Santa Eulalia de Losón (Lalín)

En el santuario de O Corpiño, Lalín, es costumbre andar con las rodillas. La imagen resulta recurrente. Uno se despierta, sale a dar un paseo cerca del atrio de la iglesia y se encuentra con algunos de los peregrinos que acuden hasta allí de distintas partes del planeta recorriendo el perímetro del templo de esa guisa, rezando en solemne y silencioso ritual en torno al tótem milagreiro que para ellos representa este lugar. Dicen que de ese modo, el hueso rozando contra la roca, que tienen de dar las gracias a la virgen de piedra que preside la fachada del lugar por haberles sanado, por haber extirpado toda clase de mal de sus vidas. 

En este pequeño rincón situado en el centro de la comarca del Deza lo que resulta en apariencia extraordinario se tiene por costumbre. Por este mismo motivo, al joven y barbado don J. C., el sacerdote del santuario, tampoco le extrañan ya las otras actitudes y costumbres que adoptan los más de 150.000 fieles que acuden cada año en masa al lugar con fervorosa determinación, convirtiéndolo así en el más visitado de toda Galicia.

Uno de esos hábitos queda a la vista en el exterior del templo. Empleando una piedra o una teja, los visitantes trazan cruces en la roca de las paredes exteriores del templo. Decenas de estas cicatrices cubren el perímetro lacerado del edificio. Se trata de algo tan habitual como acudir a arrancar los malos espíritus y el meigallo del cuerpo. O sea, lo que se conoce habitualmente como un exorcismo

Es jueves, llueve en el corazón de la comarca de Lalín, en la provincia de Pontevedra. Los harapos de una fina niebla juegan a ser o no ser en el aire puro de la región, y un soplo gélido baja con la lluvia de la mañana. Es el presagio de los albores del invierno, que se cuela hasta el interior de la sacristía de la iglesia de Nuestra Señora de O Corpiño. Es un tiempo místico, propicio para una entrevista sobre asuntos contemplativos. Elevada sobre un pequeño alto, el santuario preside la comarca del Deza. Hasta allí acuden dos reporteros de EL ESPAÑOL. Al encuentro del exorcista. 

O Corpiño es un lugar en el que cada semana decenas de fieles con la confianza de que la santa obre algún milagro. La devoción por este lugar alcanza a veces lo irracional. Especialmente durante el mes de junio, en torno al día 24, legiones de personas se congregan para celebrar la romería a la Virgen. Por eso, a don J. muchas veces no le queda más remedio que poner freno a esa pasión religiosa. Y muchos solicitan los ritos del párroco contra el demonio. “Pero el 99 por ciento de las veces no es necesario un exorcismo”.

J.C. atiende cada día a cientos de personas que le solicitan exorcismos. Mónica Ferreirós

La iglesia abre al público todos los días del año, algo insólito. Quizá por esa fama que le precede de Lourdes gallego, acaso el santuario por excelencia de los exorcismos en Galicia y en España. Un lugar que, durante muchos siglos, ha sido purgatorio en el que muchos se extirpaban lo que en Galicia se conoce ancestralmente con el nombre de meigallo.

“Yo no lo elegí; me gustaría no tener que ser exorcista”

Conforme se acerca el 24 de junio, el día grande de O Corpiño, una de las estancias aledañas al santuario queda convertida en una selva de cera y llamas, una suerte de caldera a la que apenas se logra acceder. El visitante entra, deposita un pequeño cirio en agradecimiento a los supuestos milagros de la Virgen, a la buena ventura del cura y de sus habilidades para liberar a los endemoniados. Dentro del lugar, la Galicia real y la legendaria se unen hasta quedar confundidas por el rojo de las velas.

Pero no todo iba a ser celebrar. “Hay situaciones difíciles, que te desbordan, en las que la persona vomita, en las que la persona manifiesta muchísima rabia, muchísimo odio, una fuerza a veces sobrenatural. Pero bueno, nadie se sube por las paredes, ni le da vueltas la cabeza ni nada. Si eso ocurriera, me temo que esa persona fallecería ”.

Don J. emplea la retranca y la ironía para quitarle hierro a una situación que para él no resulta un plato agradable de digerir. Es, desde hace seis años, el sacerdote, del templo. Cuando llegó allí, su superior, el obispo de Lugo, le solicitó el favor de que se convirtiese en exorcista. Y aquello no era algo que estuviera, a priori, en sus planes.

El cura viste una sencilla chaqueta forrada de color azul, unos vaqueros negros y calzado cómodo deportivo, como de echar a andar por la montaña. También una chaqueta de punto y una camisa gris sobre la que coloca el alzacuellos, el único elemento que le distingue del resto de los paisanos del pueblo. Por lo demás, resulta un hombre sencillo. J. C. nació hace poco más de cuatro décadas en Silleda, un municipio cercano. Conoce, por tanto, muy bien la historia de la zona. Y la tradición sagrada del lugar.

Miles de fieles acuden cada año a la romería del 24 de junio. Allí se vive un fervor inusitado. Mónica Ferreirós

Para desconectar de sus cometidos, J.C.  acude a nadar con regularidad, lee novela y va de vez en cuando al cine. Un tipo normal, nada comparable a quienes le imaginasen que el exorcista es siempre el trasunto en la realidad del sacerdote del largometraje El Exorcista. “Como te decía, esto no es como en las películas”.

J.C. es exorcista a la fuerza, relata, sentado en la sacristía del santuario, bajo la mirada de la antigua talla de la Virgen de O Corpiño, que parece suspendida en el aire, iluminada toda ella por la luz roja del radiador que atempera la estancia. Quizás sea uno de los más jóvenes de toda España, pero su labor no fue una elección personal. “Todo lo contrario. Es lo que uno menos busca. De hecho, me gustaría no tener que ser exorcista, no tener que hacer exorcismos. No me gusta hacerlos”.

Todas las semanas, desde hace unos meses, Don J. recibe a una persona que acude con varios familiares desde Madrid para realizarle el ritual de exorcismo. Dice que está yendo bien. Aún así, se trata de un caso inusual. “Antes de este, hacía un año que no realizaba ninguno”.

A diario, decenas de las personas que acuden a la iglesia de O Corpiño pasan por la sacristía y le cuentan sus problemas a Don J.. Muchos aseguran traer a alguien que está endemoniado.

-Todos los días hablo con muchísima gente que viene al santuario y les escucho. Pero en el 99,9 por ciento de los casos la gente no está poseída. Les escuchas, les analizas, pero muchas veces no se puede, en ese sentido, hacer nada por ellos. Les remito al médico, al psicólogo o al especialista que corresponda. 

El ritual del joven exorcista

De un cajón de la sacristía, donde conserva alguna de las reliquias del centro, don J. extrae un libro de tapa de cuero roja: “Ritual de exorcismos”. Adquirió en Roma la sabiduría en la materia. Lo abre, con tacto y gesto pausado, y explica que para realizar un exorcismo primero hay que agotar todas las vías posibles antes de acometer esa tarea. 

-Gracias a Dios hay muy pocas posesiones. Intento agotar siempre todas las otras vías: psicológica, humana (hablar con la persona), etc. Hasta que no me queda más remedio que hacer el exorcismo.

-¿Qué es lo primero?

-Lo primero es que nunca se debe hacer un exorcismo sin tener un informe psiquiátrico y otro psicológico que corrobore que la persona no tiene ninguna enfermedad ni psiquiátrica ni psicológica. Si las tuviera, lo ideal sería derivar a esa persona al especialista que correspondiera.

-¿Cuáles son los distintivos de una persona que está poseída?

- Son tres. Lo primero, el rechazo a todo lo sagrado (siempre y cuando no se confunda con una enfermedad psiquiátrica, ya que algunos tipos de esquizofrenia se pueden manifestar así). El segundo requisito se produce cuando yo le leo a la persona esta oración de discernimiento. Es el exorcismo de León XIII, una oración en latín, que me ayuda a ver si hay alguna manifestación diabólica en esa persona.

El padre abre el libro. La oración comienza con el Salmo 67. 

Levántese Dios y sean dispersados sus enemigos y huyan de su presencia los que le odian.

Como se disipa el humo se disipen ellos, como, se derrite la cera ante el fuego, así perecerán los impíos ante Dios. 

Después de esa primera oración, J.C. aguarda a ver si se produce alguna reacción en el presunto endemoniado. “También le hablo en latín o en griego. Luego repito la oración. Si no hay blasfemias, insultos a la Virgen, a Jesucristo, concluyo que esa persona no está poseída. Si la cosa va a más, continúo con el exorcismo”, detalla. Después, utiliza el agua bendita. Y vuelve a rezar. Así durante varias jornadas, hasta que el maligno haya sido extirpado por completo. 

La leyenda del ermitaño en el templo de los exorcismos

Exterior de la iglesia de O Corpiño, un día nublado de diciembre. Mónica Ferreirós

“Los exorcismos estuvieron relacionados con el santuario desde siempre. Desde prácticamente su inauguración, desde el siglo XVI”, detalla J.C. mientras exhibe las reliquias del santuario. Sin duda, la historia de O Corpiño arranca mucho antes. O eso dice la leyenda. 

 (…)

Las imágenes, en blanco y negro, exhiben a una mujer de mediana edad que ha de ser retenida por varias personas. La mujer, entorna los ojos para dejarlos en blanco y grita, fuera de sí. De su boca surgen, como una ristra de sapos envenenados, toda clase de blasfemias demoníacas. 

Son las escenas de un documental que Jacinto Esteva grabó hace más de 40 años en la parroquia de O Corpiño durante la romería que allí se produce el 23 y el 24 de junio, el día grande de la virgen. Ya en aquel entonces, y mucho tiempo antes, los devotos acercaban a los suyos hasta este lugar ignoto, para intentar extirparles a Satanás del interior de su cuerpo. 

Su larga historia la precede como el lugar por excelencia para estas cuestiones. Para que el milagro aleje al demonio, para hallar remedio contra todo mal que a uno le aqueje. 

El cura J.C. se reclina sobre su escritorio. Su voz es el susurro propicio para contar historias cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. 

-Don J., ¿cuál es la historia del santuario? 

-La historia del santuario es mucho más antigua que la de las cuatro provincias gallegas. Comienza en el siglo VIII, cuando en el monte Carrio, este que está aquí al lado, vivía un ermitaño de nombre desconocido, que tenía gran devoción por a la Virgen María. Era un hombre que había decidido aislarse del resto de la sociedad, meterse en una cueva de la montaña, para no contaminarse con las cosas del mundo y para vivir de forma más plena su fe. Predicaba a la gente que entonces vivía aquí sobre la virgen. Tenía fama de santo. Un día, murió. Los vecinos encontraron su cuerpo incorrupto en esa cueva donde vivía. Por tener esa fama de santidad, se decidió construir una pequeña capeliña donde estuviera dentro su cuerpo. La gente venía en peregrinación en aquel lugar y dice la tradición que hubo curaciones invocando a este hombre. 

Don J.C., en la sacristía del templo. Mónica Ferreirós

La capilla subsistió varios siglos, y fue derruida durante las invasiones de los musulmanes. Pero la leyenda sigue. En el siglo XII, en una jornada del mes de junio, empezó a llover de forma torrencial. Unos niños que vivían en la zona estaban guardando los rebaños cuando se les puso encima uno de esos chubascos oscuros que descargan con furia gris, la propia de un elefante africano. Los niños se fueron a guarecer en el interior de un edificio abandonado, sin saber que, otrora, aquel lugar albergó la ermita en honor al santo ermitaño. Dentro de esos escombros, advirtieron un resplandor muy grande. 

-Vieron una ‘fermosa señora’, muy sonriente -prosigue el cura-. Les dice que se hagan la señal de la cruz. Ellos le obedecen y, al punto, la tempestad se calma. 

Este fenómeno, relata don J., se produce en diversas ocasiones. Los niños se escapan más veces para volver a la antigua y derruida ermita a presenciar aquella misteriosa aparición. Pronto los vecinos acuden también y al final todos acaban siendo testigos del supuesto fenómeno. Luego se ordenó construir un santuario en aquel lugar. 

- “Corpiño” yo creo que se le dice porque la gente iba a ver el corpiño del ermitaño. Y después por la Virgen, que apareció precisamente en aquel lugar, en el que aquel hombre había sido enterrado. 

Exorcismos mal utilizados

Minutos después, entra con el gélido aire del exterior del santuario Daniel González Alén, cronista oficioso – oficial para muchos- del concello de Lalín. Conoce al dedillo los documentos históricos y las tradiciones del lugar. Por eso sabe que años atrás, en los días grandes, centenares y centenares de supuestos endemoniados se presentaban mordiendo, babeando y vociferando como hienas enloquecidas a las puertas de la iglesia. Gritos guturales, voces inconexas, blasfemias: hace décadas, aquel espectáculo eran la tónica. "Eso en O Corpiño ya no sucede”, interviene don J..

Don J. nació en Silleda hace poco más de 40 años.

“Lo que pasaba -asevera Daniel- en aquel entonces era que, por falta de conocimiento, muchos traían a sus familiares enfermos creyendo que lo que tenían era el meigallo. Por suerte, la ciencia ha avanzado mucho y se ha podido determinar que a mayoría de esos casos los supuestos endemoniados eran enfermos psiquiátricos, o esquizofrénicos, o personas aquejadas de otra dolencia distinta”. Don J. asiente. 

Sin embargo, el exorcismo siempre ha resultado ser un método discutido, tanto dentro como fuera de la iglesia. En buena medida, por la ciencia. En el año 2012, The British Medical Journal publicó un estudio que afirmaba que los síntomas de esquizofrenia estaban siendo catalogados todavía como posesiones diabólicas por algunos sacerdotes en el mundo. El caso se basaba en la historia de una española que había sido exorcizada. La mujer padecía este trastorno y un sacerdote había insistido en aplicarle la técnica religiosa

A veces, la línea que separa lo que es ciencia de lo que a otros les parece una creencia resulta extremadamente fina. Conforme han pasado los años, conforme la ciencia ha ido avanzando esa línea se ha hecho todavía más estrecha, y seguramente termine desapareciendo. Sin duda, ahora se hacen muchos menos exorcismos que hace 100 años. Pero en O Corpiño, el poder de la fe sigue presente como un talismán invisible. Por eso todavía hoy hasta allí acuden miles de personas año tras año a resolver hasta sus más ínfimos problemas.

El joven J. C., así como sus feligreses, siguen creyendo en los viejos usos para expulsar al maligno, eso sí, en una tierra de nadie, aseguran, al que la ciencia no puede llegar. Un territorio en el que dicen curar, en un espectáculo tan insólito como devastador, a aquellos que tienen “o demo no corpo”.  

Las cruces de los fieles en las paredes del templo. Mónica Ferreirós