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Una vivienda racionalista de González Villar escondida en A Coruña
El racionalismo es uno de los lenguajes arquitectónicos más populares de A Coruña. El brillante arquitecto Rafael González Villa construyó algunas de las obras más singulares de la ciudad, pero también firmó otras que dotaron de dignidad silenciosa al tejido urbano.
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El silencio no siempre es una representación abstracta de la ausencia. A veces, es un mecanismo de protección de algo valioso que dibuja una sonrisa capaz de transformar la nostalgia en complicidad. Esta relación que protege los tesoros a través del misterio es un mecanismo común que el ser humano utiliza de forma sistemática para construir conceptos o lugares emocionales. Esconder a través del silencio es una sofisticación elegante de la mentira porque no tergiversa mediante falsedades, sino que simplemente oculta algo a la mirada.
Y es que “ver es dificilísimo, porque es lo último que se aprende, cuando empieza a faltar todo lo demás” (Silvio Orlando en el papel de profesor, Parthenope. Sorrentino, 2024). Hay algo melancólico al encontrar la forma de ver el silencio, porque es en el misterio donde se produce el profundo acto de creación siguiendo una intuición ilusionante, impaciente, atormentada y apasionante.
“La melancolía está considerada como la condición de ser privado de una imagen exterior de uno mismo. Habiendo perdido la seguridad confortable de ser parte de la naturaleza, solo tenemos la pertenencia a nosotros mismos…La pérdida de la naturaleza es una herida, que aún no se ha cerrado. No se ha curado. Sólo los artistas pueden hacerlo, de alguna manera, supongo que desesperada” Pedro Cabrita Reis
La arquitectura nace como necesidad, pero se transforma en arte a través del pensamiento humano. Esta posición de equilibrio entre el acto creativo propio del arte y el funcionalismo previsible de los menesteres humanos dirige a ese lugar que se encuentra en el centro del silencio, donde las ideas forman una tempestad propia de Oskar Kokoschka. El arquitecto es quien hace que esas ideas salgan de desorden mediante el magnetismo de un concepto, como mecanismo de decantación, neutralización y domesticación de los torrentes creativos emocionales, dramáticos y dispersos. Este proceso es una invariable de la disciplina arquitectónica a través del tiempo, siempre se produce ese ejercicio de ordenación para adaptar lo inasible e imaginario a la vida real, es decir, convertir el deseo en utilidad o función.
La imaginación transita por los caminos a los que la realidad la induce. Por analogía u oposición el imaginario colectivo define una fantasía que genera una inercia construyendo las ambiciones de un tiempo. Una fantasía construida de innovaciones tecnológicas, relatos sociopolíticos, eventos históricos o colapsos de naturalezas diversas. El arquitecto lee, recoge y canaliza estas ensoñaciones creando nuevas morfologías, estructuras y lenguajes que culminan en una estética. Uno de los lenguajes más interesantes de principios del siglo XX es el racionalismo, que, de una forma simplificada, puede comprenderse como la respuesta por oposición al exceso ornamental de décadas previas.
Previo al nacimiento del Movimiento Moderno, el racionalismo se puede percibir como una depuración de las formas utilizando una ornamentación integrada a través de los volúmenes, los planos y el color. La composición es ordenada y se apoya en el nacimiento de nuevas tecnologías y materiales como el acero y el hormigón. En España, este lenguaje aparece vinculado a las vanguardias con obras como el Rincón de Goya (Fernando García Mercadal, 1926) o la icónica Gasolinera orto Pi (Casto Fernández-Shaw, 1927). Estas obras dibujan un prólogo a la consolidación gramatical del estilo con la formación del GATEPAC (Grupo de Arquitectos y Técnicos Españoles para el Progreso de la Arquitectura Contemporánea) como versión local del CIAM (Congrès International d’Architeture Moderne). Dentro del movimiento racionalista español destacan obras muy diversas desde el Club Náutico de San Sebastián (José Manuel Aizpurúa y Joaquín Labayen, 1929) al Cine Barceló (Luis Gutiérrez Soto, 1930) en los que la forma, la estructura y el color definen una nueva estética dinámica, moderna y vanguardista.

Gasolinera Porto Pi por Luis García vis wikimedia commons
La ley Salmón
El racionalismo no sólo se utiliza en edificios de carácter público o singulares, sino que se convierte en el lenguaje de las ciudades españolas en la década de los treinta. En A Coruña este lenguaje arquitectónico se encuentra presente en numerosas viviendas y actuaciones y responde, en parte, a un cambio normativo. En 1935 se publica la ‘Ley de previsión contra el paro’ a través de la cual se impulsó la construcción de vivienda concediendo subvenciones y facilidades a promotores que alquilasen los inmuebles con renta limitada. De esta manera las clases de menor poder adquisitivo podían acceder a una vivienda nueva y digna a un precio asequible. La ley fue popularmente conocida como ley Salmón en referencia al ministro Federico Salmón que fue quien la desarrolló.
La aplicación de la ley no estuvo exenta de polémica ya que algunos medios como el Debate publicaban en 1935 que “las construcciones modernas estaban influenciadas por el marxismo” (El Debate, 15 de junio de 1935), en oposición a la defensa de la Sociedad Central de Arquitectos de Madrid presidida por entonces por Sáinz de los Terreros. A pesar de ello, la ley siguió en vigor en tiempos de la dictadura que emitió en 1942 la ‘Memoria de la labor realizada por la Junta Interministerial de Obras para Mitigar el Paro’, donde se analizaba su impacto para posteriormente ser utilizada por empresas de reciente creación bajo la dictadura con promociones urbanísticas de mayor tamaño. Desde la perspectiva contemporánea, Arquitectos como Bohigas o Alonso Pereira coinciden en que este tipo de racionalismo, tan desarrollado a partir de la Ley Salmón, fue el estilo representativo de la República.

Esquema de la Ley Sakmón
El racionalismo coruñés
En A Coruña, ya existían obras proyectadas con este lenguaje desde principios de la década de los treinta, antes de la entrada en vigor de esta ley, pero estas primeras obras se encontraban en áreas más burguesas de la ciudad como en Ensanche. A partir de 1935, el racionalismo se desarrolla en barrios, entonces periféricos, de la ciudad. Las facilidades de la ley propiciaban que se pudiese construir un pequeño edificio de viviendas en menos de un año, cumpliendo condiciones de límite de altura, utilizando la planta baja como vivienda en lugar de espacio comercial o garaje y sin patios interiores. En la ciudad hay numerosas actuaciones de este estilo en barrios como Santa Margarita, Los Mallos o Montealto, pero siempre existen pequeñas excepciones a la masividad de una acción popular. En la calle Padre Sarmiento con Eladio Rodríguez González se encuentra un proyecto de viviendas pareadas obra del arquitecto Rafael González Villar. Construido en 1940 esta obra es una propiedad que alberga dos viviendas siguiendo una tipología pareada.
El volumen de las dos viviendas plantea un esquema simétrico dentro de una composición de pocos alardes ornamentales. Partiendo del eje de simetría se generan dos ‘bow windows’, es decir, un boínder que González Villar utilizaría de forma habitual en sus obras. El resto de la fachada era limpio y ortogonal, creando una arista muy marcada en la esquina que se utilizaría para contrastar con el trazado curvo del boínder. El conjunto se remata con una cubierta de poca pendiente que proyecta una cornisa de grandes dimensiones moldurada. Partiendo de este volumen se dispone un ritmo de huecos simétrico, diferente en cada una de las plantas, de tal manera que en la planta primera la esquina se rompa a la forma racionalista de los edificios proa, mientras que en la planta superior e inferior sí se crea un elemento macizo esbelto.

Foto: Nuria Prieto
La obra cuenta con dos plantas y un semisótano, pero dos propiedades separadas. En una de las viviendas el lateral se enriquece con una gran galería que permite una mayor entrada de luz e introduce un rasgo vernáculo dentro del conjunto. La morfología de la casa se asemeja a la de otras obras conceptualmente cercanas, y de alguna forma a través del racionalismo la riqueza espacial de las obras burguesas se acerca a las clases con menos recursos.
"La casa moderna es todo un marco de ventanas; el culto, el cuidado y la precisión en el perfeccionamiento de cada una de ellas han hecho de la casa una caja preciosa" Piero Portaluppi
El arquitecto Piero Portaluppi renovó la imagen de Milán, y construyó, en la década de los treinta, una de las viviendas más singulares de la ciudad, Villa Necchi, para Nedda y Gigina Necchi. Sus obras transmiten riqueza y solidez, de la misma forma que las de González Villar renovaron e introdujeron una nueva modernidad en A Coruña. La singularidad del racionalismo aplicado a la vivienda unifamiliar es, en gran medida, la capacidad de crear obras en las que la dignidad y la riqueza no dependen de las personas que las habitan sino de la propia arquitectura. Aunque el contexto introduce siempre más variables, desde un punto de vista lingüístico el racionalismo muestra una flexibilidad coyuntural que dotó de dignidad a ámbitos urbanos entonces periféricos. La vivienda pareada diseñada por González Villar es un excelente ejemplo de vivienda racionalista que describe una imagen elegante y sencilla.

Foto: Nuria Prieto

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La monotonía de las palabras
La arquitectura es una herramienta al servicio de la sociedad, una disciplina que cuando se dibuja en silencio es capaz de construir obras que parecen no envejecer porque se adaptan a cualquier etapa de la vida social. Si no, quizás la inercia de la vida repetiría una y otra vez la misma estructura.
“¿Qué se dijeron los amantes? Siempre lo mismo. Afortunadamente hay escritores que pueden modificar la monotonía de sus palabras” John Cheever

Foto: Nuria Prieto
Los arquitectos modifican algunas palabras con las que se construye la narrativa urbana, pero no siempre son fácilmente comprensibles o incluso visibles. Como indicaba David Lynch “La gente se ha acostumbrado a ver películas que se explican por sí solas al 100%, y en cierto modo, han desconectado esa hermosa cosa que es la intuición”. La intuición sobre la ciudad es, en realidad, la forma de entenderla. Un pequeño acto involuntario de predicción inherente a sus habitantes, y de alguna forma, contagioso para los visitantes. A veces, comprender la ciudad no es más que pasearla.