
A la izquierda, Carlos Llorente, uno de los propietarios de La Manada Cántabra. A la derecha, las vacas antes de que la asociación se hiciera cargo de ellas.
La huelga de hambre de Carlos tras salvar a cinco vacas de morir: "La justicia nos trata como a la 'kale borroka'"
Los administradores de un refugio animal están acusados de desobediencia a las autoridades tras una manifestación que evitó que se llevaran a las reses.
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Carlos Llorente ha dormido desde el viernes en una cuadra a -2 grados junto a las cinco vacas que cuidan desde hace tres años él y Patricia López, propietarios del santuario animal La Manada Cántabra. El hombre de 46 años comenzó una huelga de hambre porque considera una injusticia la orden de devolución que pretende que las reses retornen con su antiguo dueño. El mismo al que el Seprona decomisó los animales por el “mal estado” en el que vivían.
Los propietarios de La Manada Cántabra están llamados a declarar este lunes acusados de desobediencia grave a la autoridad. El miércoles un centenar de personas acudieron al refugio animal para evitar que la Guardia Civil y la consejería de Ganadería cántabra se llevaran a las vacas tras una orden de la Audiencia Provincial.
“Yo no soy antisistema ni antihostias. Soy una persona normal, que persigue las injusticias. La justicia nos trata como si fuéramos la Kale Borroka”, declara por vía telefónica a EL ESPAÑOL Llorente desde el prado donde pacen las vacas, en Escobedo, un pueblo de tan solo 1.400 habitantes.
La injusticia a la que se refieren ambos propietarios del santuario comienza en marzo de 2022, cuando Patricia López recibe una llamada del Seprona. Van a decomisar unas vacas a una explotación ganadera del pueblo de Sarón.
“Entré y eran unas cuadras sin luz. Las ventanas tapiadas, sin agua corriente, sin comida. Todo sucio. Y encadenadas 24 horas mirando a la pared. No se podían mover”, explica la mujer de 44 años. Lo peor: “Solo pudimos sacar las cinco que estaban legalmente marcadas por la perito de Ganadería. Eran unas 20”.
Las cinco reses de raza frisona daban apenas un litro de leche al día, cuando de sus ubres deberían salir 30. “El siguiente paso era la muerte”, explica López. Cuando las vacas ya estaban en el refugio, un pastor le espetó a Llorente: "Esto es lo que os han dado, pero si se os van a morir aquí. Para qué metes dinero en esto".
La Manada Cántabra denunció al momento al que era el dueño de las vacas por maltrato animal. Una acusación que seis meses después no prosperó en el juzgado, que ordenaba a López y Llorente devolver las cinco reses a su dueño.

Estado de las vacas cuando llegaron al refugio de La Manada Cántabra.
A partir de ese momento, La Manada Cántabra presentó varios recursos que fueron denegados tanto por el juzgado local como por la Audiencia Provincial. “Pedimos que tuvieran en cuenta otros informes veterinarios y, sobre todo, que llamaran a declarar al Seprona. Pero no sabemos por qué, nunca han llamado a declarar al Seprona”, explica López.
La orden que dictaminaba que tenían que entregar las vacas llegó el pasado diciembre. Fue cuando desde el santuario escribieron una carta para exigir al que fuera dueño de las vacas los casi tres años de gastos por manutención de los animales.
“Legalmente, le podemos pedir 150.000 euros. Hay unas tablas de la ordenanza municipal que establece 30 euros por día y por animal. Eso no lo queremos cobrar si deja a los animales con nosotros”, anuncia López.
¿Y por qué el dueño las quiere de vuelta tres años después? “Por el ego. Y por el beneficio económico. Porque están gorditas, valen unos 10.000 euros en el matadero”, dice la administradora del santuario.
La manifestación
Las vacas Connie, Lorea, Audumbla, Lola y Renata y sus tres terneros (tres de ellas llegaron embarazadas desde la explotación ganadera) se han convertido en las estrellas de las redes sociales de la Manada Cántabra, que acumula más de 16.000 seguidores solo en Instagram.
“Publiqué que se las llevaban y dije que quien quisiera venir a despedirse de ellas podía venir”, argumenta López. No esperaba que el miércoles a las 10 de la mañana acudieran 100 personas para evitar que las vacas fueran devueltas a su antiguo dueño. Algunas de ellas se encadenaron y se sentaron en la carretera. Otras atravesaron sus coches en la vía.

Manifestación del pasado miércoles frente al prado donde viven las vacas.
De forma paradójica, a decomisar las vacas llegaron los mismos agentes del Seprona que tres años antes acudieron a La Manada Cántabra para que se hicieran cargo de ellas. “La misma gente que salvó a las vacas ahora tiene que devolvérselas al maltratador. Los del Seprona son castigados al tener que deshacer su trabajo”, relata la propietaria del santuario.
Al grito de “estas vacas no se tocan” los manifestantes consiguieron que el traslado de las reses fuera imposible. Carlos Llorente, que en estos momentos está en huelga de hambre, ha entrado en una fuerte contradicción. “Claro que no quiero que se las lleven. Por eso estoy intentando todas las vías. Pero tampoco puedo evitar que lo hagan, porque estaría incurriendo en un delito”, explica el cántabro, que añade que en ningún momento él y López trataron de evitar que se las llevaran.
Desobediencia a las autoridades
Llorente y López están llamados a declarar este lunes por desobediencia grave a las autoridades. “Yo soy Guardia Civil, esto es lo grave de la historia. Me puedo quedar sin empleo y sueldo”, admite López.
Los dos propietarios de La Manada Cántabra fundaron la asociación en 2021. Y lo hicieron con sus propios ahorros. "El dinero que le hemos puesto a esta asociación es incalculable. A lo mejor yo llevo unos 80.000 euros. Carlos ha puesto más todavía", explica la mujer. "Solo el 20% del presupuesto que tenemos viene de donaciones", añade López para describir el esfuerzo económico que supone el refugio.
Llorente está compaginando la huelga de hambre con la administración de su negocio. “Tengo una empresa de construcciones metálicas en Santa Cruz de Bezana. Y conmigo tengo a diez personas trabajando. No puedo dejar a la gente con el culo al aire. Pero de mi sueldo depende también la supervivencia de este refugio”, dice el empresario.
Ahora ambos esperan que las vacas se queden, que puedan retomar su día a día en sus trabajos y centrarse en su pasión, el cuidado de los animales. Llorente recuerda, al final de la llamada con EL ESPAÑOL, lo que le confesó un ganadero de la zona, preocupado porque las vacas le sean devueltas a un compañero de profesión: “Con todo lo que habéis luchado, es una pena que os hagan esto. No se puede consentir, no es buena imagen para nosotros”.