Hay un refrán en Biescas (Huesca) que dice: "Si la tormenta viene de Yosa, mala cosa". Yosa [de Sobremonte] es un pequeño pueblo de montaña que queda por encima del municipio. La tarde del 7 de agosto de 1996, la tormenta venía de Yosa. El cielo adquirió un tono muy oscuro, como de noche cerrada. En torno a la 19:20 de la tarde, las negras nubes reventaron.

Arriba está Yosa. Abajo, Biescas. Y en aquel tiempo también estaba el Camping Las Nieves. Unas populares instalaciones vacacionales de montaña. Allí se cobijaban 630 personas en el momento de la tragedia. Un camping ubicado en el cono de deyección del barranco de Arás. Esto es, en la desembocadura de un torrente que iba siempre seco. Una bomba de relojería si se producía una inundación de dimensiones considerables. Y se produjo.

El cielo pareció estallar antes de las siete y media de la tarde. Un tremendo aguacero que empezó a descargar agua y más agua. Los campistas se iban poniendo a cubierto. Pensaba, el más pesimista, que si eso no paraba se le iba a inundar la tienda. No sabían los veraneantes que, arriba de la montaña, la tromba de agua no podía seguir su cauce torrente abajo; los materiales que arrastraba a su paso habían bloqueado un puente. Piedras de grandes diensiones, troncos, maleza... Se estaba generando una especie de presa improvisada que en cualquier momento explotaría.

Imágenes de la tragedia de Biescas en 1996

Eso sucedió en torno a las 19:30 de la tarde. El torrente acumuló un caudal de 742 m3 por segundo, retenido por un puente que acabó cediendo. Todo el agua se liberó en un instante. Ahí se formó la ola. Una especie de tsunami que, montaña abajo, arrastraba a su paso todo lo que se encontraba. En cuestión de segundos había sepultado literalmente el Camping Las Nieves. Nadie se lo vio venir.

El próximo 7 de agosto se cumplen 25 años de una de las tragedias más recordadas de la historia reciente de nuestro país. La riada de Biescas. Un cúmulo de desgracias que se llevó por delante la vida de 87 personas. Otras 186 resultaron heridas. Familias enteras destrozadas por un camping que nunca debió construirse en esa ubicación. 

EL ESPAÑOL repasa ahora aquel suceso hablando con los protagonistas. Los que salvaron la vida aferrándose a un árbol. Otros que aún no saben cómo. Los que perdieron a toda su familia. Los vecinos que acogieron a los afectados. Y los que pelearon para que se hiciese justicia y llegaron incluso al Tribunal de Estrasburgo. Al final hubo indemnizaciones, pero sólo para algunos. De aquella tragedia, nadie fue a la cárcel.

El tsunami

Cuenta María Ángeles Tejedor que no había estado nunca en un camping tan bonito: "Llevábamos dos o tres años veraneando allí. Eran unas instalaciones de calidad, un hotel de 5 estrellas, pero en camping". María Ángeles es una maestra navarra que llegó esa fatídica tarde a Las Nieves junto a su marido y sus dos hijos (16 y 10 años): "Cuando íbamos por Monrepós ya vimos que el cielo se ponía muy negro".

El camping está clausurado en la actualidad DLF

Llegaron al camping, plantaron la tienda, el niño (16) se fue a jugar al ping pong con sus amigos y la niña se quedó con sus padres. "Empezó a llover fuerte y yo me preocupé por mi hijo. Cuando llegó, la lluvia ya estaba inundando la tienda, así que mi marido nos dijo que nos metiésemos en el coche". A partir de ahí, un estruendo y el horror: "Parecía un tsunami. Una ola enorme que se lo llevaba todo por delante. Tiendas, caravanas, piedras y todo lo que encontraba".

Su viejo Ford Escort, con toda la familia a bordo, empezó también a ceder. Acabó encastado entre dos caravanas y el pronóstico no era bueno: "Nos dimos cuenta de que teníamos que salir de allí o nos arrastraría". Salieron los 4 por su propio pie y el agua casi se los lleva. Ella y su hijo se aferraron a un árbol. El padre se agarró a otro, sujetando a su hija pequeña, que lloraba. 

Los 4 salvaron la vida. Tuvieron suerte y emprendieron camino fuera del camping. Llegaron a la carretera y un coche los subió para ponerlos a buen recaudo. Los llevó a Biescas, el pueblo al que poco a poco iban llegando campistas lacerados. Los metieron en el colegio del pueblo. La residencia de ancianos hizo las veces de improvisado hospital de campaña. No dejaban de llegar heridos.

La morgue

María Ángeles y su familia pasaron la noche en casa de unos vecinos de Biescas a los que nunca han vuelto a ver. El pueblo se volcó con la tragedia. Nadie durmió esa noche. Iban llegado noticias con cuentagotas. Que dicen que hay un muerto. Que parece que hay alguno más. Todo el que llegaba traía nuevas noticias, cada vez peores. 

De uno o dos muertos pasaron a más de medio centenar. Cada nuevo testimonio contaba un horror distinto. Llegó el ejército y la Guardia Civil. Llegaron los equipos de rescate de montaña y hasta los buzos. No dejaban de salir cadáveres. En esa semana se encontraron cerca de 80. Pero estuvieron apareciendo cuerpos enterrados en la montaña hasta meses después. Tardó casi un año en aparecer el último cuerpo, el de un niño catalán llamado Xavier Doménech.

El Camping albergaba a 630 personas en el momento del desastre. Murieron 87.

El número de fallecidos era tan alto que tuvieron que habilitar la pista de hielo de Jaca (a 30 kilómetros de distancia) como morgue improvisada: "Cuando el año pasado dieron en la tele las imágenes de los muertos de covid en pabellones, se me puso el cuerpo malo porque me acordaba de aquello", nos cuenta un vecino de Biescas. No se explaya más. En el pueblo no les gusta recordar aquel episodio.  

Sin embargo, todos los supervivientes subrayan cómo los vecinos se volcaron con la catástrofe. Llevaban toallas, mantas y caldo a la zona de los afectados. A los que no requerían atención médica se los llevaban a que durmieran en las casas particulares. Encarna, la farmacéutica, cuenta que "llevé todo lo que necesitaban y estaba en mi mano. Vendas, alcohol, gasas... todo lo que me pidieron. Me lo pagaron enseguida, pero aunque no me lo hubieran pagado lo hubiera dado yo. Era necesario", recuerda

El único superviviente

La familia de María Ángeles fue de las más afortunadas. Hubo otras donde no hubo supervivientes. O sólo uno, como fue el caso de Sergio Murillo. El chico tenía 16 años y viajaba con sus padres y con sus hermanos pequeños, un hermano de 11 y una niña de 10. Murieron todos menos él.

"Siempre me han gustado mucho los campings de montaña, pero era la primera vez que iba a Las Nieves", recuerda ahora en conversación con EL ESPAÑOL. Es arquitecto, se casó y tiene dos hijas, una de ellas de 5 años. "La experiencia me cambió la vida en todos los sentidos. A esa edad uno se está formando coo persona y aquello influyó en cómo he sido después. Es algo que nunca se va, tienes que convivir con eso".

Sergio Murillo perdió a toda su familia aquella tarde

Sergio también recuerda "una ola enorme que se lo tragaba todo a su paso". No tuvo demasiado tiempo para reaccionar. Se agarró a un árbol, que fue el movimiento instintivo de la mayoría de los campistas que sufrieron aquella riada. La fuerza del agua arrancó a Sergio del tronco y se lo llevó por delante, junto a los troncos, piedras y caravanas que iba arrasando con violencia.

El agua escupió a Sergio lleno de contusiones y arañazos. Una mano anónima le sacó del agua. Cuando vinieron a rescatarle estaba sufriendo una grave hipotermia. Se lo llevaron el hospital y lo cubrieron con mantas. Cuando recuperó la temperatura se durmió agotado, ajeno a todas las magulladuras de su cuerpo. No se imaginaba que al día siguiente le iban a dar la terrible noticia.

Responsabilidades

"Me la dio un médico que parece que estaba especializado en esas cosas. Me la dio con todo el tacto del mundo. Pero la noticia es que has perdido a toda tu familia", rememora. A partir de ahí todo cambió. Sergio se fue a vivir con sus tíos "a los que le agradeceré siempre que me cuidasen como a un hijo más". 

Fue Sergio el que más peleó para que se depurasen responsabilidades. Porque aquel suceso no tenía que haber sucedido nunca: "Hubo un informe de un técnico desfavorable a la construcción del camping, que explicaba por qué no se podía construir ahí", recuerda ahora Elena Melero, la abogada de Sergio, que revela que sufrió presiones durante la instrucción del caso.

Elena Melero, la abogada de Sergio Murillo DLF

"Habia intereses, claro. Se puso en contacto conmigo un hombre, cuya identidad no supe nunca, que me fue dando documentación para que implicase también a la Confederación Hidrográfica del Ebro", recuerda ahora hablando en Jaca con EL ESPAÑOL. Desde el Ayuntamiento de Biescas, en cambio, desoyeron el informe que desaconsejaba levantar un camping en una zona inundable. Así se procedió a la construcción de Las Nieves. EL ESPAÑOL se puso en contacto con el Consistorio pero nos dieron largas: "Aquí nadie va a hablar de eso y los documentos no los tenemos nosotros, están en Jaca", fue la respuesta obtenida. 

Parecía claro que aquella tragedia tenía unos responsables. Pero el periplo judicial de los afectados fue un calvario. "Pasamos por todos los estratos judiciales", cuenta aún indignada la abogada Melero. Todos los juzgados les tumbaban la demanda. Fueron muchos los afectados que se quedaron sin indemnización porque se bajaron del carro antes de acabar; bastate tragedia era haberlo perdido todo, como para embarcarse en un doloroso viaje por los tribunales. 

Es el caso de María Ángeles, que si bien no perdió a ningún familiar, sí que se quedó sin el Ford Escort y todos sus enseres personales: "Cuando llegó el momento de ir a reclamar yo dije que no, que mi familia estaba bien y con eso era suficiente", explica a este diario. Como ella, la gran mayoría de los afectados. 

Bankia te lo quita

No fue el caso de Sergio, que siguió el tortuoso camino con Elena, hasta llegar a la Audiencia Nacional y el Tribunal Constitucional. De ahí, al Tribunal de Estrasburgo, que corroboró la sentencia 9 años después de la catástrofe: indemnizaciones por valor de 11 millones de euros. A Sergio le correspondieron 700.000 euros. Pero no acabó ahí su calvario.

Encarna, la farmacéutica de Biescas, y su primo Paco, estuvieron presentes aquella noche DLF

"No lo quería gastar y lo metí en el banco para que estuviera seguro. Yo, como muchos otros españoles, me fié de Bankia y lo metí en las preferentes". Conclusión: todo el dinero peleado durante 9 años, al garete. Lo perdió. Se lo estafaron. Sergio, no obstante, acabó también ganando ese juicio y condenaron a Bankia a devolverle 520.000 euros. "No era todo lo que tenía, porque no me abonaron intereses y demás, pero al menos pude recuperar esa parte", cuenta ahora. 

No mantiene relación con otros afectados. No es una comunidad que haya hecho piña y hayan montado asociaciones como en otras causas o tragedias. Lo de Biescas lo lleva cada uno por dentro. Hace ahora 5 años que instalaron una especie de memorial en los aledños del viejo camping. Un monolito oxidado que recuerda a las víctimas. En su entorno, 87 grandes piedras, una por cada uno de los fallecidos. 

El camping ya está clausurado y para entrar dentro hay que saltar una valla. El edificio principal está tapiado y no se puede acceder. En la valla de la entrada hay otro memorial, espontáneo, de la gente que sigue parándose ahí a modo de peregrinación. Cuelgan pulseras en las puertas. Hay un osito de peluche clavado, recordando a los niños que perecieron aquella tarde. "Era un camping muy familiar; no había discotecas, la gente dormía pronto y se levantaba temprano para hacer excursiones con los críos"; rememora ahora.

Su hija tuvo un trauma durante varios años. Aun así, tanto ella como Sergio han vuelto con el tiempo a veranear en campings de montaña. Saben que lo que pasó aquella tade en Las Nieves no fue cosa de la montaña, ni de los elementos. Fue cosa de la negligencia del hombre, que se empeñó en construir un campamento en la desembocadura de un torrente. Siempre estaba seco, pero aquella trágica tarde de verano, la tormenta vino de Yosa. Murieron 87. Nadie pisó la cárcel.