Lo resumiré en el ejemplo que Cruz Sánchez de Lara repite tras habérselo escuchado por primera vez a Encarna Samitier: si tu tienes un bar, lo más importante no es que vendas más que el de enfrente, sino que vaya la mayor cantidad de gente posible a las calles de los bares.

Afortunadamente en España las calles de los bares están bastante llenas, aunque la de la web en abierto vaya trasvasando su clientela a la de las redes sociales.

Queridos amigos, concluyo ya, ahora de verdad.

Por tercera vez en medio siglo de democracia vivimos un monumental intento de encubrimiento de graves tramas de corrupción como consecuencia de la negativa de un jefe de Gobierno a asumir sus flagrantes responsabilidades y pagar políticamente por ellas con su dimisión.

Pero estoy convencido de que por tercera vez viviremos el triunfo de la información sobre el encubrimiento. Y de que esa colaboración competitiva hará que esta vez la verdad quede más completamente al descubierto que nunca.

No hay más que ver como bullen las calles de los bares cada día, cada hora que uno de ellos aporta una novedad que abre nuevos caminos de investigación y denuncia a los demás.

Quizá la intensidad de estas vivencias y sobre todo la ansiedad por llegar pronto a un desenlace que permita a nuestro país superar esta etapa peligrosa y traumática, nos esté impidiendo valorar la utilidad última de lo que hacemos los periodistas.

Se trata de algo tan sencillo como lo que descubrió Isaiah Berlin cuando al cabo de toda una vida de teorizar sobre ella, llegó a la conclusión de que “la libertad era necesaria para hacer posible la libertad”.

Esto sirve para todas las libertades examinadas en este ciclo que hoy tengo el honor de clausurar, pero muy especialmente para la libertad de prensa.

Vivir para vivir. Ser libres para ser libres. Para satisfacer el derecho del público a saber lo que le concierne.

Para ayudar a los ciudadanos a tomar sus decisiones con conocimiento de causa.

Merecería la pena, aunque sólo fuera, en palabras de Hume, “para producir una débil preferencia por todo lo que es útil para la humanidad sobre lo que es pernicioso y peligroso”.

Así que, queridos amigos, ya lo saben y si no lo saben dense por enterados.

EXTRA. EXTRA: Un asesor del presidente se SUBIÓ la cremallera de su bragueta delante de una mujer en su despacho oficial.

Y encima, atención, pocas bromas porque esta vez el PSOE, que tanto rigor nos exige a los medios, ha concluido al cabo de varios meses de ardua reflexión y una semana de intensa investigación que la acusación es… “verosímil”.

Lo “monstruoso verosímil” que decía Max Aub, antes de añadir en su precisa biografía del pintor Torres Campalans, tan notable como inexistente, que “la vida humana es la posibilidad de mentir y de mentirse”.

Seguro que todo esto os ayudará a entender por qué dedicar la vida a llenar esos “huecos y fragmentos” que, como decía Havel y siempre repite Carmen Iglesias, son necesarios para completar la verdad; y por qué organizar equipos para que lo hagan, puede tener algún valor profundo en este y en cualquier siglo.

Por qué resumir un proyecto vital con las tres palabras famosas palabras de Juvenal Vitam impendere vero, puede impregnar también esa búsqueda de la verdad, como mis antecesores en esta tribuna habéis dicho, de tanta bondad y de tanta belleza.

EXTRA. EXTRA

Muchas gracias.

***Pedro J. Ramírez es presidente ejecutivo y director de EL ESPAÑOL.