Inauguración Mundial de Qatar

Inauguración Mundial de Qatar

Juegos Olímpicos

La ambición olímpica de Qatar 2036: la última pieza para coronar a Oriente Medio como epicentro del deporte mundial

Después de albergar el Mundial de fútbol 2022 y otras competiciones deportivas, el país árabe busca dar el siguiente paso.

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La noche en que Messi alzó la Copa del Mundo en Lusail quedó grabada en la retina del planeta y selló, para Qatar, algo más que una victoria futbolística. Aquel 18 de diciembre de 2022 Doha comprendió que podía aspirar al máximo galardón del calendario deportivo: los Juegos Olímpicos.

Tres años después, el pequeño emirato ha formalizado conversaciones con el COI para convertirse en la sede de 2036 y presume de tener "el 95% de las infraestructuras ya listas" gracias a la oleada de inversiones que remodeló el país entre 2010 y 2022. 

El sueño olímpico, sin embargo, no es solo un asunto de ladrillos o estadios climatizados; es la pieza que completaría la estrategia geopolítica de toda una región en busca de influencia a través del deporte.

Desde el Mundial de Atletismo de 2019 hasta los recientes Mundiales de Natación, y pasando por la Fórmula 1 o la Copa Asiática, Doha ha demostrado capacidad organizativa y músculo financiero.

Cada torneo ha servido como ensayo general para un aparato logístico que ya mueve decenas de miles de voluntarios multilingües, redes de metro que surcan el desierto y un parque hotelero levantado ex novo para recibir a aficionados de los cinco continentes.

A un lustro del hipotético encendido del pebetero, Qatar insiste en que le bastaría "un ajuste fino" para adaptar recintos y villas olímpicas que en muchos casos operan a pleno rendimiento desde el Mundial de fútbol. 

El clima

Pero la ambición qatarí topa con el mismo escollo que a punto estuvo de descarrilar el Mundial: el clima. Julio y agosto, meses olímpicos por antonomasia, implican termómetros por encima de los 45 grados y una humedad asfixiante.

La solución ensayada en 2022, trasladar el torneo al invierno boreal, vuelve a asomar como la única salida razonable. Fuentes cercanas a la candidatura reconocen que parte del dossier remitido al COI propone disputar la cita entre finales de octubre y mediados de noviembre.

Utlizan el argumento de que "ya existe un precedente futbolístico" y de que otras ediciones veraniegas se han movido del tradicional calendario (Tokio 1964 se celebró del 10 al 24 de octubre y Seúl 1988 arrancó el 17 de septiembre). 

El debate ha cobrado nuevo vigor con la llegada de Kirsty Coventry a la presidencia del COI. La zimbabuense ha decidido pausar la designación acelerada de la sede de 2036 para dar voz al centenar de miembros y, de paso, "analizar a fondo la posible necesidad de flexibilizar calendarios a fin de abrir el movimiento olímpico a nuevas latitudes". 

Coventry ha reconocido en rueda de prensa que "aferrarse a las fechas tradicionales puede limitar el espectro de candidatos justo cuando el clima nos está obligando a replantear viejos dogmas". Su declaración es música para Doha, que ve más cerca el sueño olímpico.

Al reto climático se suma la siempre espinosa cuestión de los derechos humanos. Amnistía Internacional y otras ONG han documentado abusos a trabajadores migrantes durante la construcción de infraestructuras para el Mundial y reclaman garantías vinculantes antes de otorgar de nuevo un evento de tal magnitud. 

Doha replica con reformas laborales y con la promesa de que las obras pendientes serán menores y supervisadas por expertos independientes.

Golpe de Oriente

En el plano geopolítico, albergar los Juegos significaría para Oriente Medio lo que Barcelona ’92 fue para el Mediterráneo: la consagración de una etapa de apertura al turismo, la inversión extranjera y la diplomacia global a través del deporte.

Arabia Saudí, que organizará el Mundial de 2034, y los Emiratos Árabes, con su festival permanente de torneos de golf, tenis y MMA, compiten desde hace una década en un pulso de megaproyectos que busca diversificar economías dependientes del petróleo.

Esa ambición regional explica la intensa competencia por 2036: India, Indonesia, Turquía, Chile y hasta un proyecto transfronterizo saudí han mostrado interés formal. A diferencia de muchos rivales, Doha exhibe instalaciones terminadas, experiencia reciente y la promesa de un coste marginal.

El COI, urgido a rebajar presupuestos astronómicos y evitar elefantes blancos, mira con simpatía modelos "de reutilización" como el qatarí, pero sabe que dar luz verde a otro traslado de fechas implicaría renegociar calendarios de federaciones internacionales, broadcasters y patrocinadores.

Sea cual sea el desenlace, la simple existencia de la candidatura ya ha reconfigurado la discusión global. Hoy, nadie duda de que el calendario olímpico (como ocurre con el de la F1 o el fútbol) entra en la era de la adaptación forzada, y que Oriente Medio se ha instalado en el centro del mapa deportivo.

Para Qatar, después de la euforia del Mundial y de la lluvia de inversiones que este generó, la antorcha de 2036 representa algo más que una fiesta de dos semanas: es la certificación simbólica de que un emirato diminuto puede, con tenacidad y talonario, reclamar una silla permanente en la mesa donde se decide el imaginario colectivo del deporte mundial.

Para el COI, otorgar esos Juegos implicaría abrazar sin ambages un futuro en el que la geografía olímpica se rige menos por el termómetro político tradicional y más por la capacidad (técnica, financiera, climática y ética) de ofrecer un espectáculo seguro y universal.