La Encuesta de Población Activa (EPA) del tercer trimestre de 2022 confirma la tendencia a la desaceleración de la creación de empleo y al aumento del paro iniciada en el anterior. Esta dinámica se acentuará en el horizonte del corto-medio plazo. Las causas son claras: el acelerado deterioro de la situación económica nacional y de los efectos tanto de la política macro y micro desplegada por el Gobierno como de su contrarreforma laboral.

La reiterada tesis gubernamental sobre el buen comportamiento del mercado de trabajo desde el final de la pandemia no puede ocultar la realidad derivada de las enormes deficiencias estructurales de aquel, agravadas por las medidas introducidas por la señora Yolanda Díaz.

El principal y declarado objetivo de la contrarreforma laboral era reducir/acabar con la temporalidad, recurso de los desaprensivos empresarios empeñados para sangrar al sufrido trabajador para satisfacer su insaciable afán de lucro. A simple vista, esa meta parecería haberse logrado: las cifras de empleo indefinido se han incrementado y las del temporal han descendido.

Sin embargo, esta afirmación, santificada por la sabiduría convencional y por la propaganda del Gobierno, ha de ser matizada. El grueso de ese crecimiento ha sido protagonizado por la contratación a tiempo parcial y la mayor caída ha sido la registrada por los contratos temporales a tiempo completo. Eso no produce cambio positivo alguno para los trabajadores; al contrario. Pero ahí no termina la historia.

En el segmento de los asalariados indefinidos, más del 30% del empleo generado es fijo-discontinuo que es la moderna forma orwelliana de denominar a los temporales, pero con una enorme utilidad para el Gobierno: sus titulares no computan como parados cuando de facto lo están, aunque, eso sí, cobran prestaciones por desempleo.

Además, este artilugio estadístico y semántico sirve para dificultar que se produzca una comparación homogénea con lo acaecido en los años anteriores, lo que contribuye a dificultar el análisis de la situación real del mercado laboral y vender una imagen falsa de estabilidad laboral.

Entre los éxitos de la estrategia gubernamental hay que reconocer uno y muy relevante: la evolución del número de horas trabajadas. Estas no han recuperado el nivel existente en 2019 que ya era el más bajo de su historia. Ahora se trabaja, como media casi un 10% menos en España. Alguien podría argüir que eso es consecuencia de la mayor productividad del factor trabajo y, por tanto, es algo positivo o ver reafirmados sus prejuicios sobre la perdida de afición al "curre", valga el casticismo, de los españoles.

"La productividad se ha contraído desde 2019 y no ha sido nunca tan baja desde 1999"

Sin embargo, la realidad es distinta. La productividad se ha contraído desde 2019 y no ha sido nunca tan baja desde 1999 y los españoles no trabajan menos horas por su voluntad, por disfrutar del ocio o por falta de ganas, sino porque las rigideces introducidas por la contrarreforma laboral y el aumento de ese impuesto al empleo, que son las cotizaciones sociales, desincentivan la demanda de mano de obra indefinida y a tiempo completo. Esto se traduce también unos ingresos menores y explica también el elevado volumen de pluriempleados recogidos en la EPA bajo la grácil rúbrica de Ocupados con empleo secundario, que es de alrededor de medio millón de personas.

Y qué decir del desempleo. Cuando España se encamina al final de esta dramática legislatura, la tasa de paro, 12,67%, duplica la existente en media de la UE, 6%, y supera la de esa economía moderna, dinámica, innovadora, la griega, que se sitúa en el 12,2%.

Para qué hablar del desempleo juvenil o del de larga duración que lideran todos los registros de la Eurozona, de la UE y de la OCDE. Esta es la triste verdad y resulta bastante irónico, un ejercicio de humor negro, por no decir, de pésimo gusto y de una escasa sensibilidad que el Gobierno saque pecho de este poco brillante balance.

Es bastante ridículo tener que ha analizar lo evidente como si se tratase de un extraordinario descubrimiento, pero, por desgracia, esta es la situación en la España de este otoño de 2022.

Lo divertido, por no decir otra cosa, es que los corifeos de la política gubernamental dentro de unos meses asumirán los hechos, como han tenido que reconocer la persistencia de la inflación.

Esto debería también hacer reflexionar a aquellos, por ejemplo la CEOE, que de manera incomprensible dieron el soporte a una contrarreforma laboral incompatible con las necesidades de la economía española y con las de las empresas. Rectificar es de sabios pero aquí nadie reconoce sus errores y trata de convertirlos a posteriori en aciertos.