Ana María Rodríguez Blanco

Ana María Rodríguez Blanco / Ama de casa

20/07/1931, ToledoMadrid, 25/03/2020

Es curioso que desde hace un tiempo tenía una extraña sensación. Como si ya te echase de menos antes de que te fueras, madre, era como sentirte más en el cielo que aquí. Como una premonición.

Trataba de apurar el tiempo contigo, aunque ahora veo que no lo suficiente. Ojalá hubiéramos hecho más viajes juntos como el de Nueva York, pero siempre existió algún contratiempo, alguna enfermedad de algún hijo y después ya te hacías mayor y no tenias tantas ganas de viajar.


Eso sí, pasamos muchos veranos juntos en tu playa. Pasamos solos muchas tardes de Madrid en tu casa o en la mía, buscábamos tiempo de calidad para los dos, y disfrutamos mucho yendo a comer fuera y viendo películas juntos.


Cómo vivir ahora sin tu sonrisa al abrirme la puerta, madre, o sin tus abrazos y tus “te quiero” al despedirme, o tus miradas llenas de amor, orgullo y admiración que es exactamente lo que yo siento por ti, mamá.

Nos lo decías tan menudo, que casi parecía una despedida, quizás porque ya habías perdido a papá y a Alberto y te habías dado cuenta de lo importante que es decirlo, porque el día menos pensado la vida te lo roba todo, y lo que no has dicho o no has hecho te pesa todos los días.

Así que gracias, madre, gracias por recordarme tan a menudo que me querías. Y gracias por facilitar que yo también te lo dijese a ti. Que te quiero más que a mi vida, y que si me hubieran dado una plaza en este viaje que has hecho, me hubiera ido encantado contigo porque contigo quiero estar siempre, madre, y ahora estoy sólo a medio camino.



Qué duro fue el día en que te secuestró la ambulancia con mi hermana deshecha en lágrimas por no poder ir contigo. Trataste de tranquilizarla y le diste tu mensaje. A duras penas en tu agonía sacaste fuerza para decirle lo mucho que nos querías, que te ibas tranquila, con la maleta llena, y sabías a dónde ibas.

Eras muy consciente de que este viaje lo harías sola y sin miedo.
 Gracias por eso también, pero perdóname por no poder estar ahí, por no poderte abrazar, por no poderte acompañar.

Sé que en vida ya nos preparaste a tu manera, como si ya lo supieras. Siento que realmente tienes una conexión especial por tu fe inmensa, y yo ahora también creo en los milagros, madre. Con tu forma de partir me he dado cuenta de que todo estaba perfectamente previsto por ti.

Pero qué duro es cuando en mi confinamiento todo me lleva a ti, madre, cada vez que suena un ambulancia en estas calles vacías, cada recuerdo al ver tu foto en los teléfonos de mis hermanos, cada vez que abro la nevera y veo algo de lo que me gustaba hacerte, cada vez que veo una película que me hubiera gustado ver contigo.

Son tantas las cosas que me hubieran gustado seguir haciendo que necesitaría otra vida entera para poder quedarme lleno de ti.

 La vida no te ha deparado un final feliz, ha sido injusta contigo, lo ha sido con todos nosotros, no merecíamos esto,. Este dolor que seguro se podía haber evitado como en otros países pero nadie nos avisó a tiempo, de hecho se nos dijo lo contrario.

Si supieras lo que ahora sabemos el resto, estarías enfadada porque nos han robado años de ti, años de mucho amor y es que ese 25 de marzo se nos rompió algo a todos por dentro.

No hay coraza que resista esa ultima llamada del hospital, no soy tan fuerte como pensabas, madre, lo era por ti, porque sabía que éramos un equipo, que éramos fuertes juntos, que si yo flaqueaba, tú te venias abajo. Yo te daba confianza y a mí me pasaba igual contigo, no podía verte triste, eras mi muro.

No he podido saber cuándo iba a ser la última vez, pero he tratado de disfrutarte como si así lo fuese en cada vez. No tienes ni idea de lo mucho que me haces falta.

Cuando todo esto termine, no me va a dar ningún consuelo porque tú ya no estarás al otro lado del teléfono. Y es que tú, madre, eres el amor de mi vida, de esos que no se encuentran. Eres sin duda la mujer de mi vida, y yo estaba enamorado de ti.

Nadie nunca me va a querer más de lo que tú nos quisiste ni yo jamas podré amar más a nadie de lo que te amo a ti, madre.

Quiero otra vida entera contigo, pero vamos a tener que esperar. Aunque tu luz se haya apagado, yo prenderé una vela a menudo por ti para que sigas iluminando mi camino y nos podamos volver a encontrar, porque como tú acostumbrabas a decirme, siempre hay una salida.

Por Carlos, hijo de Ana María.

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