El observatorio más importante del mundo para la captura de datos sobre la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera terrestre, en Mauna Loa (Hawaii), acaba de reportar un dato sumamente preocupante: ese gas de efecto invernadero está acumulándose en la atmósfera más rápido que nunca.
Las concentraciones de dióxido de carbono en Mauna Loa en el mes de mayo han ido batiendo récords anteriores año tras año durante décadas. Pero la reciente aceleración, que ha superado el último incremento récord en 2016, es una señal siniestra del fracaso de los esfuerzos para reducir las emisiones globales de gases de efecto invernadero y el daño que causan al clima de la Tierra.
El dióxido de carbono es, junto con el metano, el óxido nitroso y algunos otros gases, el principal causante del efecto invernadero. El vapor de agua supone la mitad de ese efecto, pero dado que los seres humanos no contribuimos directamente a su emisión, no se considera dentro de los directamente accionables.
Muchos, en un ejercicio de simplismo completamente alucinante, consideran el dióxido de carbono como “un gas bueno”, porque lo fijan las plantas y otros organismos en el ciclo del carbono, pero la realidad es si bien sin la intervención humana, los flujos naturales de carbono entre la atmósfera, los ecosistemas terrestres, el océano y los sedimentos estarían bastante equilibrados. Pero con nuestra intervención, sobre todo con la quema constante de combustibles fósiles, los efectos se vuelven insostenibles.
Las actividades humanas desde el comienzo de la Revolución Industrial (alrededor de 1750) han aumentado la concentración del dióxido de carbono en más del 50%, hasta un nivel nunca visto en más de 3 millones de años. Por poner números, ahora mismo (el pasado domingo) esa concentración estaba en torno a las 428.05 partes por millón (ppm), frente a las 424.16 ppm del mismo día del año pasado.
El dióxido de carbono es, junto con el metano, el óxido nitroso y algunos otros gases, el principal causante del efecto invernadero
Según el consenso científico, la llamada desestabilización climática catastrófica se produce entre las 400 y las 450 ppm (y de ahí el fuerte incremento de catástrofes naturales como inundaciones, incendios, sequías, huracanes, etc. que estamos viviendo). Pero la siguiente fase, conocida como desestabilización climática irreversible (creo que no hace falta que explique lo que significa), empieza en las 425 ppm y llega hasta las 600 ppm. A partir de ahí, entramos ya en lo que se conoce como desestabilización climática de nivel extinción (y de nuevo… creo que su nombre es suficientemente explícito como para que no haga falta explicarlo).
La ciencia es la ciencia, e incluso cuando se adentra en territorio inexplorado como ahora, tiene elementos que merecen que no se la ponga en duda de manera frívola. O más que frívola, estúpida e irresponsable, que es lo que realmente es. Según los modelos climáticos más recientes, todo indica que los seres humanos corremos un riesgo aún mayor de lo que se pensaba anteriormente si no logramos cumplir el objetivo del Acuerdo de París de mantener las temperaturas globales “muy por debajo” de 2°C por encima de los niveles preindustriales. Una confirmación más de que las emisiones de dióxido de carbono₂ deben reducirse rápidamente y, en última instancia, alcanzar el cero neto o el neto negativo si se quiere que los objetivos de París tengan alguna posibilidad de cumplirse.
No hablamos de hipótesis ni de teorías. Hablamos de hacer la vida en el planeta imposible para la especie humana, algo de tal dimensión que muchos no alcanzan a entender. Hablamos de extender cheques que, claramente, no podemos pagar. De ahí la idea de obligar a las empresas petroleras ya no a que reduzcan sus emisiones, sino a que comiencen a invertir en retirar el dióxido de carbono y el metano que han producido, porque el llamado net zero ya no nos sirve: necesitamos imperiosamente avanzar hacia un net negative.
Todo indica que los seres humanos corremos un riesgo aún mayor de lo que se pensaba anteriormente si no logramos cumplir el objetivo del Acuerdo de París
Donald Trump negocia con las empresas petroleras, a cambio de mil millones de dólares para financiar su campaña, derogar todas las leyes medioambientales establecidas por Joe Biden y darles permisos para extraer mucho más petróleo en muchos más sitios, todo ello desde el día 1 de su legislatura.
Estamos a un Donald Trump de la catástrofe irreversible. A ningún profesor de innovación —y a prácticamente nadie— le gusta tener que adoptar el papel de agorero. Pero citando a Banksy, “La Tierra no está muriendo, está siendo asesinada, y los que la están asesinando tienen nombres y direcciones”. Hoy, los activistas climáticos vandalizan obras de arte y manchan fachadas para llamar la atención, acciones que se pueden deshacer rápidamente sin dejar daños irreversibles.
Dentro de no mucho, llevados por un nivel de desesperación cada vez mayor, empezarán a hacer otras cosas cuyos efectos ya no pueden deshacerse de ninguna manera. O bien obligamos a las petroleras y a algunas empresas particularmente irresponsables a dejar de hacer lo que están haciendo, o bien cambiamos radicalmente y abandonamos un estilo de vida que ya no podemos pagar, o las consecuencias no van a ser en absoluto bonitas. De hecho, hace tiempo que ya no lo son.
***Enrique Dans es Profesor de Innovación en IE University.