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Opinión

Cómo sobrevivir a una (empresa) adolescente

¿Cuándo pasa una empresa de la infancia a la etapa adulta? ¿Cómo da el “estirón” un negocio? ¿Cuáles son los síntomas y cómo abordarlos? Si tu empresa se acerca a los 10 años, bienvenido, has entrado en la adolescencia
Pedro Arenas Barreiro
Por Pedro Arenas Barreiro

Si me conoces (o me lees) sabrás que soy padre de 2 hijos (Número 1 y Número 2, para mantener su anonimato) y también de 2 empresas (aunque apadrino como inversor alguna más). Cómo me van las aventuras de riesgo, además, el nacimiento de mis descendientes biológicos coincidió en el tiempo con la concepción de mis hijos empresariales. Número 1 e Ingenyus, una agencia de marketing especializada en innovación, vieron la luz en 2012 (mi mujer sufrió mucho con ese parto) y Número 2 trajo bajo el brazo en 2015 a QuBiotech, una startup de software para el diagnóstico de enfermedades neurodegenerativas. De este modo, este año, los primeros cumplirán 11 años y 8 los segundos. ¡Llega la adolescencia!

No voy a romantizar el camino hasta aquí. Llegar a este punto del espacio-tiempo ha implicado renunciar a muchas cosas, mucho esfuerzo, noches sin dormir, picos de fiebre, infecciones, “rabietas” (con o sin motivo) e incluso lágrimas ocasionales. No ha sido fácil (tampoco con los niños) y ha implicado el desarrollo de una tolerancia a la incertidumbre que ni yo mismo me creo, pero también he de decir que, afortunadamente, las risas, la realización personal y el orgullo de verlos crecer y desarrollarse sanos y felices rodeados de familia y amigos ha sido mucho mayor (con los niños también).

Y es que más del 90% de las pymes españolas fracasan en sus 5 primeros años y, de hecho, su esperanza de vida ronda en nuestro país los 10,8 años; prácticamente la mitad que la media de la Unión Europea (19,6 años) y a décadas de países como Dinamarca o Irlanda con 63,1 y 61,8 años de edad empresarial media respectivamente. No lo digo yo, lo dice también la Confederación Española de la Pequeña y Mediana Empresa (Cepyme).

Por tanto, si tú también eres del 10% que ha sobrevivido a esta primera década vivo (aunque sea con cicatrices) tu empresa habrá superado oficialmente el temido “Valle de la Muerte”. Para llegar hasta aquí seguramente habéis tenido que enfrentaros, como las mías, a cambios en el mercado, etapas de escasez financiera, pérdidas de empleados irremplazables o incluso una pandemia. Épocas más calientes y más frías, cambios más o menos frecuentes y profundos que han ido construyendo lo que tu empresa (tus hijos) y tú sois en la actualidad.

De ser el caso, enhorabuena, después de más de 10 vueltas alrededor del sol, has llegado a la pubertad empresarial y, como todos los adolescentes, tu empresa (o tus hijos) se enfrentan a una nueva etapa de cambios en una explosión hormonal con la que poder pegar el “estirón” definitivo para convertirse en negocios adultos. 

La sintomatología de la adolescencia empresarial es clara. Es la misma que viví yo (y seguramente tú) cuando llegué a esa edad: se incrementa la consciencia de uno mismo y la autocrítica pero también los cambios internos y físicos, fortaleciendo las capacidades de ejecución racional y también la musculatura para sobrevivir en un escenario (social y económico) cada vez más dinámico y competitivo. Habrá etapas de cambios emocionales intensos y ataques de rebeldía que configurarán su propia identidad separada de la de sus promotores originales y, por supuesto, habrá crisis existenciales y serán frecuentes, pues si algo caracteriza al adolescente (sea persona física o jurídica) es la necesidad de encontrar su espacio y sentirse aceptado. 

La adolescencia es una montaña rusa para todos (empresas, hijos y nuestra persona) pero la educación recibida hasta y durante ese momento es clave para hacer de ellos adultos responsables que aporten valor a su alrededor. Llegar ahí con buena salud (económica y mental) dependerá no solo de ellas sino también de todos los que las rodean. 

Los padres (y los promotores empresariales) debemos dejar que los hijos salgan poco a poco de su círculo de control y vivan sus propias tempestades, siendo conscientes de que somos el puerto a dónde siempre podrán regresar para obtener consejo, apoyo, energía (incluso financiación) y seguir adelante. En mi caso, abandoné la operativa diaria cuando vi que mis hijos se enamoraban de otros profesionales y ellos de esas empresas. No fue fácil para ninguno, ni para las empresas ni para sus nuevas parejas (hubo incluso alguna ruptura sentimental muy dolorosa) e imagino que mi papel de suegro tampoco lo puso sencillo, porque escudado en el conocimiento histórico o en la vínculo hereditario, no siempre ofrecemos la mayor de las facilidades para que el compromiso empresa-gestor se mantenga. Durante la adolescencia (también la empresarial) un padre debe de volver a encontrar su lugar en la vida de su hijo, destronado del poder absoluto y la sabiduría plena que la empresa (o el hijo) tenía del progenitor durante la infancia. Reconozco que ese comportamiento me he enfadado múltiples veces con mis empresas, frustrado porque no me devolvían la misma atención y cariño que yo les daba, aunque nunca he dejado de sentirlas como parte de lo mejor que yo podía ofrecerle al mundo y entendiendo que sus nuevas parejas incorporaban consigo capacidades que las hacían brillar más y mejor.  

Así, hoy, miro con mucho orgullo como crecen las empresas en las que un día puse la semilla, adquiriendo una personalidad propia que está construida de los retales del enorme talento de los que depositan (o depositaron) sus capacidades, esfuerzo e ilusión para desarrollarse profesionalmente en ellas. También de los clientes que confiaron en mí, en ellos y en nosotros como familia. Ahora veo a sus nuevas parejas sentimentales, sus respectivos equipos de gestión, y he aprendido no solo a quererlos y respetarlos sino también a admirarlos. Espero ellos sientan lo mismo, aunque a veces yo no pueda evitar ser un suegro gruñón.

Quién sabe, puede que quizás, en un futuro cercano eche de menos un bebé a quien mimar y tenga más hijos (empresariales). Mi mente sigue inquieta y me cuesta resistirme a un negocio sexy. 

Puede que quizás en un futuro cercano mis hijos empresariales tengan incluso su propia descendencia y yo sea un abuelo sonriente que repase con ellos el álbum genealógico de una familia empresarial, recordándoles momentos y anécdotas de cuando nos quedamos sin dormir por la entrega de un trabajo o las risas que nos echamos en aquella cena de navidad. 

En definitiva, la adolescencia de una empresa es un reto, pero también una oportunidad, una etapa fascinante de su desarrollo hacia un futuro fuerte, sano y que llene de felicidad y valor a sus clientes, empleados y accionistas. Creo que en el caso de Número 1 y Número 2 sobrevivir mentalmente estable va ser un pelín más complicado.

Pedro Arenas Barreiro
Pedro Arenas Barreiro
LinkedIn
Pedro Arenas es, ante todo, un tío de acción (y nunca utiliza dobles aunque haya muchas escenas de riesgo). A lo largo de sus más de 15 años de carrera, ha sido autónomo, emprendedor, empleado por cuenta ajena e incluso responsable público en la Axencia Galega de Innovación. Ha sido el promotor principal de 2 empresas (Ingenyus, Marketing Inteligente y Qubiotech) y ha participado en la constitución de otras dos startups de base tecnológica. Actualmente colabora con diversas compañías en el asesoramiento y fortalecimiento de sus capacidades estratégicas y de innovación.