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Una utopía cruda y rural en ‘La sonnambula’ de Bellini en el Teatro Real

El icono del belcantismo romántico regresa a Madrid, entre el 15 de diciembre y el 6 de enero, en una producción que rehúye la visión más tradicional del libreto para desenmascarar a una sociedad hostil y supersticiosa.

'La sonnambula' ha sido durante mucho tiempo una obra reservada a las grandes figuras de la ópera por las coloraturas y exigencias vocales de su interpretación, de hecho una de las actuaciones más recordadas del personaje principal sigue siendo la de Maria Callas en La Scala de Milán, en 1955. Debido a esto, sus producciones en todo el mundo se pueden contar cada año con los dedos de las manos -apenas seis en 2022- y, a pesar de todo, sigue siendo una de las óperas más reconocidas de Bellini y todo un icono del belcantismo romántico.

La mala fama del libreto, tachado de insustancial, tampoco había ayudado a redimir esta ópera a lo largo de los años. Ahora regresa al Teatro Real entre el 15 de diciembre y el 6 de enero, donde solo se había representado en una ocasión, en el año 2000, desde su reapertura en 1997.

Bárbara Lluch asumirá el mando de la nueva producción como directora de escena, en el que será su debut en el coliseo madrileño, para contar una historia que rehúye la visión idealizada y bucólica más tradicional del libreto y hace una lectura más “recta”, según asegura. La acompaña como director musical Maurizio Benini, veterano del belcanto y un habitual en los teatros más prestigiosos del mundo.

En el escenario brillará un doble reparto estelar con Nadine Sierra al frente, que debutará como Amina en el Real, y Jessica Pratt, veterana intérprete del personaje. Junto a ellas, Xabier Anduaga y Francesco Demuro asumirán el papel de Elvino; Rocío Pérez y Serena Sáenz como Lisa, antagonista de Amina; Roberto Tagliavini y Fernando Radó, en los zapatos del conde Rodolfo y Monica Bacelli y Gemma Coma-Alabert como Teresa, madre de la protagonista.

La sociedad supersticiosa que se enfrenta a la modernidad

Amina es una joven huérfana que vive en una aldea en la que todos la consideran la más bella, inocente y pura. “En el día de su boda aparece un conde y se prenda de ella. Esa misma noche Amina, que es sonámbula, aparece en la habitación del conde y todo el pueblo se entera. Entonces Elvino, su prometido, y el pueblo la repudian totalmente”, explica la directora de escena. En menos de un día Amina pasa de ser el orgullo de su pueblo a tener su completo rechazo.

La ópera transcurre en dos actos que culminan con las dos crisis de sonambulismo de Amina. La primera, cuando aparece en la habitación del conde, y la segunda, en la que se juega la vida a punto de caer en un molino tras haber fracasado en su intento de defender su inocencia ante un pueblo que no la escucha.

El tema del sonambulismo siempre ha fascinado a los artistas románticos, pero en la actualidad es un asunto “difícil de defender”, asegura Lluch, ya que sabemos que no se debe a razones fantásticas e inexplicables, sino que se da cuando alguien está sometido a altos niveles de estrés. En el momento de abordar la historia, cuenta la directora de escena, para encontrar una explicación lógica al comportamiento de la protagonista “empezamos a preguntarnos muchas cosas: ¿por qué está tan estresada Amina? ¿por qué es diferente al resto del pueblo?”. Multitud de “cábalas psicológicas” que han servido para construir una lectura más contemporánea de una composición de 1831, momento marcado por la llegada de la industrialización y la revolución de la medicina moderna.

Lluch tampoco esquiva temas como el abuso que sufre Amina por parte de Elvino y del conde, sin embargo, insiste en que no se trata de una lectura feminista ni trata de exprimir causas sociales: “Se ha respetado el libreto, lo que hemos hecho es una lectura seria”. Para ella, “dirigir tiene cierta responsabilidad social y no me gustaría pensar que estoy defendiendo un abuso”. Por eso, sin desvelar el final, que es ligeramente distinto al del libreto original de Romani, “esta mujer no podía acabar en los brazos de una persona que la ha tratado mal”.

La interpretación más racional del sonambulismo y comportamiento de Amina ha servido, asimismo, para hacer una revisión del contexto social planteado en esta ópera. Eludiendo la visión cándida e inofensiva del mundo rural, Lluch trata de hacer ver que “ni es un pueblo tan idílico ni Amina es tan afortunada como parece. Es una sociedad (representada por el coro) muy jerarquizada, polarizada y supersticiosa, con una falta de conocimiento empírico brutal”. En esta aldea, el pueblo lucha entre la supervivencia de la naturaleza y la entrada de la industrialización, personificada en este caso en la figura del conde, que llega de un mundo más moderno y es el único que sabe lo que es el sonambulismo.

En contraposición con las bellas melodías de Bellini atendemos a una interpretación más hostil y en ocasiones hasta violenta de los personajes. Xabier Anduaga, que se pone por primera vez en la piel de Elvino, venía de cantar al mismo compositor en I Puritani, lo que le ha permitido cierta “facilidad” a la hora de adoptar este rol. Aun así, reconoce que “este personaje es complejo porque está en todo momento en las notas más complicadas para un cantante, tienes que estar muy atento e intentando que no se note la dificultad del papel, por mucho que la tenga”.

El elemento que completa la ópera es el ballet, a través del cual se introduce el fantasma del sonambulismo. Diez bailarines acompañan a Amina en estos episodios, actuando como “sus sombras, sus miedos, los que le avisan de la realidad que está viviendo. Son su subconsciente tratando de ser su consciente”, explica la coreógrafa Iratxe Ansa. Una danza contemporánea con estética clásica, de movimientos “fieros y afilados”.

Una puesta en escena despiadada con la naturaleza

La hostilidad del pueblo con Amina también es reflejo de cómo la sociedad creada en ‘La sonnambula’ trata a su tierra. Es un lugar sin naturaleza, ni animales, donde no tiene cabida vida alguna. La puesta en escena contrasta en todo momento con la música a través de “una estética un poco dura, de una sociedad enferma y un poco siniestra”, describe Clara Peluffo, figurinista.

No hay un lugar concreto para la localización de este universo, pues “buscábamos que el público pudiese empatizar y decidir dónde está pasando”, apunta Bárbara Lluch. A pesar de la incógnita, la inspiración principal para la escenografía y el vestuario bebe de la estética de los pueblos de los Alpes tiroleses y de comunidades aisladas del mundo actual como los amish o los cuáqueros.

“Yo quería que todo fuera lo más natural y realista posible, que los vestidos pudieran haber sido realmente hechos en una aldea”, explica Peluffo. Todas las telas son naturales, linos y lanas principalmente, que se han teñido en la propia sastrería del teatro, y todos los acabados hechos a mano en un pequeño taller de vestiduras litúrgicas de Sevilla. Luego, para darle ese aire rústico, “hemos tenido que darle una pátina como si estuviera trabajado, viejo o sucio”, cuenta Carlos Palomo, responsable de sastrería. En los bordados del vestuario es posible apreciar detalles sutiles pero que reflejan diferentes características de los personajes. Algunas malvadas y hasta con cierta violencia, como Lisa, la antagonista de Amina, que lleva “unos perros comiéndose un ciervo en su vestido”, apunta Palomo.

Cada matiz en el vestuario y la escenografía complementan una ‘sonnambula’ que hace frente a los estereotipos y fantasmas del romanticismo con una lectura audaz y contemporánea de una de las óperas más fascinantes de Bellini.