Últimamente siento que casi todas las series españolas que veo intentan imitar un formato en vez de ser originales. Puede que no sean referentes conscientes, sino que vengan de un imaginario popular que una generación de creadores ha aceptado como propios y que repiten en sus propias obras. Un imaginario que en vez de resultar personal y diferente, sólo remite a otras ficciones que conocemos. Al final, cuando uno repite esos códigos, siempre va a parecer la ‘copia de’, y no algo que brille por sí mismo.

Me refiero, especialmente, a Girls y Fleabag, reflejo en el que casi todas las series sobre jóvenes se miran una y otra vez. Y claro, las creaciones de Lena Dunham y Phoebe Waller-Bridge son palabras mayores. Quizás su éxito fue que, como dejaba claro Lena Dunham en su primer episodio, ella nunca pretende ser “la voz de una generación”, sino “una voz de una generación”. Una más. La suya propia. No había en su relato la influencia de otra voz de otra generación. Tampoco la hay en Fleabag, cuya flema británica y su capacidad de romper la cuarta pared sorprendieron por su acidez.

Ahora las series para jóvenes quieren ser tan afiladas como Fleabag, hablar sin complejos, ser a la vez modernas pero sin que se les note las costuras, que el retrato del sexo sea tan crudo como el de Girls, cuyos cuerpos rompieron cualquier tipo de frontera de la representación… y al final queda un popurrí más o menos afortunado.

'Cardo'.

'Cardo'. Atresplayer Premium

La influencia de estas series está en casi todas las ficciones de jóvenes recientes. Está en Todo lo otro, con ese retrato de jóvenes frustrados que follan y se drogan, pero que quieren ser irónicos y divertidos todo el rato. Hasta esa voz en off -una decisión terrible que lastra cada episodio- tiene ese punto de querer ser diferente. No rompe la cuarta pared como Phoebe, pero sí que es un narrador omnisciente que se permite ciertos juegos narrativos que rompen la estructura clásica y que remiten al mismo modelo de la ‘comedia romántica moderna y hipster’.

Ojo, que tener estos referentes tan claros no siempre supone una lacra. La influencia de Lena Dunham está en Vida Perfecta, de Leticia Dolera, o hasta en Cardo, que coge esa voz rota y precaria para aportarle un toque de barrio que hace que la serie de Ana Rujas y Claudia Costafreda se diferencie y brille en esta temporada seriéfila. Ambas aportan algo que las hace diferentes e identificables. El problema es cuando la influencia se convierte en parodia o hace que se convierta en una serie más intercambiable con otras tantas. Y que la primera que imita el modelo puede ser divertida, cuando todas tienen el mismo, empieza a ser cansino.

'Todo lo otro'.

'Todo lo otro'. HBO Max

Hay en este modelo repetido algo interesante, y es que todas tienen que ver con la autoficción. Casi todas las creadoras se colocan en el centro del relato. Están contando su experiencia, sus vivencias como mujeres jóvenes en una industria donde no han tenido el espacio que merecían, así que es lógico que cojan esos referentes, el de las dos creadoras jóvenes que mejor han retratado antes esa sensación. Por eso hay que pedirles que ellas cojan el testigo y crean ficciones originales para convertirse en nuevos referentes que imiten las nuevas directoras.

Si no lo hacen se corre el riesgo de que no sean Girls y Flebag las que se adapten, sino que sea Sexo en Nueva York, una serie que en su momento fue tan revolucionaria como ahora pasada de moda. Su forma de tratar el sexo en mujeres fue moderno y liberador, pero al final eran cuatro ricas que sólo querían encontrar un novio con pasta, casarse y cumplir todo lo que la sociedad esperaba de ellas. Cuando uno coge ese referente ocurre lo que pasa en Valeria, que es imposible liberarse de un tono que parece de otro siglo, y en el que sus protagonistas hablan de precariedad mientras visten modelazos y viven en casas de diseño en Malasaña que nunca podrán pagar. Una idealización del cuento de hadas que Fleabag y Girls dejaron atrás y que nuestras creadoras también. Ahora es su turno de aportar algo más.