Es un hecho: encontrar un hueco en la selva de contenidos de Netflix no es tarea fácil, especialmente durante los meses de invierno en los que la plataforma de streaming saca los tanques con la esperanza de hacerse con el Oscar a la mejor película que se le escapó a Roma y El Irlandés. Pero que los árboles (los nuevos trabajos de David Fincher, Meryl Streep, Aaron Sorkin o Viola Davis) no nos dejen ver el bosque. Más allá del famoso algoritmo y la lista de los diez contenidos más vistos cada día en su servicio, en Netflix también se pueden encontrar pequeñas joyas que merecen nuestra atención, desde la polarizante Estoy pensando en dejarlo de Charlie Kaufman al flamante estreno de esta semana: Tigre blanco, la adaptación al cine de la novela de Aravind Adiga, ganador del prestigioso premio Booker en 2008. 

Empecemos por el principio. Balram Halwai, nuestro héroe (o no, los caminos de Adiga son inescrutables) y verborreico narrador es un campesino humilde que, gracias a su astucia, empieza a trabajar como chófer de Ashok y Pinky (Priyanka Chopra Jonas, notable en un pequeño papel que deja claro que Hollywood está infrautilizando sus talentos), una exitosa y joven pareja que acaba de volver de Estados Unidos para iniciar una nueva vida en su natal India. El sistema de castas y la sociedad del país han enseñado a Balram que su lugar en el mundo es ser un sirviente leal y eficaz. Un accidente hace que empiece a replantearse su lugar en el mundo y, sobre todo, su relación con sus jefes y el sistema que impera sobre todos ellos. Sin pretenderlo (o quizás sí, es una de las dudas que deja una película fascinante que plantea más debates que respuestas), Balram se sumerge en un viaje a la oscuridad, el éxito y la venganza. 

Nada de lo que hemos dicho aquí es spoiler, por cierto. Tigre blanco está contada desde el futuro, lanzando una pregunta al espectador: ¿cómo demonios ha llegado hasta aquí el aparentemente inocente personaje protagonista? Los impredecibles -incluso cuando sabes que se avecinan curvas en la historia- desvíos narrativos de Adiga juegan con la empatía del espectador gracias a su decisión de usar a Balram como un omnipresente narrador (a ratos carismático, a ratos irritante, siempre interesante) que te coge de la mano para que le acompañes durante su escalada en la desigual Nueva Dehli. ¿Cómo no estar de su lado? El campesino tiene todos los ingredientes para ser el clásico héroe con rasgos de perdedor con el que conecta la audiencia… hasta que la película da un giro de 180º y el personaje empieza a tomar decisiones y hacer cosas que, en cualquier otro relato, le convertirían en el villano de turno. 

Nada es fácil o simplista en la propuesta de Ramin Bahrani, un cineasta independiente norteamericano de antepasados iraníes que ya había abordado cuestiones de clase y capitalismo en la estupenda 99 Homes. El mismo año que Tigre blanco llegó a las librerías, Danny Boyle estrenó Slumdog Millionaire, un inesperado éxito que arrasó en la taquilla y los premios de la Academia de Hollywood: sus 8 Oscar, incluyendo mejor película, solo han sido superados en el siglo XXI por El señor de los anillos: El retorno del rey en 2003.

Ambos relatos comparten ambientación (la cara más pobre y amarga de la India que acostumbraba a ignorar hasta su propio cine) y temas (el éxito, la desigualdades, la ascensión social y económica), pero su forma de abordarlas es diametralmente opuesta. Si la colorista historia protagonizada por Dev Patel abogaba por el final feliz de un joven pobre que se había impuesto a las circunstancias, conquistado a la chica y hecho millonario gracias a su paso por ¿Quién quiere ser millonario?, aquí nos encontramos con un antihéroe para el que el éxito, el dinero y la supervivencia tendrá un altísimo coste moral y personal

Según avanza en la historia, Tigre blanco se adentra más y más en una corriente narrativa reciente liderada por películas como la existencialista El hoyo, la comedia de terror Noche de bodas, la intriga a lo Agatha Christie de Puñales por la espalda y, por encima de todas ellas, el gran fenómeno del pasado año: Parásitos. A partir de géneros y ambiciones diferentes, todas ellas plantean qué es lo que pasaría si los más desfavorecidos dijeran “basta ya” y se levantaran contra aquellos privilegiados que, de una forma u otra, les oprimen. Tigre blanco abraza el nuevo subgénero llamado eat the rich (se vendría a traducir al castellano como "cómete al rico") a base de humor negro y un giro al thriller más violento en la segunda mitad de la película, un cambio de tono radical que expulsará a más de un espectador que, guiado por lo que estaba viendo hasta el momento, se esperaba encontrar otra clase de historia. No ayuda particularmente la densidad e irregularidad de la propuesta en varios de sus pasajes ni un excesivo metraje al que sobran, fácilmente, 20 minutos. Sin embargo, la estelar revelación del desconocido protagonista (un arrollador Adarsh Gourav) y, sobre todo, su radicalidad y originalidad en un tiempo en el que las series y películas que vemos cada vez se parecen más entre sí son argumentos más que suficientes para subirse al fascinante viaje a la gloria y la perdición de Balram.

'Tigre blanco' ya está disponible en Netflix. 

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