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Opinión

Caer del guindo o por qué escribo música para niños

Una reflexión sobre cómo la música influye en los niños desde muy temprana edad.
Nani García
Por Nani García

Quiero contar una historia, pero a ver si me salen las palabras. Bueno, no es una historia como tal. Es un pensamiento íntimo al hilo de algo que vi y excitó mi mente. Una cogitación. El trasfondo de todo esto es  una especie de transmutación consciente. Un caer del guindo retardado. Una toma de consciencia  sobrevenida, o tal vez una inconsciencia mantenida a lo largo de los años por efecto de los automatismos  de la profesión o quizás el aletargamiento que llega a producir cualquier oficio ejercido sostenidamente en  el tiempo a lo largo de muchos años, que cuando no desarrolla importantes cargas de estrés, produce  embotamiento y tira ‘palante. Sin más. Pero el caso es que ha llegado el momento de enfrentarme a ese  interrogatorio: La cuestión es: ¿Por qué escribo música para niños?.  

Llevo años componiendo por encargo o de motu proprio música infantil, ya sea en formato didáctico o  audiovisual y como anécdota siempre me ha parecido en general que somos demasiado condescendientes  con ellos. Los niños, digo. Vamos, que pueden mucho más. Me decía que en nuestro entorno más cercano,  la música pop, a lo largo de los años, se fue consolidando como el estilo musical que ocupa cerebros en  edades cada vez más tempranas. Ato cabos y llego a la conclusión de que es la sociedad adulta la que  está sometida a un cierto proceso de infantilización, pues ese estilo musical está perfectamente al alcance  de nuestras generaciones más jóvenes.  

Al menos a mí, en su momento, fue la música beat/ligera/pop/popular, como quiera que la denominaran en  su tiempo, la que me abrió los oídos. Dylan, Beatles, hasta incluso Jorge Cafrune. Y si hablamos de más  cerquita: Los Angeles, Los Íberos, quizás Los Brincos, Relampagos, Canarios o Pekenikes. Qué yo  recuerde. Poco a poco, a través del R&R y nuevas variedades de músicas llegadas del otro lado del  Atlántico, fui avanzando en mis preferencias hacia otros estilos. Pero el tema es que mi generación tuvo la  oportunidad de descubrir esas músicas como algo nunca oido, excitante y motivador a esa edad tan  temprana. Y fue suficiente. En ese momento, como infantes, no necesitábamos una música expresamente  compuesta para nosotros. Nos colmaba ese descubrimiento. Al menos así me lo pareció en su momento. 

Pasó el tiempo y mi relación con la música para niños era de tal guisa que cada vez que me sumergía en  un encargo, quizás pecando un poco de compositor pomposo y serio que me consideraba, intentaba  llevarlo a cabo siempre de la forma más apropiada y excelente posible. Ponía todos mis recursos al  servicio de la tarea encomendada, siempre de forma prolija y concentrada sin dejar nada al albur. Vaya, que  me dejaba la vida en ello. Y siempre tratando de subir un peldaño la calidad de esa música dirigida  expresamente a los niños. Y además la disfrutaba. Me divertía. ¿No seré yo un poco infantil?. Pensaba. Tal  vez no era yo muy consciente de por qué, después de todo, me llenaba tanto ese trabajo, al fin y al cabo  yo era un músico de jazz y compositor de música, digamos, “adulta”. 

Hasta que un día, no hace hace muchas semanas, viendo de forma atolondrada y casual un documental  sobre la Camorra en TV2, un pasaje me sacó de mi letargo. Hablaban de Scampia, una ciudad dormitorio a  7 km. de Nápoles donde existe una urbanización o barrio llamado Las Velas, considerado hacia el año 2004  el mayor supermercado de droga de Europa. En ese pasaje del documental Camorra Millenial, que así se  llama, nos muestra el testimonio de Davide Cerullo, un ex-camorrista de entre 30 y 40 años que expresa sin  tapujos cómo en su momento fue niño de la Camorra educado con rabia y frustración sin referencias de  personas adultas en las que apoyarse. “La rabia se transforma en violencia y se termina convirtiendo en tu  estilo de vida”. En una frase conmovedora nos habla de que él nunca tuvo libros de hadas que poder leer y  vencer así a sus monstruos o dragones en la edad justa en la que debería haberlo hecho, y de este modo,  poder crecer con más recursos hacia una madurez sana. “Cementerio de infancias perdidas”, llama a su  barrio. Mientras todo esto sucede, una tonadilla salida de la boca de un cantautor que desconozco pero  que me recuerda a Paolo Conte (intuyo que debe de ser un artista local y disculpad mi torpeza si no es así)  dice: ”…donde la musica no sale de una viola si no del frío tambor de una pistola…”

Davide ya de adulto, habiendo cumplido condena por sus crímenes, dedicó y dedica todas sus energías a  crear y gestionar de forma humilde con los poco recursos a los que tiene acceso, una biblioteca infantil en  la misma urbanización de Las Velas. Toda su energía está centrada en poder así ofrecer una oportunidad a  las siguientes generaciones de niños del barrio. Es un camorrista arrepentido, pero que tiene claro lo que  hace y por qué lo hace. 

Justo ahí caí del guindo. Yo, sin embargo, soy un músico feliz de serlo que por momentos pierde el norte.  ¡Ah!, pero nunca es tarde. Ahora entiendo por qué son tan necesarios los contenidos infantiles. Claro que  hay que crear formatos específicos para niños. En la música y en la no música. Siempre, más y más. Por  un instante y por mor de mis preocupaciones diarias casi dejo de saber por qué lo hacía; por qué  disfrutaba tanto. Que yo siga sosteniendo que debemos elevar el nivel de la oferta, que somos un poco  condescendientes con ellos puede ser significativo, pero no determinante. Lo bueno es crear nuevos  contenidos naturalmente adaptados al tiempo que les toca vivir. Estoy seguro que las nuevas infancias, en  cuanto a comprensión musical se refiere, han heredado las habilidades que en edad temprana hemos sido  capaz de moldear en nuestros cerebros las generaciones anteriores: sus padres. Por sedimentación, o bien  por acumulación. Tal vez alguna generación esté sufriendo un bajón puntual por motivos ahora mismo  difíciles de analizar y que no vienen al caso, pero a largo plazo estamos yendo a más.  

Las hadas y los duendes, cuando aparecen, siempre van acompañadas de música. ¿O me lo estoy  inventando? Ahora mismo me está viniendo a la cabeza un álbum de Chic Corea en su etapa más  programática editado en 1976 llamado The Leprechaun.

Nani García
Nani García
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Nani García Silva (A Coruña, 1955) es músico, compositor, pianista de jazz y fue productor de muchos artistas gallegos. En su obra musical hay bandas sonoras, música de concierto, jazz e incluso una ópera. Entre sus piezas más conocidas están las bandas sonoras de O xigante, De profundis, Valentina y Arrugas y la ópera bufa, O loro de Carlos V. A lo largo de su carrera ha recibido premios en el Festival de Jazz de San Sebastián, varios Mestre Mateo y en diversos festivales de cine. Compuso música en una película premiada con un Oscar: Una mujer fantástica, y otra con dos Goya: Arrugas.