El 7 de marzo de 2011, la historia de la televisión en España vivió uno de esos momentos que, aunque entonces no lo pareciera, supondría un punto de inflexión. Se estrenaba en Canal+ la serie Crematorio, la primera apuesta por la ficción propia del canal de pago. Una adaptación de la novela de Rafael Chirbes que hablaba sobre la corrupción urbanística y política en un momento donde había tanta mierda debajo de la alfombra que empezaba a rebosar por los lados.

Crematorio llegó como un verso suelto, o como uno de los dos versos sueltos, ya que la compañía también había estrenado una comedia como Qué fue de Jorge Sanz. Demostraban que España estaba preparada para hacer otro tipo de series. Para, por fin, ajustarse a los tiempos que se utilizaban fuera y que convenían a las historias -50 minutos para el drama y 25 minutos para la comedia-. Para demostrar que aquel tópico de ‘la señora de Cuenca’ respondía más a prejuicios y a miedos que a una realidad. Las series podían ser adultas, oscuras. Tratar temas espinosos. Nuestra ficción debía madurar.

Aunque su éxito no se podía comparar, y menos entonces, con aquellas series que en abierto rompían los audímetros con cifras que hoy parecen de otro mundo, Crematorio quedó como aquella serie que antes que nadie intentó hacer algo diferente. A Canal+, como a todos los sitios, llegó la crisis, y la producción propia se paró. Tuvieron que pasar otros cinco años hasta que Movistar+ cogiera aquel testigo, pero echando la vista atrás queda claro que nada de lo que estamos viviendo hubiera pasado si no hubiéramos conocido a aquel Bertomeu con el rostro y la voz de Pepe SanchoHan pasado diez años, y ahora está más claro que nunca que sin Crematorio nada de lo que estamos viviendo hubiera pasado, o quizás hubiera tardado más.

Entre los sospechosos habituales que lograron aquel hito se encontraba Álex Martínez Roig, actual director de contenidos de Movistar+ y que desempeñaba la misma función en la extinta Canal+. Recuerda aquella serie como una “de las experiencias más satisfactorias que he tenido en mi trabajo” y lo califica como “un proyecto de valientes e insensatos”. “Éramos un grupo de gente que sabíamos de televisión pero no habíamos producido ficción”, cuenta a este medio y se encarga de recordar a aquellos “valientes”. “El primero fue Fernando Bovaira, productor de Mod, el segundo Miguel Salvat, que llevaba las series en Canal+ y que ahora está en HBO, y luego los hermanos Cabezudo, los actores, y Chirbes, que se volcó en la promoción a pesar de que habíamos triturado su novela”.

Sus creadores, los hermanos Sánchez-Cabezudo, eran unos semi desconocidos entonces en España. Jorge Sánchez-Cabezudo había dirigido una estupenda ópera prima, La noche de los girasoles, por la que había optado al Goya, y luego había recaído en la televisión. Fernando Bovaira les dio a él y a su hermano Alberto la oportunidad de sus vidas. Ambos reconocen que hasta que no leyeron un artículo sobre este aniversario no se habían acordado, y subrayan que el que origina todo el tsunami de la adaptación es Bovaira, que compra la novela y se la ofrece a ellos, que trabajaban junto a él en un largometraje.

En aquel momento se hacía mucha televisión en abierto y funcionaba muy bien, pero las reglas eran distintas. Las series fuera duraban 50 minutos y aquí 75. Esa fue la revolución

“Estaba en mi crisis de la página en blanco y me dijo ‘lee esto que aquí hay una serie’, y yo leí la novela y no veía la serie. El libro no tiene tramas, es muy complejo… pero ese verano hablo con Alberto, que es consumidor de series, y me pongo a ver todas esas series a las que no había tanto acceso como ahora, estamos hablando de 2008 o 2009, que tenías que comprar el pack en la Fnac. Ese verano empezamos a ver toda esa ficción y un canal propone hacer una ficción diferente, así que se dieron todas las condiciones para que pudiera suceder. Creo que todas las personas que intervinieron eran las correctas”, recuerda el director de la serie.

La revolución de Crematorio fue temática, estética, formal y también una cuestión de formatos. Por primera vez las series se ajustaban a los tiempos que marcaban desde fuera. Se acabaron esas duraciones imposibles. “En aquel momento se hacía mucha televisión en abierto y funcionaba muy bien, pero las reglas eran distintas. Las series fuera duraban 50 minutos y aquí entre 75 y 90. Y esa fue la revolución, hacerla en 50 minutos, porque en ese tiempo construyes de forma distinta”, dice Martínez Roig. Todos tenían claro que esa primera apuesta tenía que rayar la excelencia: “No podíamos permitirnos hacer una serie mediocre, porque si estábamos poniendo en Canal+ Los Soprano, o ya en abierto se estaban viendo series como Perdidos o House, no podíamos hacer un churro”.

La corrupción en la ficción

La novela de Rafael Chirbes se había publicado en 2007. Mucho antes de que todos los casos de corrupción urbanística hubieran explotado. Ahora parece premonitoria, y sin embargo hablaba de lo que estaba pasando en aquel momento no sólo en la Comunidad Valenciana, sino en todo el país. Una novela que, como recuerdan los hermanos Cabezudo, “habla casi en presente de lo que pasaba”. Sin embargo, la ficción suele llegar tarde. Seguimos esperando a que la corrupción se aborde de forma abierta, y por eso la adaptación de Crematorio fue tan importante. Por primera vez se ponía el foco en un asunto turbio y que muchos querían ocultar.

Desde Canal+ eran conscientes de que era “un riesgo alto hablar de eso”, y Álex Martínez Roig recuerda la ironía de que la serie tuviera una subvención de la Generalitat de Valencia, “y luego todos hemos visto lo que pasó con este gobierno”. Los Cabezudo también se acuerdan de que cuando salió la serie se decía eso de que la corrupción “era una manzana podrida, que por una no se podía condenar a todos… Y nosotros les decíamos, es que, por lo que hemos visto esto es sistémico, funciona así”.

Pepe Sancho en 'Crematorio'.

Para documentarse ellos se empaparon del Caso Malaya, porque era el único que estaba entonces en los periódicos, “y ya se empezaba a hablar de un tal caso Correa, que luego se llamó Gürtel y que luego fue lo que fue”. “La corrupción da para un género, y no lo hemos aprovechado, está por hacer. Es verdad que el tema político no se ha tratado realmente, nosotros queremos hacerlo. No hemos visto aquí series sobre la Moncloa y no recuerdo ninguna sobre política, con excepciones como Vamos Juan o Antidisturbios, con cierto recorrido. Ahora las cosas están tan tensas que habrá que ver”, dicen los creadores de Crematorio, que saben que en aquel momento se aprovecharon de “un territorio donde todo era virgen y no había condicionantes, ni siquiera dependíamos de la publicidad”. Pero tienen claro que “se ha abierto una veda y saldrán series sobre el tema porque tenemos mucho material”, aunque son conscientes de la dificultad de “hablar de partidos políticos en una serie en abierto”.

Muchos se preguntan si el gran momento de nuestra ficción actual sería posible sin Crematorio, y Álex Martínez Roig tiene claro que sí, porque “la industria española ya era muy potente, simplemente estaba jugando a otro deporte porque se lo pedían sus clientes, pero ya estaba preparada para competir con las industrias de otros países”, pero sí que cree que el cambio radical fue entender que había que cambiar los tiempos para ser adaptable a otros países. Crematorio lo entendió, e hizo historia. Han pasado diez años, pero sigue siendo una de las mejores series que se han hecho en nuestro país.

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