
Zeus con faldas
Zeus con faldas
Si Zeus hubiera sido mujer, la historia no la contarían como una saga de conquistas divinas, sino como un catálogo de juicios morales y escándalos.
Imaginemos por un momento que Zeus, el gran putero del Olimpo, no fuera ese dios de barba imponente, rayo en mano y bragueta suelta. No. Imaginemos que Zeus fuera mujer. Una diosa con el poder absoluto sobre los cielos, las tormentas y la moralidad tambaleante de los mortales. Una diosa que no tuviera que esconderse tras transformaciones de toro o lluvia dorada para conseguir lo que quiere, sino que mandara al carajo todo y reclamara su deseo sin pedir permiso. El Olimpo, créanme, habría sido otra cosa.
Para empezar, seamos claros: la narrativa mitológica está escrita por hombres. Hombres que dieron a Zeus licencia para hacer lo que se le antojara porque, bueno, “es un dios”. Si Zeus hubiera sido mujer, la historia no la contarían como una saga de conquistas divinas, sino como un catálogo de juicios morales y escándalos. Habrían tachado a la diosa de loca, histérica, y todo el diccionario de insultos que la historia ha reservado para las mujeres poderosas.
Pero sigamos con la hipótesis: ¿qué habría hecho una Zeus mujer con el poder supremo? ¿Se habría liado con un sinfín de mortales, semidioses y ninfas? Probablemente sí. Pero la diferencia está en que la condena pública sería más feroz. Mientras que el Zeus masculino es un símbolo de poder viril, su versión femenina sería un peligro. Porque, claro, una mujer que toma lo que quiere es una amenaza para el sistema que le pide ser madre, musa o mártir.
Hablemos también de sus decisiones. Zeus, el hombre, es el tipo de líder que actúa primero y piensa después. Rápido con el rayo, lento con las consecuencias. Una Zeus mujer, en cambio, habría sido calculadora. No porque las mujeres sean “más sensatas”, como dicen los tópicos baratos, sino porque históricamente se han visto obligadas a pensar tres pasos por delante para sobrevivir en un mundo que las quiere fuera del tablero. Quizá no habría habido guerra de Troya, porque una Zeus mujer habría cortado la estupidez de París de raíz. O quizá la habría desatado igual, pero asegurándose de que los hombres se desangraran mientras ella manejaba los hilos.
¿Y el Olimpo? Eso habría sido una revolución. Porque Zeus, como hombre, toleraba las traiciones y rivalidades entre los dioses siempre que no tocaran su poder. Una Zeus mujer habría sido menos permisiva con las estupideces de los demás. Habría puesto a Hera en su sitio –o se habría aliado con ella para reescribir las reglas del juego–. Ares, con su arrogancia de macho, probablemente habría terminado como un bufón en el banquete de los dioses. Y Afrodita, con su eterna obsesión por ser el centro de atención, habría aprendido que el poder no es cuestión de belleza, sino de control.
El cambio más interesante, sin embargo, sería en la relación con los mortales. Zeus, el hombre, los trataba como juguetes. Un Zeus mujer habría hecho lo mismo, pero con una diferencia crucial: habría enseñado a los hombres mortales lo que significa ser dominados por alguien que no encaja en su idea de autoridad. No sería la madre amorosa ni la diosa vengativa que siempre se espera. Sería el poder puro y sin adjetivos.
Así que sí, si Zeus hubiera sido mujer, la historia sería diferente. No mejor, no peor. Simplemente distinta. Más incómoda, más compleja, más brutal. Porque el problema no es el género del poder, sino cómo el mundo lo interpreta. Una Zeus mujer habría hecho temblar los cielos igual que su contraparte masculina, pero también habría hecho que el Olimpo, y nosotros con él, nos miráramos en un espejo más honesto. Y, créanme, no nos habría gustado lo que veríamos.