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La Terraza de A Coruña: la arquitectura efímera permanente

La terraza es un edificio que formaba parte del trío de pabellones que recreaban una fantástica fachada ecléctico-modernista de la ciudad al mar. Proyectado por Antonio de Mesa y Álvarez y modificada por Pedro Mariño, la terraza cumplirá cien años en pocos meses constituyéndose en uno de esos iconos cuya permanencia ha terminado convirtiéndose en identidad urbana de A Coruña
La Terraza de A Coruña.
Nuria Prieto
La Terraza de A Coruña.
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Cien años es una cifra convertida en hito por la sociedad de manera informalmente natural. Quizás porque cien años está suficientemente cerca como para establecer una relación escalar con la propia vida de un ser humano, pero es también tan lejana que impone una perspectiva inexcusable. Diseccionar memorísticamente el transcurrir del tiempo a través de un siglo, crea conexiones ineludibles con la biografía personal, cosiendo necesariamente la propia identidad a la del lugar. A la ciudad y su arquitectura.

“En cualquier lugar en que estuvieran recordarán siempre que el pasado era mentira, que la memoria no tenía caminos de regreso, que toda primavera antigua era irrecuperable, y que el amor más desatinado y tenaz era de todos modos una verdad efímera.” Gabriel García Márquez en Cien años de Soledad.

En apenas unos minutos de reflexión, conversada o no, esas costuras que impiden que la vida transcurra ausente de su lugar, se convierten en un sorprendente objeto de análisis. De forma imprevista la propia biografía y el lugar se encuentran jalonados de singularidades, coincidencias, paralelismos, espacios temporales más comprimidos de lo que la memoria aseveraba y un inabordable listado de instantáneas, que culminan con una máxima transversal al pensamiento humano enunciada por Séneca, y es que la vida, aunque sea larga parece muy breve

La propia biografía, por su condición inseparable de la emoción y los sentimientos, puede recrear lugares tintados de imaginería propia de la percepción. La perspectiva del lugar, de la arquitectura es otra. El punto de vista desde la ciudad, es decir, desde la arquitectura en apariencia inverosímil, muestra una mirada silenciosa que interpreta las costuras no como añadidos sino como estructura formal del propio tejido urbano. Un siglo de tejido urbano aumenta, a través de la percepción perspectiva, la escala de análisis, y la cifras que aluden al tiempo se transforman en una atmósfera que caracteriza su contexto. La permanencia arquitectónica y el patrimonio son resultado de esa amplitud de escala

La lectura del tejido urbano puede comprenderse como una suma de ciertas homogeneidades basadas en tipologías organizativas o funcionales, pero a pesar de los diferentes ajustes en esa escala temporal o perspectiva, la trama y urdimbre de la ciudad se encuentran festoneadas de piezas arquitectónicas esenciales.

La identidad urbana y la estética arquitectónica

Pabellón La Terraza
(Fuente: todocoleccion.net)

En la disolución de la identidad urbana a través del tiempo, las piezas arquitectónicas singulares emergen como puntos de apoyo en las dinámicas y trazados de la ciudad. La permanencia de la arquitectura frente a la movilidad a su alrededor identifica fácilmente cada una de estas piezas, señalándolas como patrimonio urbano y como estandartes culturales. Desde este punto de vista, la estética de estas piezas es el objeto de análisis fundamental, ya que actuará como catalizador de su entorno próximo y, en ocasiones, más alejado. La estética como corriente filosófica que articula el estudio de la percepción y el juicio de la belleza y el arte, dibuja una conexión de carácter tangible en su interpretación arquitectónica, ya que es capaz de producir profundas transformaciones de gran permanencia en la ciudad

En A Coruña hay un fragmento de ciudad que responde mediante una posición estética a un tejido urbano festoneado. En el frente de los jardines de Méndez Núñez hacia el mar, se encuentra un conjunto de piezas arquitectónicas que han variado a lo largo de la historia, pero que han formado parte de la identidad coruñesa desde la fecha de su construcción. Una de esas piezas cumple en 2022 su centenario.

La terraza de los jardines

La terraza, construida entre 1920 y 1922 sería uno más de los edificios que forman parte del catálogo modernista y ecléctico coruñés, si no fuese por su compleja historia y los numerosos proyectos que la precedieron. La lectura desde la actualidad se puede simplificar describiendo el edificio como la pieza que sustituyó a la terraza de Sada diseñada por el arquitecto Antonio López Hernández tras su traslado. 

Foto: Nuria Prieto

El actual edificio formaba parte virtual del trío de pabellones que se situaban paralelos a los muelles, definiendo la fachada de la ciudad hacia el mar. El Hotel Atlantic, el quiosco Alfonso y la Terraza creaban un elegante salón urbano al modo decimonónico. La terraza actual sin embargo, llegó un tiempo después sustituyendo a un edificio modernista, con una pieza de carácter ecléctico más cercano en términos compositivos a las otras dos piezas. La finalidad del edificio contribuía a enriquecer el espacio público inmediato del paseo, sin otro programa que el de servir como centro cívico, sala de exposiciones, conferencias, bailes, es decir, una construcción dedicada al ocio público. 

La historia de este edificio comienza con el siglo XX. En su emplazamiento hubo una construcción efímera previa al conocido quiosco de 1912. Esa primera construcción, de autor desconocido, respondía a la misma función que los posteriores proyectos, pero con un carácter temporal. Esta pieza estaba construida en madera, era muy ligera, pero sin mimbres de permanencia. La inestabilidad aparente del edificio motivó sucesivas reformas y la sustitución por una segunda terraza con una estructura mixta madera-metal acristalada, el conjunto se completaba con lonas que resaltaban la composición modernista. Este proyecto de Antonio López Hernández, se convirtió en el icono del modernismo coruñés hasta su traslado a Sada. A pesar del afianzamiento estructural, el edificio se encontraba desbordado por el uso. Esto motivó la construcción de una ampliación a la que el arquitecto Ricardo Boan y Callejas, entonces arquitecto municipal dio licencia municipal pasando a ocupar 33,50m x 5,50m. En 1913 el edificio se utilizaba con normalidad e incorporaba vidrios coloreados que recreaban un espacio interior muy rico y toldos, además de adornos florales y farolillos. Su lenguaje modernista inconfundible marca, a través de la estética, una modificación en la percepción del espacio urbano del lugar, entonces denominado “el relleno”.

Fotos: Nuria Prieto

La terraza de Pedro Mariño

En 1919 se decide realizar una nueva ampliación para la cual Antonio de Mesa y Álvarez desarrolla un proyecto excepcional. Este proyecto era una propuesta radical con respecto a la escala y estética de las piezas anteriores ya que el edificio llegaría a alcanzar los 38m de largo, con testeros de hormigón y lenguaje ecléctico. Una vez entregado el proyecto al servicio municipal, se solicita su modificación por considerarlo inadecuado, por ello Mesa y Álvarez, realiza una segunda propuesta que únicamente trata la fachada. Finalmente, el proyecto será transformado por Pedro Mariño quien realiza cambios en el lenguaje de la fachada y su composición. Este conjunto de circunstancias provoca que se tome la decisión de realizar un nuevo edificio, y la terraza modernista de madera, vidrio y metal es trasladada a Sada. También desde la corporación se solicita que el edificio presente estructura de hormigón y no de madera, considerando quizá una perspectiva de permanencia y un menor riesgo frente al fuego.

Fotos: Nuria Prieto

Pedro Mariño, arquitecto municipal por entonces, quien transformó el proyecto de Antonio de Mesa y Álvarez, se hace cargo de las obras. Los planos originales de Mariño proponían un espacio interior fluido y amplio, que permitía una gran flexibilidad de uso. A cambio, y debido a la ausencia de carácter formal en la distribución interna de los espacios, dota al edificio de un lenguaje ecléctico, rico y saturado. La fachada, de inspiración afrancesada, se organiza en tres cuerpos unidos a través de elementos secundarios. Los tres volúmenes están culminados por cúpulas rebajadas al estilo francés muy similares a las del Hotel Atlantic. Todas las fachadas presentan un aspecto muy esponjado en términos compositivos, es decir, se percibe como un esqueleto acristalado.

A cambio la ornamentación satura todos los paños ciegos, cornisas, muros y soportes, aunque mucha de ella se ha perdido. El conjunto incluye guirnaldas, arquillos, metopas, falsas columnas, capiteles jónicos, pequeños mascarones, pináculos o balaustradas. Dentro del volumen del edificio, destaca especialmente el conjunto de la doble escalera posterior, que crea un aspecto monumental desde el puerto y reitera su carácter ecléctico. Pero aún es más notable el uso de la cerámica azul índigo. Este color, y su uso en la cerámica sitúa al edificio en la órbita de la secesión vienesa, donde el azul índigo y azul cobalto se combinaban de forma excepcional con el dorado, recreando una elegante monumentalidad. Una evocación a la Belle Èpoque que contagió a toda Europa en un ambiente de alegría, cultura e ilusión por el nuevo siglo que acaba de comenzar. 

Foto: Nuria Prieto

El edificio, a pesar de su aparente monumentalidad, es ligero, dinámico y flexible. A punto de cumplir cien años, ha atravesado el tiempo consolidándose como un icono urbano de la ciudad a través de su estética. Fue restaurada recientemente mediante trabajos de consolidación en 2002.

La guerra civil y la posterior dictadura provocaron daños en el edificio y cambios de uso, que tuvieron como resultado ocupaciones, destrucción parcial de las fachadas y la clausura de la sala de cine y la cafetería. En los últimos años de la dictadura el edificio albergó a las juventudes de Falange Española, pero con la llegada de la democracia la organización cesó su actividad y el edificio comenzó a acusar un fuerte declive por falta de mantenimiento. El ayuntamiento recuperó la titularidad a principios de los años ochenta. A lo largo de su historia ha sido utilizada como oficina del Deportivo así como de la compañía Metro Goldwyn Mayer. En la actualidad (desde finales de1984) el edificio se utiliza como sede de radio televisión española (en una concesión de 50 años), por lo que su interior ha sido modificado en numerosas ocasiones para adaptar la estructura al uso.

Detalle de los testeros con representaciones de Emilia Pardo Bazán, Vilar Ponte, Salvador de Madariaga, Juan Fernández-Latorre, Wenceslao Fernández-Flórez, Manuel Murguía, Pérez Lugín y Julio Camba.
Foto: Nuria Prieto

En 1985 se inauguró su nuevo uso con un añadido muy curioso en los testeros de la fachada, y es que quizás se produjo un cierto guiño a una propuesta que solicitaba dar uso al edificio como museo del cómic. En los testeros se añadieron pequeños bustos de coruñeses ilustres del ámbito del periodismo como Emilia Pardo Bazán, Vilar Ponte, Salvador de Madariaga, Juan Fernández-Latorre, Wenceslao Fernández-Flórez, Manuel Murguía, Pérez Lugín y Julio Camba. 

Cien años evitando la soledad

Aunque cien años parecen muchos desde el punto de vista de cualquier ciudadano, son, para edificios como la terraza tan sólo un puñado de instantáneas que definen una breve biografía. En arquitectura, el enunciado de Séneca recrea no sólo una percepción si no una incómoda realidad: la arquitectura es permanente mientras que la vida humana individual, en comparación, apenas constituye un breve encuentro. Por ello quizás, hay edificios que terminan a través de su estética, definiendo una identidad que se transforma en patrimonial de un lugar. Porque egoístamente, los seres humanos intentan reducir esa desigualdad extendiendo la percepción del tiempo no a un individuo, si no al conjunto de la sociedad.

Foto: Nuria Prieto

Es fácil comprender que un edificio que forma parte de la biografía de un ser humano ya estuviera ahí antes, pero es difícil asimilar que permanecerá en su lugar cuando la vida se agote. El patrimonio como símbolo de la permanencia cultural es quizás la estrategia que utilizamos los seres humanos para pensar que, en realidad, cien años no son nada.

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