La contracultura mexicana late a otro ritmo. Exactamente a 76 pulsaciones por minuto, el tempo al que responde la cumbia rebajada, un estilo musical propio de la localidad mexicana de Monterrey derivado de la cumbia tradicional que se escucha en Colombia. Un sitio donde los jóvenes sobreviven abandonados por la sociedad. Peones abandonados en medio de una guerra contra el narcotráfico que comenzó Felipe Calderón y que asoló a la juventud local. Para ellos, juntarse y bailar cumbia rebajada es un acto de rebelión.

Es precisamente en aquel contexto, a finales de la primera década del 2000, donde coloca el director mexicano Fernando Frías al protagonistade Ya no estoy aquí, un joven de 17 años que forma parte de la pandilla los Terkos, dentro de la cultura urbana conocida como Kolombia y que tienen en la cumbia rebajada una de sus señas de identidad. Una ópera prima que ha costado mucho levantar, y que ha conquistado el mundo gracias a Netflix. Fue la plataforma la que dio luz verde a este proyecto que ha sido elegido por Almodóvar como una de las películas del año.

Ahora, Ya no estoy aquí aspira a ganar el Goya a la Mejor película iberoamericana y a colarse entre los nominados de Mejor película extranjera en los Oscar. Ha sido la elegida por México por encima de la gran favorita, Nuevo Orden, de Michel Franco. En su carrera -que mañana vivirá su primer obstáculo con el anuncio de los que pasan su primer corte- ha sido apoyada por nombres como Alfonso Cuarón o Guillermo del Toro. Casi nada.

'Ya no estoy aquí'.

Una historia que tiene forma de puzzle y que es un viaje de ida y vuelta desde Monterrey a EEUU, donde el protagonista -con el nombre nada casual de Ulises- ha tenido que huir por un malentendido con el cártel local. Allí ha tenido que dejar atrás sus amigos, su familia y su música. Una huida que muchos ven como un sueño pero que para él es un pozo de soledad en el que pierde todos los signos de identidad que le conforman. La cara B del sueño americano contada a golpe de recuerdos.

La película nace de muchas inquietudes de su director. “Una es la música, esta cumbia rebajada y la analogía que se establece con que no quieres que el tiempo pase, sobre todo en los lugares donde no hay posibilidades o la movilidad social no existe, y en esos lugares tengo la sensación de que la juventud expira mucho mas rápido que lo que debería y la música es, en ese sentido, contestataria y la cultura se vuelve más representativa”, explica Fernando Frías a EL ESPAÑOL.

Otro de los elementos era indagar y preguntarse “desde dónde se habla del conflicto y de las dificultades que existen en los últimos años en mi país, México, y desde qué punto de vista lo hacen quiénes cuentan las historias”. “Yo quería encontrar una forma de no hablar de esos grandes eventos trágicos y alarmantes, sino del impacto en el interior de un joven. Así que teníamos la música, la forma en la que hablamos de los días difíciles de México y también el tema de la migración. Había que encontrar una historia que fuera el pretexto para conectar puntos en un mapa, pero puntos que existen y que vienen de la realidad”, apunta.

Tengo la sensación de que la juventud expira mucho mas rápido que lo que debería y la música es, en ese sentido, contestataria y la cultura se vuelve más representativa

Uno de los grandes aciertos de la película es que huye de la exotización de la pobreza, de una glamourización o de una mirada condescendiente hacia el barrio. “Eso era la premisa número 1 de nuestro antimanifiesto, lo que no debía ser la película, la forma en la que no queríamos aproximarnos. Teníamos que crear el espacio y darnos el tiempo necesario para crear confianza y encontrar la película junto a los chicos -todos actores no profesionales-. Era fundamental intentar no romantizar esa mirada hacia algunos sectores de la población que viven en condiciones difíciles”, apunta.

Para ello se hizo una pregunta, ¿cómo el podía mirar a esa realidad de Monterrey sin mirar desde encima? “Creo que el permiso o la razón fue hacerlo a través de la memoria, y justo de ahí viene esa estructura en dos tiempos, ese volver al pasado, a los recuerdos. Lo vemos todo como él lo recuerda y la memoria obedece a lo que más nos ha impactado. Es emocional. Recordamos lo que nos marca, lo que nos hizo sentir… El pasado es una construcción, no está siempre atrás”, argumenta Frías sobre la estructura de su filme.

Su mirada no es impostada, no es la de un extranjero fascinado, sino de alguien que le importa lo que cuenta, pero no por ello el director cree que un director esté legitimado a contar las cosas que conoce de primera mano: “No creo que tengamos que contar solo nuestras historias, yo no soy de Monterrey y creo que vivimos un momento donde mucha gente opera desde el temor de ser políticamente incorrecto, y eso nos puede llevar a que en algún momento solo podríamos hacer contenido autobiográfico. Y a veces la mirada de afuera hasta favorece ver cosas que desde dentro podemos tener interiorizadas. Eso a nivel general, pero sí estoy de acuerdo con que hay muchos clichés en la forma en la que se ha representado a México, pero creo que tienen que ver más con la forma de mirar con de dónde eres”.

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