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La pérdida según Joachim Trier, director clave del cine de autor

Isabelle Huppert y Jesse Eisenberg encabezan el reparto de un sólido melodrama coral en el que se multiplican conflictos y emociones.

4 marzo, 2016 00:33

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El amor es más fuerte que las bombas no es la mejor película del noruego Joachim Trier, cuya anterior y extraordinaria Oslo, 31 de agosto (2011) se estrenó aquí con tres años de retraso. No es la mejor, pero se pueden detectar en ella las cosas que convierten a Trier en uno de los autores más valiosos del nuevo cine europeo. En tres filmes, los dos citados y Reprise (2006), magnífica ópera prima de mimbres literarios, el cineasta ha demostrado una ambición y una sensibilidad fuera de lo común. Esa ambición no tiene nada que ver con las ansias de llamar la atención.

La suya es una ambición más honesta y tiene que ver con el deseo de ir al fondo de las cosas, de quebrar la superficie y utilizar todas las herramientas cinematográficas a su alcance para profundizar en historia y personajes. Sus tres melodramas exploran sin miedo pero con respeto la condición humana. Hablan de una forma tan directa como escrupulosa del hombre puesto a prueba, de su insatisfacción, de su apatía, de su miedo, de la posibilidad de la locura, de la cercanía de la muerte y de la experiencia de la pérdida.

En El amor es más fuerte de las bombas, su primera película en inglés y con un reparto internacional, Trier ahonda en el duelo de los familiares de una famosa fotógrafa de guerra (Isabelle Huppert) que falleció hace tres años. Son su marido (Gabriel Byrne), su primogénito (Jesse Eisenberg), que acaba de ser padre, y su hijo pequeño (Devin Druid), un adolescente solitario. Trier abarca aquí mucho más que en sus anteriores trabajos. Si en sus otras películas hay una cuestión y una voz centrales, en ésta se multiplican los temas, los puntos de vista y, en consecuencia, las interpretaciones de un mismo hecho, los conflictos y las emociones.

Esa apuesta por un relato coral y por la mirada caleidoscópica de un mismo suceso (la muerte, envuelta en un misterio, de la madre) es interesante. El cineasta, que ha escrito el filme con Eskil Vogt, coguionista de todas sus películas, describe a los personajes con precisión, expone sus dramas sin caer en subrayados, alcanza la emoción sin forzar el sentimiento y confirma su dominio del gesto. Y encuentra cosas muy bellas en la contraposición de las distintas maneras que tienen los tres personajes masculinos de experimentar la pérdida.

Si en sus otras películas hay una cuestión y una voz centrales, en ésta se multiplican los temas, los puntos de vista, los conflictos y las emociones

Sin embargo, la multiplicidad de versiones y desvíos del mismo suceso resulta abrumadora, sobre todo porque Trier usa demasiados recursos para potenciarlos. Interesantes de forma aislada y algunos probados por el autor con mejor suerte en Reprise, los flashbacks, las escenas oníricas, el juego con las voces en off o la incorporación a la narración de la obra artística de los personajes (las fotografías de la madre, los escritos del hijo adolescente) colapsan a ratos la historia y hacen que se desenfoque demasiado.