El otro día escribía sobre el estreno de una de las series españolas más esperadas de la temporada. Se trataba de La línea inivisible, que llegó el 8 de abril a Movistar+ y que es una nueva colaboración entre el departamento de ficción del canal y el director Mariano Barroso tras la estupenda El día de mañana. En esta ocasión también echan la vista atrás a otro momento de nuestra historia, uno que nos dejó marcado como país: el día que ETA cruzó esa línea invisible que les hizo convertirse en una banda terrorista. Su primer asesinato, que debía ser Melitón Manzanas, el que les llevó a una espiral que llenó nuestra historia de sangre.

Mi sorpresa llegó cuando vi bastantes comentarios al artículo acusando a la ficción -me imagino que sin verla ya que se estrenaba ese mismo día- de blanquear a ETA. Se negaban tajantemente a verla y decían que cómo era posible que alguien quisiera contar el nacimiento de la banda y encima que los protagonistas fueran los etarras. Se refieren a una de las decisiones más interesantes de la serie (explicada en el texto), el poner el punto de vista en esos jóvenes que comenzaron diciendo que luchaban por la clase obrera vasca oprimida por el fascismo para acabar enarbolando el independentismo.

Lo que se nos cuenta no está sacado de la chistera de un mago, hace referencia a la quinta asamblea de la banda, momento fundamental, ya que fue cuando hay un enfrentamiento entre muchos de sus miembros. Aquellos que dicen que deben ser un movimiento de izquierdas antifascistas y los que apelando a ese sentimiento nacionalista y liderados por Txabi Etxebarrieta convencieron a una mayoría para convertirse en asesinos. Tampoco se inventa la existencia de Melitón Manzanas. Todos sabemos que era un torturador a las órdenes de Franco y que se le reconoció como víctima del terrorismo en medio de una sonora polémica.

Tráiler de La línea invisible

He repasado la serie, he hablado con amigos y… lo siento pero me niego en rotundo. La línea invisible no blanquea nunca a ETA. No es su intención y no lo hace en ningún momento. El problema viene de una inmadurez que hace que no sepamos capaces de entender que detrás del asesino hay un vecino, un hijo un hermano. Los etarras no son masas informes, seres sin personalidad que comen niños por las mañanas y disparan el gatillo por las tardes. Entenderlos así es negar la historia y la vida, y sirve de poco para no repetir nuestros errores. Los buenos vecinos no tienen por qué ser buenas personas. Los protagonistas son jóvenes que creen en sus ideales y que toman una decisión que sumió a España en una pesadilla.

Hay una diferencia muy grande entre no sentenciar a sus protagonistas y posicionarse con ellos. Pero el guion debe darles voz. Y pasa lo mismo con Melitón Manzanas, que está tratado de la misma forma. Es un torturador sanguinario, un extorsionador, y también un padre que se desvive por su hija pequeña. Nadie ha dicho que Barroso blanquee al franquismo. Porque tampoco lo hace. Les pone en dos lados de una balanza. Deja que sea el espectador el que tome decisiones.

Fotograma de La línea invisible.

Estamos en 2020, y ni los etarras pueden ser la máxima expresión del demonio en la ficción igual que Franco no lo era en Mientras dure la guerra. El mayor hallazgo de la película de Alejandro Amenábar era poner voz a las intrigas políticas de la derecha y no reírse de él. Por primera vez hemos visto a un Franco que no era una parodia, y eso no le salva. Sigue siendo un asesino que nos condenó a 40 años de dictadura con muchos muertos a sus espalda. Me imagino que aquellos que critican La línea invisible tampoco irían a verla.

Hay dos detalles. Más que detalles. Dos declaraciones de intenciones claras que evidencian que no hay blanqueo. Una es el quinto episodio, una cápsula dedicada enteramente al Guardia Civil José Antonio Pardines, primer asesinado real de ETA. Le dedican un capítulo entero independiente para él y le tratan como un personaje blanco. Una historia de amor preciosa truncada por el terrorismo. No hay grises en esta decisión. Pardines es una víctima clara. La otra decisión es el final y el monólogo de Anna Castillo, no voy a hacer spoilers pero deja claro cuál es el punto de vista de la serie. Todo lo demás es querer ver fantasmas donde no los hay. Hemos madurado, también nuestra ficción, y series como La línea invisible lo demuestran. Siguiente parada para los ‘haters’… Patria.

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