En 2014 HBO dejaba a todos con la boca abierta otra vez. Cogía el típico relato de una investigación policial en una comunidad rural de EEUU y lo convertía en la serie de la que todo el mundo habló durante los siguientes meses. La criatura se llamaba True Detective, y conquistó porque por primera vez los giros y encontrar al asesino no era tan importante como acompañar a esa pareja de policías atormentados a los que daban vida Matthew McCounaghey y Woody Harrelson.

Un crimen que servía para hablar de fundamentalismo religioso y para hacer un retrato de personajes brillante, salido de la pluma de Nic Pizzolato -creador de la serie-. También para que todo el mundo se aprendiera el nombre Cary Joji Fukunaga, todo pulso y capaz de sacarse de la manga un plano secuencia para el recuerdo. El realizador se encargó de todos los episodios, y salió con un premio Emmy.

True Detective se convirtió en la nueva obsesión seriéfila, y HBO no quiso dejarlo escapar, así que puso a Pizzolato a escribir una segunda temporada con trama y personajes independientes. Ahí llegó el desastre. Lo que en la primera temporada era profundidad ahora era pretencioso. Todo se daba demasiada importancia, y el extraño reparto en el que estaban Vince Vaughn, Colin Farrell y Rachel McAdams no cuajaba. La serie de culto conseguía que sus fans se desentendieran, y que hasta se rieran de alguno de sus momentos más ridículos.

Mahershala Ali en la tercera temporada de True Detective.

La cadena pidió perdón, Pizzolato dijo que las prisas habían sido malas compañeras, y cuando parecía que True Detective pasaría a la historia, ambos anunciaron que se preparaba una tercera temporada con la que querían resarcirse de los errores de la anterior. El resultado es una dignísima nueva tanda de episodios que recuperan la esencia de los primeros, aunque sin llegar a su brillantez. La sordidez del planteamiento, dos niños desaparecen y uno de ellos aparece muerto en lo que parece un asesinato ritual, está a la altura. También lo está la pareja de detectives a la que dan vida Stephen Dorff y Mahershala Ali, protagonista absoluto de True Detective.

El ganador del Oscar por Moonlight, y seguro nominado este año por Green Book, es el policía atormentado y con problemas de memoria que revivirá el caso en tres momentos temporales diferentes. El primero, cuando ocurre y él encuentra el cadáver del menor con las manos colocadas para rezar y una muñeca que dicen que se usaba en sectas satánicas, el segundo una década después, cuando el caso se abrirá por una revelación inesperada, y el último ya de mayor cuando en una entrevista para un documental -algo muy actual por la moda de los ‘true crime shows’- tenga que enfrentarse a sus recuerdos y de nuevo a aquel caso que marcó su vida.

Pizzolato recurre a lo que mejor sabe, a explorar las relaciones de su pareja de policías, y a un crimen que pone patas arriba un pueblo pequeño y de tradiciones arraigadas. Cómo el miedo se apodera de todo, y convierte la realidad en paraonia es otro de los centros de esta nueva temporada que satisfará a los fans que se decepcionaron con la anterior.

En esta ocasión vuelven a apostar porque diferentes directores se encarguen de la serie, en vez de conseguir que un realizador de relumbrón se involucre por toda la temporada. Pese a ello han conseguido al más que solvente y prometedor Jeremy Saulnier, que sorprendió en cine con Green Room y se está haciendo un hueco en la industria, ya que también ha dirigido peli para Netflix. Los seguidores de True Detective tienen ahora la palabra, ya que, seguramente, de su reacción depende el que Pizzolato se ponga con una cuarta temporada.

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