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Vigo dice adiós a más de 70 años de historia: cierra Alimentación Adelina Álvarez

Situada en el número 59 de Pi y Margall, el negocio que abrió en 1949 baja la verja definitivamente este miércoles por la jubilación de Tito, el hijo de Adelina, después de 52 años detrás del mostrador
Marisa y Tito, detrás del mostrador de Alimentación Adelina Álvarez.
Treintayseis
Marisa y Tito, detrás del mostrador de Alimentación Adelina Álvarez.
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En Pi y Margall 59, un cartel cuelga en el escaparate: "Este establecimiento cerrará a partir del 15 de marzo". El tiempo verbal, hoy muda a presente. Sobre la puerta de entrada del local, en un rótulo azul se puede leer "Adelina Álvarez" en amarillo, el nombre con el que nació en 1949, en plena posguerra, esta tienda de alimentación y que hoy baja la verja definitivamente.

Detrás del mostrador, Tito, de 66 años, hijo de Adelina, se jubila y con él el negocio que arrancó su madre, llegada a Vigo desde Sober, en Lugo. Aquí conoció a Paulino, que era de A Ramallosa y trabajaba como transportista. "Empecé a trabajar aquí con 14 años, dejé los estudios y me metí aquí. Llevo 52 años seguidos, ni una baja me he cogido, como mucho he tenido un dolor de cabeza pasajero", presume Tito mientras mira de reojo a la puerta, por la que no dejan de entrar clientes.

En ese goteo incesante, atiende a Treintayseis. "Yo nací en el propio comercio, el local era más pequeño y aquí estaba nuestra vivienda habitual, era lo normal en los negocios de la zona", explica Tito, que lamenta que ya no quedan aquellas tiendas que siempre acompañaron a su negocio; un sastre, la tienda de Julia o la de Manolo son algunas de las que enumera. "En la calle había cinco tiendas como esta, ahora está lleno de las de 24 horas, que abundan por todos lados".

En 1984 comenzó a trabajar con él Marisa, su mujer, tras casarse. Siguen viviendo en ese edificio. "Ahí hay una puerta secreta", dice mientras señala una esquina del local situado a la derecha de la entradas, "que es de uso exclusivo para nosotros; bueno, y para los otros dos vecinos del edificio, que pueden venir a comprar sin salir de casa, en pijama y zapatillas", dice entre risas.

Clientes de "toda la vida"

La tienda de Adelina Álvarez transmite tradición y cercanía a borbotones. Los clientes, vecinos habituales del barrio, son recibidos por su nombre y, algunas veces son atendidos directamente, sin necesidad de preguntar qué necesitan. Una de esas clientas de toda la vida entra en el local para pagar una cuenta que debía. "Son cien mil euros", contesta Tito con la confianza que dan tantos años de relación comercial.

"Me da muchísima pena, soy clienta de toda la vida y recuerdo ya a su madre aquí. Es como tener a alguien que siempre te puede echar una mano, Tito siempre está dispuesto", valora esta vecina, que destaca lo "esmerado" que es, "siempre pendiente de todo el mundo". "Vamos a tener que ir a tu casa", dice al despedirse.

Otras clientas hacen la compra y dejan las bolsas a buen recaudo de Tito y Marisa. Él será el encargado de hacerles el reparto en su casa, un servicio que hace desde siempre, y que ahora demandan especialmente las personas mayores del barrio, que no pueden cargar con mucho peso. Eso que ahora se llama "pedir comida" y se hace a través de aplicaciones, en Adelina ya lo hacían hace muchos años.

Tito tiene un recuerdo para uno de sus dos hermanos, Carlos, recién fallecido, que también trabajó un tiempo en el negocio familiar. "Iba a las obras a las 8 de la mañana y tomaba nota de lo que querían los trabajadores: cerveza, vino, bocadillos... después, cargaba todo en el "cuatro latas" que teníamos y lo repartía". Porque en la tienda también se servía vino a granel, e incluso algunos de los obreros de los astilleros accedían a un pequeño espacio reservado para beber uno de los caldos y comer algo de lo que les preparaba Adelina.

Piñas y troncos de madera

"Mi madre abrió el local vendiendo piñas y troncos de madera que venían de los aserradores para las cocinas y las calefacciones. A partir de ahí, se fueron añadiendo más cosas", recuerda. Por ejemplo, productos del cerdo, que llegaban de las matanzas que se realizaban a pocos metros de la tienda, en el que ahora es el parque Camilo José Cela. "Era un campo grande que se llamaba 'la Lechería' y había casas con sus fincas y huertas, antes era como si vivieses fuera de la ciudad. Aquí enfrente también había una iglesia, por ejemplo", explica Tito. "Después se fueron añadiendo más productos en venta, se fue haciendo más grande la tienda y se construyeron estanterías adecuadas para exponerlos".

Esas mismas estanterías que albergaron productos de venta a granel, como la lejía "El Toro" en botes de cristal, "ahora se ve muy raro que no sea plástico", la harina, los arroces o los vegetales. Ahora, solo la fruta se vende así, además de unas especias de callos que reparte entre sus últimos clientes y da a olfatear como el que ofrece un tesoro en pequeñas dosis; también presume del pan, de la panadería La Real, que "usan un horno a la antigua usanza" o un pan de bolla que viene desde Ourense.

Y son esas mismas estanterías las que ya empiezan a enseñar cómo el género va escaseando, aunque todo lo que no se venda antes de cerrar se lo recogerán para vaciar el local. Y es que de momento no hay relevo para esta tienda con casi tres cuartos de siglo a sus espaldas. Tito espera que aparezca alguien para seguir, "quizás aparezcan todos juntos, tres o cuatro al mismo tiempo", y reconoce que le gustaría que el local siguiese acogiendo un negocio de alimentación, como el que comenzó su madre y siguió él.

El deporte para combatir la jubilación

Los clientes no dejan de entrar en la tienda, además de algunos amigos que vienen para despedirse. A Tito se le presenta ahora la jubilación, que recibe con positivismo: "A la vida buena se acostumbra uno pronto". El tiempo invertido en el trabajo lo recogerá ahora el deporte; si durante 20 años fue un ciclista aficionado que destacaba como un gran escalador, destacando y ocupando los puestos de podio de las marchas cicloturistas en las que participaba, desde hace 25 años ha trasladado su pasión bajándose de la bicicleta y calzándose unos tenis.

"Lo de correr es más tranquilo, lo hago para pasar el tiempo", dice sin querer presumir de lo que revela uno de los amigos que se ha acercado a la tienda para aprovechar las últimas horas: "No se ha perdido ni una Vigbay y el año pasado se hizo la Maratón, como si no le llegase la 'media', sólo a él se le ocurre", exclama mientras Tito devuelve una mirada tímida desde detrás del mostrador y apuntillar que son 23 carreras entre Vigo y Baiona las que ha disputado, desde que comenzaron a celebrarse; ahora, ya prepara la siguiente.

"Seguiremos siendo vecinos", se despiden varias clientas, que no cuentan con que la intención de Tito y Marisa es marcharse a "un sitio más tranquilo", como el Val Miñor. De momento, hasta última hora de hoy ambos apuran detrás del mostrador para seguir recibiendo a todos los que quieren pasar a comprar o a decir adiós a una tienda que dejará a Pi y Margall huérfana de más de 70 años de historia.

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