Colombe Schneck. Foto: ©Jean-Francois Paga

Colombe Schneck. Foto: ©Jean-Francois Paga

Letras

Colombe Schneck, escritora: "El aborto es un combate que ni siquiera aceptamos las mujeres que lo practicamos"

La autora francesa irrumpe en España con 'La trilogía de París', tres atrevidos relatos de autoficción, en los que plasma temas como el aborto, la muerte y el desamor.

16 marzo, 2024 01:43

Colombe Schneck (París, 1966) es una mujer alegre, vital, rápida que habla sin descanso. Una escritora comprometida, lúcida, inteligente cuyas palabras acuden de forma precipitada. Colombe Schneck nació en el seno de una familia judía marcada por los traumas del siglo XX y en sus escritos, tras un tono desenvuelto, la autora se aproxima con sus palabras a dolores universales, profundos.

Empezó escribiendo la biografía de su abuelo en L'Increvable Monsieur Schneck (2006), y le siguieron diez novelas más, Une femme célèbre (2010), La Réparation (2021) o Les Guerres de mon père (2018), con las que ha recibido varios premios.

Estos días, irrumpe en España con tres atrevidos relatos de autoficción, ambientados en Francia y reunidos bajo el título de La trilogía de París. Tres narraciones publicadas por Lumen, Diecisiete años, Dos pequeñas burguesas, y La ternura del crol, que aparecieron en su día en Francia por separado, pero en los que Colombe Schneck plasma, con autentica sinceridad, amargos temas: el aborto de una joven, la muerte prematura de su amiga y el desamor. Vividos todos en primera persona, su personaje o narrador se llama, nada más y nada menos que Colombe.

Pregunta. ¿Quién es la Colombe Schneck, la escritora con la que estoy conversando?

Respuesta. ¡Buena pregunta! Empecé mi vida profesional siendo periodista durante años. Era mi sueño de adolescente. Aun así, hice estudios serios, como quien dice en la Universidad de Sciences Po. Desde el principio, me costó entrar en la norma de la escritura periodística. Tenía la sensación de no conseguir escribir, de no plegarme a la norma de la construcción de un artículo. Entonces, me desvié hacía la televisión, tuve un programa Arrêt sur image, que tuvo bastante éxito.

»Aunque siempre había sido una gran lectora, la escritura de un libro me parecía por aquel entonces, inaccesible. No empiezo a escribir realmente hasta mis treinta y cinco años, y tras una serie de extraños acontecimientos que me condujeron a ello. Tras el renombre de mi programa televisivo, una revista me propuso redactar unas crónicas, y recuerdo que les contesté: “ni sé escribir ni tengo nada que contar”.

»Volví a casa, no tenía emisión al día siguiente por tanto nada qué preparar, mis hijos pequeños estaban en el colegio y me tumbé en la cama, puse una hoja sobre las rodillas, y empecé a escribir, sobre mi abuela. En ese momento, me di cuenta del placer que sentía con la escritura.

P. En varias ocasiones, ha comentado que usted llega a la escritura de forma accidental. ¿Fue de la mano de su abuela, que dice querer tanto?

R. Mi abuela era muy especial. Un personaje que estaba siempre quejándose de lo mucho que sufría, sin confesar el porqué, pero que luego se fijaba solo en las pequeñas alegrías de la vida. Ella inventaba, para enmascarar su propio sufrimiento. Empecé a describirla, pero el periódico me dijo que eran textos demasiado duros. Aun así, no desistí, me gustaba la escritura, finalmente.

»Después del verano, mandé mis textos a la revista Elle y Libération que me contestaron diciéndome desde Elle que había una novela tras los textos y, desde Libération me contactó un gran crítico literario, Raphael Sorin, que volvió a hablarme de un libro. Al poco tiempo, leí una obra malísima de otro gran crítico literario y pensé, si él era capaz de publicar un libro mal escrito, significa que yo también podía publicar algo, aunque no estuviera perfecto. ¡Y me lancé!

»Cuando fui a ver a Raphael Sorin, le conté mi deseo de escribir sobre mi abuela pero que entre sus historias estaba también la de mi abuelo, asesinado en París, en 1949 y que generó un gran escándalo. Me contestó: tu abuela nos da igual, escribe sobre tu abuelo. Y así fue como, durante un año, escribí de forma obsesiva L'Increvable Monsieur Schneck. La novela se publicó en Francia, tuvo éxito inmediato y, desde entonces, me dedico a la literatura.

P. Usted es una de esas autoras que elige la auto ficción y aparece como personaje. ¿Es su manera de explorar los caminos internos del ser humano? ¿De anclarse en la realidad de forma personal?

R. Diría que no. Para mí la literatura no es una terapia, ni me ayuda en nada. De hecho, muchas veces escribo sobre lo que no deseo saber. Escribí sobre la muerte de mi abuelo, por ejemplo, la historia de mi familia o, sobre el final del amor como en La ternura del crol, que aparece en La trilogía de París. Es como si me adentrase por espacios donde no quiero ir. No tengo otra opción y nunca es muy agradable. Algo me fuerza a escribir sobre lo que tengo que escribir.

P. ¿Sin embargo, ha insistido en que siente verdadero placer cuando lo hace?

R. Sí, es un poco contradictorio. Pero es que, aunque este en casa, delante de mi mesa, en mi lugar favorito, escribir sobre los temas de La trilogía de París, el aborto, la muerte de mi mejor amiga que me dejó destrozada o sobre un fracaso amoroso, no, no fueron momentos particularmente placenteros.

P. De hecho, en La trilogía de París cuenta esas tres experiencias, alguna de ellas en primera persona, que usted vivió y, desde las primeras páginas, revela el doloroso tema del que va a hablar. ¿Por qué elige momentos de crisis, de extremo dolor, aquellos que le han puesto de frente con la muerte?

R. Cuando escribí Diecisiete años respondía a una cita de Annie Ernaux que decía “las mujeres que abortan no lo dicen nunca”. Esa frase me interpeló. Habían pasado más de treinta años y yo nunca se lo había dicho a nadie. Sentí como si me mostrase del dedo diciendo: “Tú, Colombe, abortaste y nunca lo dijiste”. En ese momento, supe que no tenía otra escapatoria, me puse a escribir. La primera versión me salió en apenas unos días. Respondía claramente a la llamada de Annie Ernaux.

P. ¿Ha necesitado usted de todos estos años para aceptar? ¿Piensa usted que ahora la mujer se siente más libre que en ese momento?

R. Por una lado sí, pero no totalmente. Como todas las mujeres que hemos abortado, existe una profunda sensación de culpa. La dificultad de decirlo, de escribirlo, muestra que el aborto sigue siendo un combate que ni siquiera aceptamos nosotras, las mujeres que lo practicamos. Me puse a escribir, sin pensar, deseando defender nuestros derechos.

»Es evidente que debo mi vida actual, mi libertad, a ese aborto que pude realizar en su día, cuando tenía diecisiete años. No hubiera sido la mujer que soy, si no lo hubiera podido hacer. Y, sin embargo, sentía vergüenza. Para luchar contra ese sentimiento, escribí este relato.

P. Las tres historias parten de testimonios. ¿Piensa usted que la literatura empieza cuando, además de contar una historia, abre caminos interiores, plantea preguntas y renueva al ser humano, tanto escritor como lector?

R. No lo sé. Las tres novelas se publicaron en Francia, por separado. No tenía un proyecto literario común. Pero entre estos tres relatos, existe una coherencia. Hoy en día le veo sentido. Lo que sí que diría es que muchas veces, la literatura se hace al margen de su autor.

P. ¿Cuando usted escribe sobre esas experiencias pasadas, tiene la impresión de que la escritura representa una especie de consuelo?

R. No. En absoluto. Me lo han preguntado muchas veces y en particular sobre mi última novela publicada en Francia Swimming in Paris, la historia de un amor. La respuesta es no. No hay consuelo en la escritura, sino que, gracias a ella, se deja de ser víctima de esos hechos.

P. En La trilogía de París, habla de momentos que podrían parecerse a fracasos vitales. ¿Esos momentos, o lo que podría haber sido, es lo que la inspira a la hora de escribir? ¿Qué visión tiene usted de la vida?

R. Mis amigas dicen que soy la persona más optimista que conocen, incluso ante las catástrofes. Pero cuando escribo, lo hago sobre los fracasos, los fallos de la vida. Quizá sea una tentativa de transformación. En Las dos burguesas, la realidad es que me hubiera gustado que la historia acabara de otra manera. Que Héloïse no muriese, pero no es lo que ocurrió. La vida es así.

»Quizá sea por la propia historia de mi familia que, como muchas familias judías, vivió exilio, destrucción, dolor. En ella existía un imperativo vital de no fijarse en la adversidad. Las mujeres de mi familia, que hemos vivido momentos muy dolorosos, sabemos disfrutar de las cosas más simples, la vestimenta, el maquillaje.

»Dejamos de lado la melancolía, la queja, el sufrimiento. Aunque mi vida haya sido privilegiada, me educaron prohibiéndome quejarme. Me parecería indecente la idea de ponerme como víctima. He aprendido a no mentir y esquivar la realidad. La vida es muchas veces catastrófica.

"No hay consuelo en la escritura, sino que, gracias a ella, se deja de ser víctima de esos hechos"

P. La trilogía de París se centra en un París muy concreto, el barrio de las letras, el llamado VI arrondissement. ¿Usted que confiesa jamás haber abandonado esas calles, piensa que hoy en día esa sociedad ha cambiado?

R. No lo creo. Acabo de terminar la lectura de la obra de Marcel Proust, En busca del tiempo perdido y me doy cuenta de que esta sociedad cerrada, con sus reglas bien definidas, es propia de cualquier sociedad. Hay un ejemplo muy divertido en el libro cuando la abuela del narrador acude a los baños públicos de Los Campos Elíseos en París, que dirige una señora, cuyo trabajo es dejar pasar o no a los transeúntes, los “habituados”.

»La abuela entonces se da cuenta de que, tanto el Salón des Guermantes, como el baño público, funciona de la misma manera. Con sus reglas, sus funciones, sus hábitos. Ahora yo he adoptado en mi sociedad el lugar del observador. Y me doy cuenta de que sigue igual que cualquier otra sociedad.

P. ¿Qué hay en común entre la Colombe con la que hablo y el personaje de Colombe, de diecisiete años, luego de vida entera, finalmente de más de cincuenta que se descubre en La trilogía?

R. ¡Nada y todo! Desde el momento en el que uno escribe, miente. Transforma la realidad. En mi caso, le añado suspense, masco circunstancias, cambios hechos. La Colombe de mis textos es pura ficción. Mi material es la autobiografía como son los colores para un pintor. Mi vida es mi paleta que transformo a pesar de que, como decía Proust, no se puede salir de uno mismo.

»En Dos pequeñas burguesas hay una socióloga que ha venido a investigar sobre el medio social de las dos mujeres, Este personaje podría haber sido un escritor ya que es puro producto de mi imaginación. Una de mis grandes pasiones en la literatura es poder inventar, mentir, copiar, volar, divertirme y transformar.

P. Entonces, ¿qué le diría esa Colombe adulta a la joven de diecisiete años?

R. Le diría qué disfrute de su suerte de vivir en una sociedad libre y democrática con derechos como el del aborto. También, que debe ser precavida. Recuerdo mi cólera cuando supe que estaba embarazada. Sentí como si mi cuerpo me estuviera traicionando. Me habían educado en una familia intelectual de izquierdas, me habían dicho que la mujer tenía los mismos derechos que el hombre y que yo era igual que un chico de mi edad, y de repente, la realidad me mostraba que no era cierto.

»Las mujeres caíamos embarazadas, mientras que los hombres, no. Yo iba a pagar un alto precio por mi libertad sexual y no los chicos de mi edad. Eso me pareció tremendamente injusto. Mi cuerpo no era igual al de los hombres de mi edad. Yo estaba sometida a un útero y, aunque hubiera hecho estudios, iba a trabajar, etc, a partir de ahora mi proyecto sería casarme y tener hijos. En ese momento, supe que estaba sometida a mi cuerpo.

Le diría que es más libre y menos libre de lo que soy actualmente.