Fotograma de Yuli.

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Cine Festival de San Sebastián

Pobre, negro y “maricón”: el bailarín cubano que derribó todos los prejuicios

24 septiembre, 2018 03:27
San Sebastián

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La danza, como todo en esta sociedad, es racista. Todavía cuesta ver a primeras figuras del ballet de color. Todo responde al canon que se ha impuesto durante siglos. Imaginen la revolución que supuso que un bailarín negro, llegado desde La Habana, se convirtiera en primer bailarín del Royal Ballet de Londres. O que en 2006 se convirtiera en la primera persona de color en hacer el papel de Romeo en el teatro de Covent Garden.

Eso fue lo que consiguió Carlos Acosta, que rompió todos los moldes y los prejuicios con los que se encontró toda su vida. Acosta nació en La Habana en 1973, en el seno de una familia pobre, y cuyo padre era descendiente de esclavos negros. De hecho, su apellido proviene de una plantación. Su destino era acabar muerto de hambre en la isla, pero su talento natural (al que no quería hacer caso), le reservaban un hueco en la historia de la danza. Carlos Acosta fue señalado toda su vida. Por pobre, por negro, y una vez decidió entrar en el conservatorio de danza, por “maricón”, que es lo que el llamaban todos los niños del barrio por bailar, aunque precisamente lo que enamoró fue la masculinidad que imprimió a su arte.

Su increíble historia es el centro de la nueva película de Icíar Bollaín, Yuli, que se ha presentado en el Festival de Cine de San Sebastián donde ha sido recibida con una gran ovación. Yuli es una película que parte de una trama convencional, contada en forma de largo flashback, pero que que consigue momentos de una hermosa belleza gracias a la dirección de Bollaín y a la unión de fuerzas con la magistral música de Alberto Iglesias y el trabajo en la fotografía de Alex Catalán. Entre los tres consiguen que la forma de hacer fluir la narración sean los bailes. Las escenas de danza son virtuosas y emocionantes, y recorren los momentos claves de la vida del bailarín haciendo que el filme se eleve.

Icíar Bollaín en el rodaje de la película.

Icíar Bollaín en el rodaje de la película.

El proyecto nace de un encargo a su pareja y guionista habitual, Paul Laverty (que también escribe los filmes de Ken Loach). Y ambos descubren un personaje que en Reino Unido era muy conocido, pero que aquí estaba por descubrir. Ambos se involucran en Yuli y descubren que su vida tiene los mimbres de una gran historia. “Una de las primeras cosas a la que Paul saca punta es que su apellido viene de una plantación de esclavos, y que él era bisnieto de uno. Sólo ese viaje, de esclavo negro al Royal Ballet de Londres nos parecía deslumbrante, pero es que además la vida de Carlos va en paralelo a la historia de Cuba en los últimos 40 años, con todos sus problemas y contradicciones. Y tiene una cosa muy bonita que es el apego a su tierra, a su familia. En un momento en el que hay una diáspora brutal, él siempre hace todo por volver”, cuenta a EL ESPAÑOL la directora.

Yuli muestra una realidad de la isla que normalmente no se cuenta, y es que allí también existe el racismo, y Carlos lo sufre hasta en su propia familia. “Eso lo cuenta él, que no le llevaban sus tíos a la playa por ser negro, y cuando ellos se van a Miami su decisión es no llevarlos a ellos. Es importante para la historia porque en Cuba también hay un problema racial, igual que era importante que se el primer hombre negro en hacer un Romeo en el Royal Ballet. El tema racial estaba y está en su vida. Y está en su padre, que le dice que tiene que trabajar más por ser negro. Ocurre en Cuba, en EEUU y en todos los sitios, y está por resolver”, apunta Bollaín.

A Carlos no le llevaban sus tíos a la playa por ser negro, y cuando ellos se van a Miami su decisión es no llevarlos a ellos. Es importante porque en Cuba también hay un problema racial

Pese a su retrato a la pobreza, el racismo y la situación en Cuba, cree que no es un filme “de denuncia”, sino que sólo han querido “contar una realidad”. Por ello no evita el tema de los balseros o las penurias económicas de los cubanos que soñaban con salir de su isla. “No se evita porque es absurdo, no puedes hablar de Cuba sin habla de la crisis de los balseros, había una duda de si sentaría mal -se rodó allí y hay producción cubana- pero no tuvimos problema. La película hubiera sido muy mala si no contaba lo que ocurría allí”, zanja la realizadora.

Por eso Carlos Acosta dice en el filme una frase hermosa y triste: “debo ser el único cubano que quiere estar en Cuba”, y por eso siempre que podía volvía. De hecho, ahora ha fundado su propia compañía en La Habana y “es considerado un héroe, porque siempre ha vuelto y ha hecho todo lo posible por ellos, sin renegar de nada y criticando los problemas, pero sin ser portavoz de nada”.

Yuli es un filme emocionante, que confirma el buen nivel español de ola Sección Oficial del Festival de Cine de San Sebastián, y que irónicamente no consiguió el apoyo de ninguna televisión, ni siquiera TVE que no la escogió en su producción del año, algo que dolió a Icíar Bollaín, que prefiere no hacer leña del árbol caído y pensar que en la próxima lo conseguirá.