
Foto: Nuria Prieto
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Un edificio en la calle Santo Tomás de A Coruña: la modernidad tranquila de Milagros Rey
El número 23-25 de la calle Santo Tomás es una obra de la arquitecta coruñesa Milagros Rey. Con su fachada plegada revestida de cerámica, este modesto edificio de viviendas es una muestra de modernidad tranquila y esencial que no olvida el contexto en el que se encuentra.
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Siempre hay un instante de derrota. El documental Elogio de la luz (RTVE, 2003), dedicaba un capítulo a la obra del arquitecto José Antonio Corrales, en este, tras mencionar el popular ‘Pabellón de los Hexágonos’ de Corrales y Molezún se introduce el término ‘la derrota de la arquitectura’. Y es que, también una disciplina puede sufrir la derrota abstracta de una sociedad que la arrumba o de un tiempo que la olvida. El vencimiento en arquitectura representa la pérdida de rasgos del propio ser humano, ya que esta nace y es una extensión de este. Gottfried Semper, arquitecto y crítico explicaba que el ser humano comenzó buscando cobijo en la cueva, pero que muy pronto se dio cuenta que esta no podía ser un hogar. Porque habitar la tierra era como enterrarse, y por lo tanto desaparecer, por ello decidió erigir cuatro palos y poner un techo, porque eso sí le parecía un hogar. Esta tesis, es lo opuesto a la derrota de la arquitectura en su comprensión más esencial porque describe cómo el ser humano decide crear algo útil para sí y para la sociedad que no sólo le protege, sino que emocionalmente es adecuado para desarrollar una forma de vida. Este gesto sencillo es una demostración de cultura, porque no sólo tiene en cuenta criterios funcionales derivados de pulsiones animales evolutivas. En ese instante, el ser humano concibe la arquitectura como extensión de su persona, y por tanto como una actividad al servicio de su comunidad. Pero cuando esta se amputa en favor de la superficialidad, cuando se la olvida con justificaciones espurias, se produce un extraño vacío que se intenta llenar apresuradamente de destellos y ruido. Y es que hay cosas que llevan tiempo. Hay disciplinas que pueden sufrir mil derrotas y, aun así, años después seguirán en aquel lugar que les corresponde como testigo de la acción del ser humano.
Sucede algo con el arte, al mirar un cuadro, una escultura, una obra de arquitectura o una fotografía y es que, si se observa de la forma adecuada este se convierte en un espejo. La obra muestra al observador su realidad, pero al mismo tiempo la pone en crisis con el presente de quien la mira. Se produce un ejercicio involuntario de comparación, una inmersión que se suele justificar en los datos que dan contexto a la obra como la fecha en que se hizo, quién la hizo o dónde, pero la conexión es más rápida, es emocional. Observar una obra de arte, no es solo mirarla a ella, sino mirarse con ella. Quizás por eso, ver la derrota en la disciplina que definió su creación, es tan doloroso.

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Sobre la modernidad y la derrota
La arquitectura es derrotada a menudo, el abandono de las obras, la mirada superficial o el destello instantáneo de lo redundante y resonante que extingue aquellas ideas que nacen desde una consolidación crítica y decantada. En ‘Breve historia de la oscuridad’ Vicente Monroy explica que los cines han sido reemplazados por negocios más rentables, pero a pesar de ello, el cine sigue produciendo obras que solo se pueden disfrutar en una sala porque su construcción tiene incrustada una gravedad y solidez basada en la cultura de una disciplina de recorrido consolidados y extenso.
Hay obras de arquitectura que permanecen en silencio dentro de la trama urbana. Su imagen, integrada en el día a día, las hace mantener un estado de neutralidad que puede confundirse con derrota si se comparan con aquellas otras obras que reclaman constantemente la atención de quien pasea por la ciudad. Pero esto siempre fue así, en ocasiones disfrazado como debate estético. En los archivos del arquitecto José Antonio Coderch figuran las bases de la Novena Trienal de Milán (1950) en la que éste había subrayado con énfasis: “sólo se admitirán obras de inspiración moderna, de efectiva originalidad y ejecución ejemplar. Quedan excluidas copias y falsificaciones, así como los productos que no se ajusten a los usos y gustos modernos”. La definición ‘gusto moderno’ era algo que para Coderch merecía una reflexión, porque es precisamente esta alusión la que está sujeta a una definición que no es superficial. Finalmente, Coderch concurre a la convocatoria y el arquitecto italiano Gio Ponti responde a esa reflexión de Coderch con su crítica: “España tiene una forma propia de estar en el arte y la cultura moderna (…) En la arquitectura moderna tampoco hay programas, ni vanguardia teórica y sin embargo la pureza arquitectónica más esencial ya se encuentra en las anónimas y seculares construcciones populares”. Sin obviar el contexto del país, inmerso en una dictadura, Ponti plantea que la modernidad no nace de una férrea voluntad por sobresalir, sino de la cultura de raíces profundas y de un entorno compuesto que define una atmósfera de sabiduría, conocimiento y saber hacer. La derrota de algunas obras de arquitectura no es más que un ostracismo nacido de una artificiosa definición de modernidad, pero sus principios y su adaptación a las nuevas formas de vida se mantienen si estos están basados en un criterio cultural y social sólido.

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Una obra moderna de Milagros Rey Hombre
En la calle Santo Tomás, muy cerca de su encuentro con la calle del Carmen, en el barrio de Montealto se encuentra un edificio de viviendas que destaca por su gran modernidad, pero sin ningún destello cegador. Proyectado y construido en 1978 por la arquitecta Milagros Rey Hombre (1930-2014) este modesto edificio de viviendas fue construido en una etapa de crecimiento rápido de la ciudad, en la que la emigración del campo a la ciudad generaba una mayor necesidad de alojamientos para las familias que llegaban a Coruña. La composición volumétrica responde a la ordenanza municipal del momento, pero la arquitecta trabaja este aspecto a través de la geometría introduciendo giros en las plantas segunda y tercera para crear balcones al tiempo que escora el espacio interior enfocándolo hacia mejores vistas que la frontal, más apretada.
Funcionalmente, el edificio tiene una organización habitual en el tejido urbano coruñés, con planta baja de uso comercial o cultural y plantas superiores dedicadas a uso residencial. Con dos viviendas por planta, la primera se distingue por su neutralidad con solo dos huecos por vivienda hacia la fachada principal, la segunda y tercera incorporan balcones por lo que el ritmo de dos huecos por vivienda es más generoso en dimensiones, y la última en la que se produce un retranqueo debido a la normativa, creando una terraza frontal. En la parte posterior de la parcela, en contacto con el edificio adyacente se insertó un patio que permitía ventilar las estancias interiores de la vivienda.

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Lo más notable de este edificio de viviendas son los pliegues de su fachada, un aspecto que no era especialmente innovador en el momento de su construcción ya que es una estrategia habitual en calles estrechas, pero sí es muy relevante en el tejido en el que se inserta, ya que rompe la composición tradicional o la inmediatamente derivada de la aplicación de la normativa. Pero el pliegue o giro no es el único gesto relevante de esta solución compositiva, sino que cada uno de ellos se trabaja en detalle mediante la altura de los antepechos que, en ocasiones son bajos dando lugar a jardineras o ligeramente más altos y con una pequeña barandilla creando balcones. Sin embargo, el frente de estos antepechos define una banda continua que contrasta con las plegaduras superiores. El ritmo de los huecos es discreto y ordenado y, aunque las carpinterías se han sustituido aún se puede apreciar el criterio organizativo que las dispone en su lugar.
La estética del edificio completa el ejercicio volumétrico mediante la incorporación de una materialidad identitaria. La arquitecta elige un revestimiento de aplacado cerámico similar al que se puede encontrar en las viviendas marineras. Esta cerámica, de color blanco, dispuesta en horizontal define homogeneidad en la distancia, y percepción del detalle en la proximidad. De esta manera, el acercamiento al edificio es un proceso de descubrimiento en el que la percepción del edificio se va enriqueciendo a través del hallazgo de pequeños detalles. Además, las piezas cerámicas se utilizan para subrayar el trabajo volumétrico y las sombras, ya que se perfilan las aristas con cerámica de otro tono, y también se revisten las caras inferiores de los vuelos con este mismo material.
El edificio unifica dos parcelas por lo que contiene dos portales, por ello aparecen dos viviendas por planta. El acceso al portal se protege con una pequeña visera protegida con teja que aporta un pequeño detalle regionalista a una composición de trazado moderno. La duplicación y unificación del edificio puede percibirse de manera clara al observarlo de manera frontal.

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Las verdades de un instante
Los instantes de derrota son, en realidad, necesarios. No hay nada bueno o malo en ello, solo una tempestad emocional e intensa que tiene como resultado un conjunto de frustraciones, dolor o impotencia. Y a veces, no siempre, puede servir de aprendizaje. Sea como fuere la derrota es intrínseca al camino de la vida, de la misma manera que la derrota disciplinar es inherente al ejercicio de la profesión. Hacer arquitectura, con las manos, con el conocimiento que contiene la biblioteca del arquitecto como conjunto de referencias, imágenes y experiencias, es un proceso duro que no garantiza miradas ni reconocimientos.

Foto: Nuria Prieto
A veces, dibujar sin descanso una idea no es suficiente, otras es solo un ejercicio de pensamiento en el que se puede reconocer el enorme esfuerzo por el detalle y el trabajo bien ejecutado. “La verdad es tan valiosa que debería ir protegida de una escolta de mentiras”, las palabras que Winston Churchill dijo a Josef Stalin durante una de sus conversaciones estratégicas en el marco de la Segunda Guerra Mundial dibujan una realidad superficial y cínica, tristemente real. Hay obras que contienen una pequeña verdad escondida tras algunas mentiras que, con el tiempo, desaparecen mostrando una realidad atemporal. Un instante de derrota en la biografía de la arquitectura es un pequeño síntoma al que mirar, sin alarma, pero con la cautela de la pérdida. Si la arquitectura es una extensión del ser humano, conviene no ir perdiendo aquello que la hace una disciplina al servicio de la vida.