En realidad, Pablo lo pudo intuir desde el principio. Aquella madrugada del 16 de junio de 1981, cuando la Policía picó a la puerta de su casa en Carabanchel, dio igual que le dijeran que no se preocupara pero que su hija María José había tenido un accidente. Sólo un accidente, pero tenían que irse inmediatamente a San Sebastián. Él, que sabía en lo que andaba su primogénita, no se lo creyó y se metió una corbata negra en el bolsillo. Lo único que recuerda de entonces Almudena, hija de Pablo y hermana pequeña de María José, es a su padre abrazándose a un agente en una gasolinera a mitad de camino. Ya se lo habían contado, por fin.

María José García fue una pionera para bien y para mal. Para bien, porque fue una de las primeras mujeres en ingresar en la Policía Nacional; la suya fue la primera promoción, la del 79, en la que se aceptó que los agentes no tenían por qué ser sólo hombres. Para mal, porque es la primera policía mujer asesinada por ETA. Tenía sólo 23 años. Este miércoles se cumplen 40 años de aquel viaje a San Sebastián. Su hermana, Almudena, atiende a este diario un día antes, el martes. Cuenta que ya tiene las flores preparadas para ir a la tumba. Cuatro décadas se dice pronto, pero vaya si pesan.

“La echo mucho de menos y me hace mucha falta”, cuenta Almudena. “Me quitaron a mi única hermana, no tengo otra. Lo que pasó cambió mi vida. Toda mi vida he tenido este dolor. Toda mi vida ha girado en torno a ella. Estaba con ella diariamente y ahora pienso en ella desde que me levanto hasta que me acuesto. A mis padres les ha pasado parecido”, explica, y casi se rompe, en los primeros minutos de entrevista.

María José entró en la Policía Nacional en la primera promoción que aceptaban mujeres. Cedida

Recapitulemos. Aquel 16 de junio, sobre la una de la madrugada, la Brigada Central de Información donde andaba destinada María José estaba llevando a cabo un operativo para capturar a los etarras del comando Gohierri Kosta en un piso de la urbanización Vista Alegre, en Zarauz (Guipúzcoa). Eran Miguel Antonio Goicochea Elorriaga, alias 'Txapela'; Ángel María Tellería Uriarte, alias ‘Antxoka’ y José Luis Eciolaza Galán, conocido como ‘Dienteputo’.

Ese día, María José había pedido participar en primera línea y que no la dejaran esperando en el coche. Así, mientras unos compañeros subían por el ascensor al piso de los etarras, ella se quedó abajo junto a otros agentes cubriendo una posible espantada de los terroristas. Y así pasó. No se sabe si alertados o porque escucharon algo, los etarras se dieron cuenta de que la Policía estaba ahí y emprendieron la huida escalera abajo. Para interceptarles, María José subió corriendo por las escaleras y se topó de frente con ellos en un descansillo entre el portal y el primer piso. Fue ‘Dienteputo’ el que, al verla de frente, le disparó a quemarropa y la bala le atravesó la cabeza.

Los tres etarras consiguieron huir tras forzar la puerta del primer piso y escapar por la ventana. A ‘Txapela’ lo acabaron matando los GAL en Francia. ‘Antxoka’ fue detenido, en México, en febrero de 2017, sólo un mes antes de que el delito prescribiera. Y de ‘Dienteputo’, el que apretó el gatillo, nada se sabe. Mientras, Almudena va cada 16 de junio a ponerle flores a su hermana.

Una pionera

“Ella y yo nos llevábamos cinco años”, recuerda Almudena. “Tenía un sentido de la protección absoluto conmigo. Mis padres no me podían ni regañar porque siempre daba la cara por mí, que no tocaran a su niña”, añade. Sus recuerdos siempre van en la misma dirección, en María José ayudándola con las tareas del colegio. “Era muy manitas y me hacía los trabajos de pintura. Yo era su niña mimadita”, añade.

Originarios del pueblo toledano de Ciruelos, la familia -María José, Almudena, Pablo y la madre, María Antonia- vivían en Carabanchel, en Madrid. Ahí, la joven María José ayudaba en la parroquia los fines de semana e iba de monitora en los campamentos de verano. Todos la querían. No es el cliché que se repite sobre las víctimas. De verdad, todos la querían. Aunque estudió la carrera de Asistencia Social y trabajó un poco de aquello, decidió cambiar de profesión e intentó entrar en la Policía Nacional en cuanto las mujeres pudieron. Su padre había sido Guardia Civil y la cosa como que le iba en la sangre.

María José se convirtió en agente del instituto armado en 1979, a sus 21 años. Su primer destino fue Sevilla y ahí se puso a trabajar en la unidad de estupefacientes. Sin embargo, la tierra tiraba y quiso volver a Madrid. Cuando se abrió una plaza en la Brigada de Información en la capital, ahí que fue. Y llegó el 3 de junio de 1981, estuvo unos días, y la mandaron a País Vasco. Eran los años del plomo.

María José, a la izquierda, junto a su hermana y a su madre. Cedida

“La Brigada solía mandar a los funcionarios al norte un par de semanas para investigar. Y ella se fue un 6 de junio. Ya no volvió. Fue su primer y último viaje”, relata Almudena, y cuenta algo aún más desgarrador: “El día anterior al asesinato nos llamó y nos dijo que le quedaban dos días. Aunque no lo decía, sabía que iban a hacer las detenciones y que se volvía para aquí”. Las detenciones salieron fatal. Ni se produjeron. No es que muriera, es que la mataron.

—¿Cómo se enteró de lo que había pasado?

—Esa misma noche. Estábamos en casa durmiendo, fue de madrugada. Sobre las 3.00 de la mañana. Como vivíamos en un bajo, picaron en la ventana. Fue un auténtico susto. Los agentes nos dijeron que nos vistiéramos, que había sido un accidente y que había que ir para San Sebastián. Mi padre se metió una corbata negra en el bolsillo porque no se lo creía. Insistió durante todo el viaje en que le dijeran la verdad. Al final, pararon en una gasolinera y se lo dijeron. Ese sentimiento, el saberlo y darse cuenta, no se lo deseo a nadie. Y fuimos a la capilla ardiente que habían montado en la Delegación del Gobierno.

Entonces, Almudena estaba siguiendo los pasos de su hermana y opositando para ser policía. Los padres, con el susto en el cuerpo, le dijeron que por qué no dejaba esas cosas de lado y estudiaba una carrera, algo distinto, lo que fuera. Pero no. Un año después de que asesinaran a su hermana, en 1982, Almudena García, la hermana de la primera Policía Nacional asesinada por ETA, se hacía Policía Nacional ella también.

Contra el olvido

Todo lo que vino después del asesinato no se quedó en una enorme pena para la familia de María José. No terminaban de levantar cabeza, se antojaba imposible. El padre, Pablo, empezó a tener unos problemas de salud que nunca había tenido y acabó muriendo de uno de ellos en 2015. La madre, María Antonia, aguantó mejor de salud y sigue aguantando a sus 90 años, pero tampoco ha cerrado la herida. Y Almudena cuenta que se veía incapaz de pisar el País Vasco de nuevo. Sólo lo hizo una vez, en 2019, en el primer homenaje que le hicieron. Sí, el primero que le hicieron a María José García fue en 2019.

María José García fue asesinada a los 23 años. Cedida

“En los años 80, cuando pasó, no era un tema que pudieras hablar con los vecinos ni con la gente, ni siquiera aquí en Madrid”, explica Almudena. “A veces escuchabas comentarios sobre que si les iba en el sueldo, que para eso eran policías. Simplemente acababas prefiriendo no decir nada”, añade. De lo que dice, lo llamativo es que también acusa a sus compañeros de la Policía Nacional de olvidarse de ella: “Por parte del cuerpo creo que se olvidaron de las víctimas. No sólo de mi hermana, de todas. El único homenaje fue ese que dices de 2019. Antes, nada”, apuntala.

El año pasado, la familia se encontró con la noticia de que iban a acercar a uno de los asesinos de María José García, al etarra Ángel María Tellería Uriarte, alias ‘Antxoka’, aquel que detuvieron en México en 2017 tras estar fugado desde entonces. Estaba cumpliendo condena en la prisión de Madrid VII-Estremera y, en diciembre de 2012, anunciaron que lo trasladarían a El Dueso, en Cantabria.

—Almudena, usted es católica, ¿verdad?

—Sí, pero no soy practicante. Lo dices por lo del perdón y poner la otra mejilla, ¿no? No puedo, soy incapaz

—¿Qué piensa cuando ve que han acercado a uno de los individuos que estaban ahí?

—Que concesiones cero. Me da igual que el Gobierno tenga que hacer favores políticos. Cuando se acerca a los etarras se humilla a las víctimas del terrorismo. Ellos no tuvieron consideración, apretaron el gatillo sin más. Ellos no pensaron “, ¡Ay!,, la familia, pobrecitos”. No se les puede conceder nada. No puedo perdonar nada. Podría decirte que sí, que lo he superado y que estoy por encima, pero estaría mintiendo, a ti y a mí misma. No puedo olvidar, no puedo perdonar. Soy incapaz.

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