Simone y André Weil

Simone y André Weil

ENTRE DOS AGUAS

Simone y André Weil, secretos matemáticos de familia

Los dos hermanos estuvieron muy vinculados a la ciencia. André fue uno de los mejores matemáticos del siglo XX

27 octubre, 2023 02:36

Hace unas semanas leí un artículo dedicado a la obra, o al menos a parte de ella, de la filósofa y activista sociopolítica Simone Weil (1909-1943). Observé que iba ilustrado con una fotografía en la que aparecía junto a su hermano, André. Pero de él no se decía nada, ni en la fotografía ni en el extenso artículo al que acompañaba. Al menos, pensé, merecería que en algún lugar se hubiera señalado que André Weil (1906-1998) fue uno de los mejores matemáticos del siglo XX. Ignoro si el autor de ese artículo simplemente optó por ocuparse de las opiniones de aquella extraordinaria mujer, elección perfectamente razonable, pero no lo es menos decir algo de su relación con la ciencia, así como introducir a su hermano.

En lo que se refiere a la ciencia, no basta con señalar que para Simone Weil “la ilusión científica sin humanismo lleva a la alienación”, aunque se pueda compartir semejante afirmación. Hace unos años, una pequeña editorial, El cuenco de plata, publicó una selección de escritos y cartas de Simone Weil, Sobre la ciencia (2006), de la que se obtiene una visión más equilibrada, menos sesgada hacia lo político y filosófico, de su pensamiento.

Contiene ese libro, por ejemplo, su tesis final de estudios superiores, escrita en 1929-1930, Ciencia y percepción en Descartes. Escribió allí, en mi opinión con cierta exageración: “El mayor momento de la historia de la humanidad fue la aparición del geómetra Tales, que renace en cada generación de escolares. Hasta entonces la humanidad no había hecho más que sentir y conjeturar; desde el momento en que Tales inventó la geometría, empezó a saber”.

Olvidar la relación que Simone Weil tuvo con la ciencia, sus opiniones y conocimientos, limita la justa recuperación de su legado

No debería sorprender que siendo hermana de un matemático distinguido, y alumna de la exigente École Normale Supérieure, alma mater tanto de filósofos y políticos como de científicos (entre estos últimos, notables matemáticos como Darboux, Picard, Borel, Lebesgue, Élie Cartan o Hadamard), Simone poseyera buenos conocimientos de física, matemáticas e historia de la ciencia. A sus alumnas del Liceo de Le Puy se esforzaba – informaba en una “carta a un camarada”, en 1931 o 1932 – por explicar que “las ciencias no eran conocimientos ya de hechos, distribuidos en los manuales para uso de los ignorantes, sino conocimientos adquiridos por los hombres en el curso de las épocas, mediante métodos completamente distintos de los métodos de exposición que encontraban en los manuales”.

Y proponía que “hicieran algunos cursos suplementarios de historia de las ciencias”. Para Simone era esa historia la que podía “convertir a la ciencia en algo humano para los alumnos, en lugar de una especie de dogma que es preciso creer sin saber nunca bien por qué”. En otras palabras, el humanismo que no llevaba a la alienación tenía uno de sus apoyos en la propia ciencia, a través de su historia. Por ello, olvidar la relación que Simone Weil tuvo con la ciencia, sus opiniones y conocimientos de ella, limita la muy justa recuperación de su legado, todavía vigente.

De André Weil se pueden, y deben, decir muchas cosas, entre otras razones porque, al igual que su hermana, tuvo una vida agitada. Así, por ejemplo, fue tomado por un espía soviético en noviembre de 1939, cuando se encontraba en Finlandia, donde fue encarcelado y a punto estuvo de ser fusilado; en su patria, Francia, fue condenado por negarse a cumplir sus obligaciones militares.

Pero lo más destacado de su biografía fue el papel que desempeñó en la creación de un colectivo de matemáticos que pretendió reconstruir toda la matemática. El nombre que este grupo eligió – por razones complicadas de explicar, y que no tienen que ver con la matemática – fue el de Nicolas Bourbaki (1816-1897), un militar que sirvió a Napoleón III y que participó en la guerra franco-prusiana. André fue la figura central de ese colectivo, cuya influencia en la enseñanza de la matemática, al menos en gran parte de la europea, fue enorme.

Aquellos, como yo, con la edad suficiente, recordarán el papel destacado que la teoría de conjuntos tuvo en los cursos de matemáticas, tanto en el bachillerato como en la universidad. (El primer tomo – “fascículo” lo denominaban – de la obra Éléments de mathématique, que Bourbaki publicó, estuvo dedicada, precisamente, a la Théorie des ensembles (1939); la seguirían en años posteriores un buen número de otros fascículos, totalizando más de 7.000 páginas).

La idea motriz del grupo Bourbaki era reconstruir toda la matemática sobre los pilares de la axiomática y las estructuras; esto es, identificar los axiomas imprescindibles para las diferentes ramas de la matemática y construir sus respectivas estructuras. Todo lo demás, cosas como, por ejemplo, resolver ecuaciones diferenciales, se consideraba accesorio. Y quien esto escribe fue víctima de ese espíritu, pues la mayor parte de los cursos de matemáticas que tuve que seguir en la licenciatura de Físicas, obedecían la filosofía bourbakiana. Todavía conservo alguno de los “fascículos” de esos Éléments de mathématique, un monumento, desde luego, a la capacidad humana de abstracción (no es casualidad la similitud del título con el de los inmortales Elementos de la geometría de Euclides).

[Los últimos días de Simone Weil]

André Weil escribió su autobiografía, publicada en España como Memorias de aprendizaje (Nivola, 2002). En el prólogo recordaba a Simone. Sus palabras destilan cariño filial y añoranza, la de lo que fue y de lo que pudo haber sido: “De niños fuimos inseparables, pero yo era el hermano mayor y ella la hermana pequeña. Luego, rara vez estuvimos juntos y siempre nos dirigíamos el uno al otro en tono de broma, dada su natural alegría y buen humor, que conservó incluso cuando la miseria del mundo le añadió un fondo de invencible tristeza. A pesar de que las alegrías y las angustias de su adolescencia me han sido totalmente ajenas y de que, más tarde, su comportamiento a menudo me ha parecido, por cierto, no sin razón, un desafío a la sensatez, siempre hemos estado lo suficientemente cerca como para que nada de lo que le atañía me haya sorprendido nunca. Solo exceptuaré su muerte, que no me esperaba, ya que confieso haberla creído indestructible, y haber entendido demasiado tarde que su vida se desarrolló según sus propias leyes y terminó de la misma manera”.

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